La hija del sepulturero – Joyce Carol Oates

Reseña

Joyce Carol Oates, lleva varios años figurando entre los candidatos con más posibilidades de recibir el premio Nobel de literatura y no cabe duda que tarde o temprano acabará sucediendo. Aunque se la compara con decenas de sus contemporáneos (John Updike, Philip Roth, Richard Price) lo cierto es que Oates tiene un estilo que sin duda abreva de ellos pero se nutre de la propia sensibilidad creadora de una de las autoras estadounidenses más prolíficas del momento.
Por esa incontinencia creativa y por su personalidad Joyce Carol Oates no deja de ser muchas veces objeto de envidia: “Para mí, es la criatura más odiosa de Norteamérica… La he visto y verla es odiarla. Leerla es vomitar… Creo que es esa clase de persona… o de criatura… o de lo que sea. Es tan… ¡ugh!”. Quien así se expresó, en una entrevista, fue el escritor estadounidense Truman Capote. Y a quien se refería Truman Capote era a Joyce Carol Oates. No es para menos ya que la explicación para semejante arrebato es la velocidad con la que escribe y publica Joyce Carol Oates, nacida en 1938, es dueña ya de unos cien títulos. Quizás podemos achacarle un estilo que se repite sobre sí mismo y hace uso, aunque nunca abuso, del moderno estilo de ir y volver en el tiempo, avanzar hacia delante y retroceder para re-armar baches en la historia retornando una y otra vez sobre un mismo punto. Pero nunca podremos hacerla culpable de un mal uso de la técnica. Si William Faulkner no hubiera existido quién sabe cuál sería el recurso por antonomasia de Oates, pero lo cierto es Faulkner existió y la técnica literaria in media res es y sigue siendo un recurso difícil a la vez que atrapante para todo escritor contemporáneo.

El del tiempo, es un tema recurrente en mis clases del Taller de escritura. Es necesario comprender que la estructura de una novela, puede seguir el desarrollo de la anécdota o no. Se puede empezar a contar la historia a partir de un momento cumbre y luego, adelantar o atrasar acontecimientos. Pero no hay por qué seguir la cronología de los hechos. A veces, por efectismo, por aclarar unas cosas, para iluminar otras, conviene avanzar acciones posteriores o adelantar datos al final.
El hecho de comenzar una historia desde la mitad de la acción recibe el nombre de “in media res”. Manejo del tiempo que es el elegido por Joyce Carol Oates para «La hija del sepulturero».

La historia comienza con su protagonista, Rebecca, cuando ésta tiene 18 años y su hijo 3. Algunas páginas más adelante, Oates  irrumpe en un futuro y de allí en más volverá intermitentemente a esa adolescencia generando nuevos puntos de partida para de esa manera estructurar, en ese vaivén temporal, la historia.
En ese comienzo Carol Oaetes introduce el perfil de una adolescente temerosa, prudente y con el recuerdo de su padre como una carga. “La naturaleza descarta al débil”, fueron las palabras que el sepulturero, padre de Rebeca, dijo alguna vez y esas palabras se imprimieron en el alma de la niña como una indeleble marca de fuego que condicionaría la mayoría de sus actos futuros. Porque “… hay que ocultar las debilidades…”, y Rebeca las ocultará. En 1936, los Schwart, una familia de inmigrantes judíos huyen de la Alemania nazi y se instalan en Chautauqua Falls un pequeño pueblo del estado de Nueva York. Este huir es una constante que marca la vida de casi todos los integrantes de la familia. Pero ¿De qué huyen los Schwart? ¿Del pasado? ¿De sí mismos? ¿Del destino? El padre, ex profesor de instituto, se rebaja como empleado del único trabajo al que tiene acceso: sepulturero y vigilante de cementerio. Es un hombre duro, adusto y Rebecca, su hija menor, sorbe esa rudeza y se reviste de una resistencia inagotable que será el combustible de su vida. Los prejuicios locales y la debilidad emocional de los Schwart provocan una terrible tragedia familiar. Rebecca, la hija del sepulturero, comienza entonces su sorprendente peregrinación de riesgo donde lo erótico se mezcla con lo intrépido y la necesidad de reinventarse a sí misma es el motor que mueve sus días.

Joyce Carol Oates maneja un lenguaje sencillo, claro y directo, lo cual permite que la historia discurra sin sobresaltos y resulte de fácil lectura. Mechadas en un discurso narrativo desde la tercera persona, son apreciables y cabe destacar las frases (a veces párrafos enteros) donde aparece el discurso directo de los personajes, que sin necesidad de explicaciones nos acerca de manera natural (por sus propias voces) el perfil de los actores. De esa forma el pensamiento de los protagonistas irrumpe en la lectura casi como un llamado de atención sobre situaciones extremas, una alerta que induce al lector no solo a reflexionar sobre esas situaciones a veces insostenibles dentro de la realidad de los personajes, sino que a la vez aporta una nota de brillo destacable para entrar en el interior de los protagonistas sin largas y complicadas explicaciones. Si bien la mayor parte de la historia discurre de manera cronológica mediante oportunos flashbacks el pasado irrumpe permanentemente para abofetear al lector y mostrar que el presente siempre es producto de un pasado que a veces queda oculto, sepultado pero que siempre regresa para hacer mella en el hoy de manera irreversible. La hija del sepulturero, es uno de esos libros que atrapan e inquietan, aunque por momentos la historia se dilata y los hechos parecen dar vueltas sobre sí mismos y algunos pasajes se tornan lentos, una perfecta espiral nos devuelve al aquí y ahora de la historia para atraparnos y seguir adelante. Desde mi modesta opinión, Carol Oates podría haberse ahorrado las 50 últimas páginas que son un continuar ad eternum porque cuando los protagonistas no mueren y alcanzan la esperada meseta de sus días, la historia puede continuar cientos, miles de páginas más pero eso quizás fuera motivo de un nuevo volumen al respecto. La vida misma es un eterno fluir y la historia bien podría haber finalizado antes de esas mencionas 50 páginas anteriores al punto final ya que desde el punto de vista de la protagonista no hay en Rebecca cambios relevantes. Hasta entonces, la hija del sepulturero anticipa desde su niñez lo que alcanzará en su madurez. Es un ser marcado por la violencia sin llegar a ser violenta nunca y como una pequeña ardilla acostumbrada a subsistir no se dejará deslumbrar por la bonanza ni se amedrentará por la adversidad, sino que se limitará justamente a sobrevivir.

Mucho se ha comparado a Joyce Carol Oates con William Faulkner como lo he resaltado más arriba. Ella misma reconoce la influencia del gran escritor aunque no menos marcantes, y reconocidas por ella también, son las lecturas de Lovecraft, Poe y más cerca en el tiempo las de Henry James de quien hereda esa debilidad y predisposición a mostrar el interior avasallante de sus personajes. La sensibilidad de Oates nos acerca a Rebecca Schwart, y con ella desentrañamos hasta donde llega la fuerza femenina que, a pesar de los infortunios, en medio de las más crueles fatalidades, se auto rescata del sufrimiento descubriendo cada día un motivo para seguir adelante. De nuestra literatura contemporánea, La hija del sepulturero como historia, Joyce Carol Oates como autora, son de lectura imprescindible.

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