Miénteme que me gusta

La mentira consiste en alterar deliberadamente lo que creo o pienso con un propósito determinado. Hasta ahí estamos de acuerdo. Pero, la mentira también depende del cristal con que se la diga. Puedo perfectamente, por ejemplo, proponer un enunciado falso porque creo en él, y por lo tanto lo hago con la sincera intención de estar diciendo la verdad; es decir que no necesariamente miento al decir algo falso si yo mismo no lo siento falso. Bien, bien estoy rulando el rulo, dirán ustedes porque en definitiva la mentira es la mentira pero, y la verdad… ¿quién es dueño de la verdad?
Casi estoy escuchando el sonido de vuestras mentes mientras leen esto, oigo sus gritos: ya basta de retórica y vamos a los hechos. De acuerdo: la mentira. Y no voy a dedicarme a filosofar porque no es lo mío sino a reconducir la intencionalidad de este artículo: la mentira en la literatura. Y es que la literatura está sembrada de personajes turbios movidos por la codicia y que, aferrados al poder, mienten y se reinventan según el contexto para salir airosos.
Alguien podría estar pensando en la novela picaresca El lazarillo de Tormes, por ejemplo, como el primer gran mentiroso serial de la literatura. Pues no, resulta que el pícaro es un superviviente simpático no un mentiroso de armas tomar. Tampoco encajan en la clasificación grandes mentirosos de la literatura como Cyrano de Bergerac, Anna Karenina, Raskolnikov o incluso Pinocho y Edmundo Dantés, porque esos personajes mienten por circunstancias: Cyrano porque es demasiado feo para su entorno; Anna Karenina por amor (adúltero, pero amor); Raskolnikov para ocultar un asesinato y Pinocho porque es un niño que está aprendiendo lo que la mentira conlleva y Edmundo Dantés se reinventa y pasa a ser El Conde de Montecristo para recuperar lo que era suyo.

Hablemos de casos más serios: el mentiroso compulsivo con aires de grandeza y el mentiroso más amenazador, con un perfil soberbio, avaricioso y calculador.

Giorgio Manganelli reflexiona sobre la naturaleza de lo literario en La literatura como mentira y nos la presenta como un artificio inmoral, cínico, provocador, antisocial, y dice que: “… la literatura es la renuncia a la verdad: la literatura no solo miente, sino que es toda ella mentira, y la historia de la literatura es a la vez la historia de un mismo engaño, repetido sin pausa”. Pero como lo prometido es deuda, no voy a ponerme académica y menos aún hacer de este artículo un ensayo sobre la condición de verdad o mentira de la literatura, que para eso, mejor lean a Manganelli o por qué no, La verdad de las mentiras de Mario Vargas Llosa.

Para entrar en tema, voy a confesarles una verdad: los lectores somos a veces seres impredecibles y aunque seamos seres honestos, nos gusta que nos mientan y si el engaño queda encerrado entre las tapas de un libro somos capaces de afirmar que hasta las mentiras sirven cuando de sumergirse en una historia se trata.
Por eso, y aclarada mi postura, no pecaré de docta, voy a limitarme a hablarles de los grandes mentirosos de la literatura de todos los tiempos.

Empezamos con un clásico de clásicos: David Copperfield de Charles Dickens.Muchos elementos de la novela hacen referencia a la propia vida de Dickens, siendo probablemente la más autobiográfica de todas sus obras. Considerada una «novela de aprendizaje», está narrada por su protagonista, quien detalla sus aventuras en su viaje desde la infancia a la madurez. En ese camino David Copperfield se encuentra con Uriah Heep, el antihéroe más sinvergüenza, soberbio, escurridizo, mentiroso, ambicioso, ladino, corrupto y maquiavélico de la literatura. Su avaricia y su cinismo, su complejo de superioridad y si inescrupulosidad, dan escalofríos porque encarna la soberbia y la ambición llevadas al extremo. Es el más complejo y controvertido, producto de una sociedad clasista donde los poderosos pueden hacer cualquier cosa. Uriah Heep para colmo se presenta con una pátina de falsa humildad y cargado de hipocresía, lo cual en un comienzo nos hace trastabillar y hasta nosotros, amigo lector, caemos en sus redes, este megalómano sabe cómo materializar sus objetivos y cuando logramos desenmascararlo llegamos a odiarlo con toda el alma y sin embargo como los lectores también somos a veces un poco naif, esperamos que se redima, una espera inútil hasta el final.
Pocos personajes de ficción cautivan y repelen como la Marquesa de Merteuil, protagonista de Las Amistades Peligrosas de Choderlos de Laclos. La novela en cuestión fue escrita en el siglo XVIII pertenece al género epistolar y aunque las cartas que podrían parecer un recurso monótono, no disminuye la continua energía del libro, en tanto que da relieve a las figuras centrales, la mencionada Marquesa y el vizconde de Valmont quienes se unen en un juego macabro basado en mentiras para desprestigiar y masacrar a un tercero solo por diversión y venganza. Quien mal anda mal acaba y la Marquesa no tiene un final muy feliz que no develaré en esta entrada.

Multimillonario estrafalario y elegante, buen mozo y seductor. Hasta acá compro y sobre todo si en mi imaginación se inmiscuyen las imágenes de Robert Redford o Leonardo di Caprio. Perfecto, adivinaron.
Se trata de El Gran Gatsby escrita por Scott Fitzgerald. Pero ojo que detrás de esa fachada de rompecorazones se esconde un misterioso personaje contrabandista y mentiroso, amén de obsesionado por una mujer por quien hará de sus mentiras un culto.

Una historia a medio camino entre lo grotesco y lo fantástico con un extravagante y desvergonzado protagonista que no provoca aversión sino que mueve a risa. Se trata de El barón Münchhausen, el gran mentiroso de la literatura, un personaje que se hizo famoso desde le ficción pero que está inspirado en un oficial de caballería famoso, a su vez, por las disparatadas historias que inventaba. Las sorprendentes aventuras del barón Münchhausen de Gottfried A. Bürger hará que te apiades de ciertos mentirosos patológicos que como el barón, sin maldad ni ambición, solo intenta ser el centro de atención de su cada vez más numeroso auditorio.

Cuando un hombre o una mujer afirman que: «¡te estoy diciendo la verdad!», hay mucho más que dos posibilidades ante esta afirmación. Primero, claro, puede ser que el hombre o la mujer digan, en efecto, la verdad. Segundo, puede que mientan como truhanes y que incluso la afirmación sea falsa. Y hasta hay una tercera posibilidad que la mayoría de las veces pasamos por alto: que si mienten o dicen la verdad no tenga ninguna importancia. Es lo que sucede con uno de esos héroes en que los escritores proyectan sus ansias de rebeldía contra la dictadura de la verdad es el gran Holden Caufield. “Soy el mentiroso más terrorífico que hayas visto en toda tu vida. Si estoy de camino a una tienda a comprar una revista, y alguien me pregunta dónde voy, soy tan mentiroso que diría que voy a la ópera. Es terrible, no puedo evitarlo”, asegura el protagonista de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger.

Y no quiero olvidarme de un personaje que casi como el Gran Gatsby despierta odio y lástima a la vez. El personaje es un villano, un criminal de carrera, un estafador y un asesino en serie, me refiero a Tom Ripley, el embaucador asesino de las cinco novelas de Patricia Highsmith. En la primera historia, El talento de Mr. Ripley, el protagonista comienza siendo un buscavidas ocasional que es enviado a Italia para convencer al hijo de un millonario para que vuelva a Estados Unidos. Sin embargo, como desea el estilo de vida, se empieza a acostumbrar y acaba adoptando la personalidad del joven tras asesinarlo y allí comienza su primer gran mentira, habrá muchas más….

Odiados, maldecidos, condenados por los lectores, los farsantes despiertan la antipatía de muchos y, porque en algún costado hasta se nos parecen, muchas veces provocan ternura o compasión. Querido mentiroso, protagonista o antagonista, has logrado despertar en mí una cruel dicotomía y aunque sufra en ese estado voy a pedirte por favor: miénteme que me gusta, porque una historia jamás podría ser lo que ha sido, lo que es y lo que será sin tus eternas mentiras.

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