La Literatura Comparada es una disciplina que estudia las relaciones entre obras literarias de diferentes culturas, idiomas, períodos históricos o géneros. Estudia textos de distintas lenguas y tradiciones, buscando similitudes y diferencias.
Relaciona la literatura con otras disciplinas como la historia, la psicología o la política.
No se limita a una nación o a una época, sino que examina la literatura en un contexto histórico amplio. Analiza la influencia de un texto sobre otro e incluso aborda la re-escritura de temas y mitos a lo largo del tiempo.
En resumen, la Literatura Comparada nos ayuda a entender la literatura como un fenómeno interconectado, mostrando cómo las ideas y narrativas se transforman y dialogan a lo largo del tiempo y las culturas. Es un enfoque relativamente moderno, pero sus raíces nos llegan desde los primeros estudiosos de la literatura como Aristóteles o Aristófanes, aunque evoluciona significativamente en el siglo XX.
Pero…, salvo que quieras entrar de lleno en esta disciplina, lo académico solo nos sirve como punto de partida. Casi siempre las explicaciones desde lo cotidiano suelen ser más gráficas, más amenas, más cercanas a nuestro entendimiento.
Al pan, pan y al vino, vino, me digo… entonces se me ocurre que un cuento puede ayudarme para acercarte una simple explicación.
Si hablamos de cuento lo primero que tenemos que tener en cuenta es: el personaje, ya lo tengo: mi personaje se llamará Valeria y como todo cuento debe tener un conflicto para convertirse en tal, Valeria tendrá el suyo que es: cada vez que lee un libro le parece estar leyendo otro.
“Atención para todos aquellos que intentan incursionar en la escritura de ficción y sobre todo en un texto corto, el conflicto y el personaje es lo primero que deberás plantearte”. En este caso Valeria sería mi alter ego tratando de explicarles un poquito más fácilmente la Literatura Comparada.
Valeria amaba los libros desde que tenía conciencia, por eso cuando se hizo grande estudiar Literatura le pareció no solo lo más acertado sino lo único que lograría hacerla feliz. Los libros, vivir entre libros era la felicidad para ella y así cuando le ofrecieron un puesto en la Biblioteca Municipal no dudó ni un instante.
No esperaba encontrar mucho más que estanterías polvorientas y quizás manuscritos olvidados, en un principio se conformó y hasta se alegró. Sin embargo, Valeria buscaba algo más que abrir las tapas de un libro y leer, buscaba entender por qué desde hacía unos meses al pensar en un libro pensaba en otros, e imaginaba una enorme ciudad donde un libro fuera todos y todos fueran uno solo, algo similar a la Biblioteca de Babel concebida por Jorge Luis Borges.
Su primer día de trabajo no fue agotador sino estimulante. Por ejemplo, cuando un joven de gafas le pidió no uno sino varios libros que hablaran sobre la fatalidad y el destino, al principio Valeria dudó pero enseguida la memoria vino en su auxilio.
–Edipo de Sófocles –dijo sin dudarlo–. Edipo: Mata a su padre sin saberlo y sufre una culpa insoportable al descubrir la verdad. Su tragedia es el resultado del destino inevitable; intenta escapar de su profecía, pero termina cumpliéndola.
El muchacho la miró como si aquel ejemplo no le alcanzara. Entonces Valeria rebuscó en su memoria: –Hamlet de Williams Shakespeare –casi gritó–: No está atado por una profecía, como Edipo, pero el asesinato de su padre lo coloca en una encrucijada que lo arrastra a la tragedia. Y como los ojos detrás de las gafas se abrieron cada vez más Valeria tomó coraje y continuó –Raskólnikov, el personaje de Dostoievski en Crimen y castigo –acotó–. No es víctima del destino en sentido mítico tampoco, pero su propia ideología y culpa lo llevan a un desenlace inevitable.
Más tarde casi promediando la tarde apareció una mujer de mediana edad que casi en susurro, como si lo que estuviera pidiendo fuera un sacrilegio le dijo:
–Quisiera una novela que hable sobre el suicidio –ante la perplejidad de Valeria y casi con lágrimas en los ojos la mujer agregó–: es que mi hija estaba de novia y de repente decidió quitarse la vida hace dos años y aún no encuentro una explicación para eso.
Valeria no estaba para funcionar como psicóloga de manera que una vez más apeló a su memoria.
–Anna Karenina de León Tolstói –susurró y agregó– Madame Bovary de Gustave Flaubert, –y como la mujer hizo un gesto de mudo interrogatorio, agregó–: ambas protagonistas femeninas recurren al suicidio tras relaciones amorosas fallidas.
Cuando las puertas de la Biblioteca se cerraron para el público Valeria sintió que realmente aquel era el sitio correcto para encontrarle sentido a ese intríngulis que la acechaba.
Una a una fue apagando las luces de la sala de lectura. Luego fue el turno de las estanterías desde la A a la J y desde la K a la S y por fin hasta la Z. Solo le faltaba apagar su escritorio en la recepción pero cuando se dirigía hacia allí, una lucecita que parecía salir del suelo le llamó la atención. Quizás, durante el día, las otras luces eclipsaban esta, que parecía una vela en medio de un apagón, caminó hacia esa luz, se adentró por un pasillo que hasta entonces no había visto, la luz cada vez se divisaba mejor y era evidente que provenía del suelo: un sótano, murmuró Valeria, qué extraño, pensó, durante el día no había reparado en ese pasillo ni siquiera sabía que la Biblioteca tuviera un sótano. Sin pensarlo bajó por una escalera caracol tanteando con cuidado cada escalón, y venciendo el temblor de sus piernas se adentró en las profundidades de aquel suelo. Poco a poco, a medida que descendía se le fue revelando una sala circular con estantes de madera antigua, un silencio profundo, misterioso convertía aquel espacio un sitio sobrenatural. En el centro, una mesa con un solo libro abierto. Al principio lo relacionó con el cambio de luz, adecuarse a las casi tinieblas no fue fácil, sin embargo al acercarse, no le quedaron dudas; las palabras sobre las páginas de aquel libro cambiaban constantemente, como si estuvieran vivas o más bien como si una mano invisible re-escribiera sobre lo escrito.
–¿Es posible que un texto se reescriba? –susurró.
–No se reescribe –respondió una voz detrás de ella–, se transforma.
Valeria giró sobre sí misma sorprendida y vio a un anciano con gafas gruesas y una túnica oscura. Antes de que pudiera pensar en el libro de Harry Potter de J. K. Rowling, con Dumbledore y todo eso, el anciano sonrió.
–Bienvenida a la Biblioteca de los Ecos –dijo el hombre–. Aquí es donde las historias se reflejan unas en otras, se confrontan, se transforman o como dicen los estudiosos de hoy en día: se comparan. Y con un gesto, le indicó que leyera.
Valeria vio un fragmento que reconoció enseguida como El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez pero al dar vuelta la página estaba segura de estar leyendo Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos. Perpleja, inquisidora, levantó la vista.
–Ambas obras retratan la figura de un dictador latinoamericano desde una perspectiva crítica y experimental –explicó el anciano y con un gesto señaló la mesa de al lado.
Obediente, Valeria se dirigió al siguiente libro y leyó: “El abogado Mr. Utterson era un hombre de rostro adusto, que nunca se iluminaba con una sonrisa; frío, parco y torpe en su discurso; reservado en sus sentimientos; enjuto, alto, polvoriento, aburrido, y, sin embargo, de algún modo entrañable”. Sonriente levantó la vista. –El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert L. Stevenson –musitó.
El anciano permaneció inmutable mirándola fijamente y Valeria tímidamente en esta oportunidad dio vuelta la página y siguió leyendo: “Dicho esto, saltó veloz por la ventana del camarote al témpano que había junto al barco. Las olas se lo llevaron rápidamente, perdiéndose en la oscura lejanía”. Era evidente que era la frase final de Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley y ya no solo perpleja sino asustada, Valeria cerró de golpe el libro, el sonido retumbó en la pequeña estancia.
–En este caso, la lucha interna entre el bien y el mal, así como las consecuencias de jugar con los límites de la ciencia y la naturaleza humana es lo que los une –aclaró el anciano. Y como Valeria fue incapaz de articular palabras agregó: –Cada obra contiene ecos de otras. Los personajes, las tramas, las ideas… todos dialogan más allá del tiempo y el espacio y eso ha dado lugar a una ciencia moderna denominada “Literatura Comparada”. La literatura comparada es más que un método: es un tejido invisible que une todas las historias.
La perplejidad y el miedo cedieron paso a la fascinación y Valeria pasó el resto de la noche leyendo, explorando. Vio cómo el Fausto de Johann Wolfgang von Goethe se convertía en la página siguiente en El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, cómo la rebeldía de Edna Pontellier, la protagonista de El despertar de Kate Chopin se replicaba como un eco en la Nora, la protagonista de Casa de muñecas de Henrik Ibsen. Finalmente, cuando levantó la vista, la biblioteca había desaparecido, el anciano en algún momento se había retirado o se había evaporado, a esa altura Valeria pensó que todo era posible. Lo cierto es que estaba de nuevo en el sótano, pero ahora frente a estantes similares a los de la sala de lectura del piso superior. Todo parecía normal, sin embargo, algo en ella había cambiado.
Sonrió con la seguridad, ahora, de estar en el lugar exacto.
Vivir entre libros era su felicidad y desde esa noche cada vez que penetra en una historia, no puede evitar escuchar los ecos de otras historias, tejiendo en su mente lazos indisolubles, como si una Biblioteca plagada de Ecos hubiera surgido dentro de ella.

Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.
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