La literatura es peligrosa

Para la literatura el mundo no es solamente lo que conocemos, los que nos cuentan a diario y que no hace falta repetir. Para la literatura el mundo se esconde detrás de interrogantes que los filósofos tratan de desentrañar, detrás de detalles que los políticos tratan de ocultar, los científicos de explicar y que la mayoría de nosotros ni siquiera imagina.

Los textos literarios, y su lectura libre, como sucede con la recepción del arte en general, nos movilizan para la búsqueda de personales e impredecibles recorridos hacia la comprensión del mundo y de nosotros mismos. Si leemos en libertad los textos, complejos, ambiguos, inabarcables de la literatura, nos preparamos, para al mismo tiempo entender la realidad compleja, ambigua, inabarcable, a veces absurda, y hasta incompresible, que nos rodea. Por eso a veces leer y ni qué decir de escribir, entrañan ciertos peligros.
La literatura es peligrosa porque actúa sobre los lectores justamente en sentido contrario a cualquier modalidad de transmisión de un «deber ser» consensuado socialmente. La literatura es búsqueda y descubrimiento de significados, y no reproducción pasiva de verdades digeridas por otros.
Como el juego, como el arte en general, la literatura es rebelde, indomable, contestataria, sediciosa y es peligrosa. Y no lo afirmo yo que no soy quien para erigirme en creadora de principios académicos.
Sergio Ramirez, escrito, ensayista periodista, Premio Cervantes 1997 y Premio Alfaguara 1998. Miembro de la revolución sandinista y ex vicepresidente del mismo Ortega, Ramírez recibió un respaldo internacional tan unánime como contundente. Exiliado ahora en España, Ramírez aprovechó la ceremonia en la que recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, para afirmar en su discurso de recepción lo siguiente: “Mi primera reflexión de esta noche, al recibir la medalla del Círculo de Bellas Artes, un honor como pocos en mi vida de escritor, es que la literatura es un oficio peligroso cuando se enfrenta a las desmesuras del poder de las tiranías, que nunca dejan de sentirse amenazadas por las palabras.”

La literatura siempre ha sido peligrosa, tomar un libro es tomar una cabeza ajena, es cuestionar, es responder, es comparar, es vivir, morir, reencarnar seres que hace mucho tiempo se fueron, controlar lo incontrolable, conocer realidades que creíamos inexistentes. Conocer el verdadero mundo y no ese que nos impone la sociedad, un gobierno de turno, la moral y/o las así llamadas buenas costumbres.
Los libros son armas cargadas de futuro, pero sobre todo son las voces del presente que nos alertan sobre lo que estamos viviendo, sobre lo que no sabemos, sobre lo que nos ocultan, sobre todo eso que está por venir.

En el marco de la presentación de su libro “Sin literatura no hay Derecho”, el Doctor Gerardo Laveaga Rendón, director del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe) en México, aseguró que la literatura ha sido detonadora de cambios sustanciales en las sociedades del mundo. Pidió no perder de vista, que la literatura es más que una novela rosa que se lee para pasar un rato de esparcimiento y acotó que: “La literatura es mucho más peligrosa y subversiva de lo que se cree, porque cambia y transforma la mentalidad de las personas, y provoca un cambio cultural como detonador inevitable de los cambios que marcan a las sociedades”.
Y para reafirmar esos conceptos es que podemos remontarnos en la historia de las letras y ofrecer varias muestras del peligro que representó la literatura desde que existe como tal.

Considerado como la base de la biología evolutiva, El origen de las especies de Charles Darwin, introdujo la idea de «selección natural» y especiación. Este libro fue prohibido por primera vez en 1859 por la biblioteca del Trinity College de Cambridge, donde Darwin había sido estudiante. En 1925, Tennessee prohibió la enseñanza de su teoría de la evolución en las escuelas; la ley estuvo vigente hasta 1967. El libro también fue prohibido en Yugoslavia en 1935 y en Grecia en 1937. Por supuesto que lo prohibieron simplemente porque daba por tierra con las ideas de la Iglesia Católica (al servicio de los gobiernos de turno) que por entonces manejaba la supuesta moralidad de una sociedad pacata que acataba sus leyes.
Una mujer infiel que no se arrepiente de ello, en 1857 significaba un “ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres”, este tema fue suficiente para que Gustave Flaubert, el autor de Madame Bovary fuera llevado a los tribunales. Una vez más las altas esferas episcopales y gubernamentales diciendo lo que se puede y lo que no.

Si un libro te deja pensando, es precisamente el libro correcto, el que cumple su función dentro de la sociedad.
Al más puro estilo de las series de Netflix, un grupo de niños náufragos en una isla en medio de la nada y sin supervisión adulta, establecen sus propios códigos de conducta y crean una sociedad. Publicado en 1954, El señor de las moscas de William Golding es una alegoría sobre el comportamiento humano cuando no hay leyes ni convenciones sociales. Y ha sido tan polémico que la American Library Association lo catalogó como uno de los 100 libros más controversiales de la historia.
La Regenta de Leopoldo Alas (Clarín) es probablemente la mejor novela española del siglo XIX y fue prohibida por el franquismo por su anticlericalismo, su “lascivia sacrílega” y su denuncia de la hipocresía, y el doble discurso del gobierno, el autoritarismo y la falsedad en la sociedad de provincias en la España de entre guerras.
El año en que el ayatolá Jomeini puso precio a la cabeza de Salman Rushdie, que desde entonces vive con protección policial, fanáticos musulmanes llegaron a atacar a algunos de los traductores y al editor noruego de la novela Versos satánicos, una sátira sobre Mahoma y el Islam. El humor nunca ha sido bien visto por estos extremistas que en nombre de la religión cometen las más atroces barbaridades. El libro sigue sin poder publicarse en muchos países musulmanes y la recompensa actual por asesinar a su autor alcanza los 3 millones de dólares.
El código Da Vinci de Dan Brown, llamado el bestseller de los aeropuertos y fenómeno social, fue condenada por el Vaticano por su visión negativa del Opus Dei y por defender que, básicamente, toda la historia que nos ha contado la Iglesia Católica está basada en mentiras. Sin grandes alardes literarios al menos Dan Brown logró instalar en la cabeza de muchos, dudas que ya pululaban en la cabeza de unos pocos.
Condenado por sodomía (homosexualidad) a dos años de trabajos forzados que cumplió en la cárcel de Reading, el brillante escritor que arrasaba entre la sociedad victoriana acabó muriendo enfermo y arruinado en París. Hablo de Oscar Wilde cuyas obras fueron repudiadas junto a su figura en uno de los episodios más vergonzosos de la historia infame de la homofobia.

La censura ha existido desde que el hombre aprendió a escribir. Censurar textos es una forma de prohibir ideas e impedir que se difundan. La Santa Iglesia Católica parece haber sido la mayor censuradora de la historia de la literatura universal. Autores como Erasmo de Róterdam, Miguel de Cervantes, Fernando Rojas, fueron censurados por la Santa Sede como una especie de prolongación de las persecuciones de la Santa Inquisición.
Pero no solo una institución patriarcal y autoritaria como la Iglesia detentan el privilegio de la censura: los regímenes totalitarios del mundo entero también. No olvidemos la quema de libros durante el régimen de Hitler en la Alemania nazi acaecido en la Bebelplatz de Berlín el 10 de mayo de 1933. El poeta Heinrich Heine había escrito años antes: «donde se queman libros, al final también se acaba quemando gente».
Y lamentablemente Argentina vivió uno de los períodos más oscuros de su historia donde además de libros se eliminó gente. Recordemos el 24 de marzo de 1976 cuando el silencio y la censura ocuparon los estantes de las Bibliotecas de la Ciudad. La pira bibliográfica más grande que perpetró la dictadura militar en Argentina se produjo el 30 de agosto de 1980. En un baldío de Sarandí, Provincia de Buenos Aires, donde se quemaron más de un millón y medio de libros y fascículos del Centro Editor de América Latina.
Cuarenta y cuatro años después, y en el marco del Día de la Memoria, el 24 de marzo de 2020, y bajo el Lema “Prohibido no leer”, se recordaron algunos de los autores argentinos que, perseguidos durante la dictadura cívico militar que se instaló en nuestro país a partir de 1976, se vieron obligados al exilio y sus obras por supuesto fueron prohibidas. Entre ellos: Manuel Puig, Elsa Bonermann, Julio Cortázar, Ricardo Piglia, Griselda Gambaro, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh.

La lista, lamentablemente es tan larga como real, es la afirmación que da comienzo a este artículo: la literatura es peligrosa, y lo es, porque no solo los autores citados eran perseguidos, y en muchos casos como Rodolfo Walsh asesinados, sino que también eran cuestionados y puestos en la mira de los servicios de inteligencia, aquellos lectores que osaran asomarse a las páginas de algunos de estos autores.
La lista de escritores prohibidos en Latinoamérica es extensísima. Pablo Neruda en Chile, Augusto Roa Bastos en Paraguay, Mario Benedetti en Uruguay, por citar solo un puñado de ellos.

Leer es peligroso, escribir también. La literatura parecer revertir cierto peligro para las mentes estrechas. La población aprende a decidir, a pensar y sostener un punto de vista. La literatura es un peligro porque un pueblo que elige qué leer, después elegirá también a sus gobernadores y muchos no serían elegidos si el pueblo leyera lo que quiere, lo que debe. La literatura es un peligro porque una sociedad analfabeta es fácil de manipular por el tipo de institución que sea: política, religiosa, militar, incluso la escuela, durante mucho tiempo, fue un reservorio de mentes dirigidas hacia un tipo de texto y vedadas de la elección de lectura.
Mario Vargas Llosa afirma que al leer “nos preparamos para combatir la injusticia”. El Nobel de Literatura quien se encontró con los libros a los cinco años de edad e hizo de ellos un refugio que lo resguardó del autoritarismo y la violencia de su padre, piensa que la literatura “es un arma maravillosa que hemos encontrado para hacer menos profunda e irreversible la injusticia”.

La literatura es peligrosa y yo no dejo de pensar en las palabras de Quino cuando habla por boca de Mafalda: “Vivir sin leer es peligroso, te obligan a creer en lo que te digan”.


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