La clave está en el miedo

Evidente, claro, contundente: las historias de terror suelen ser apasionantes. El terror es un miedo extremo y la angustia por no hallarle explicación a ese miedo. ¿Qué hace que las historias de terror nos atrapen? Prestemos atención a las palabras con que H.P. Lovecraft explicó la pasión hacia el género más extraordinario de todos:

“La más vieja y fuerte emoción de la humanidad es el miedo, y el más viejo y fuerte de los miedos es el que se da por lo desconocido”.

La clave, la chispa que enciende esas historias está en el miedo. Así, en noches silenciosas y arrebujado entre las mantas de tu cama, una presencia amenazante de pronto excede las páginas del libro, un escalofrío recorre tu espalda, se extiende a tus extremidades que temblorosas se aferran a ese libro que despierta tus más oscuros temores y en el lúgubre silencio de tu habitación descubres que además ese miedo es una adicción difícil de entender, casi una necesidad.
El miedo te gusta. Y te gusta porque el miedo se encuentra lejos, en lo meramente ficcional, “los monstruos no existen” te repites más de una vez y aunque tus manos sigan temblando y tu mente se estremezca y tu psiquis se agite vuelves a reconfortarte repitiendo “los monstruos no existen” pero que los hay, los hay.
Si hemos seguido paso a paso a través de la Historia de la Literatura las historias de miedo, sabremos que empiezan allá lejos y hace tiempo. H.P. Lovecraft fue pionero en contarnos historias que dan miedo, Edgard Allan Poe no le fue en saga, más tarde llegarían Washington Irving, Honoré de Balzac, Nathaniel Hawthorne y John William Polidori. Ellos supieron hacerte sentir el miedo, ese que lleva adherido el horror y que se origina en ese vínculo antiguo y primitivo que tenemos con nuestra poca habilidad para determinar si lo que nos espanta es real o por lo menos coherente con la experiencia de nuestros cinco sentidos.

El miedo es según la RAE es: Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. El miedo es un estado psicológico que puede no existir pero que nos vuelve vulnerables por el solo hecho de que pudiera ser real.
Atrapar el miedo, dejarlo encerrado entre las tapas de un libro nos libera de sentirlo en la realidad. El miedo es cosa de ficción, sueles pensar al abrir el próximo libro de terror, “los monstruos no existen”, murmuras convencido de que podrás ahuyentar de la realidad esos monstruos que desde las palabras de tinta amenazan con ser tus propios recelos, tus fobias, tus delirios, tus monstruos.

Leyendo, el miedo se interioriza, se hace uno con nosotros mismos, esto me ha pasado más de una vez leyendo al Maestro del terror: Stephen King. ¿Quién no ha temblado al ver un hotel abandonado luego de haber leído “El resplandor”? Dime si eres capaz de mirar un payaso con la misma ternura luego de haberte sumergido en las páginas de “Eso”. El miedo para King está unido a nuestros miedos internos, no al mundo que nos circunda sino a ese otro mundo, el interno, el de las fobias, el de las posibilidades de que los monstruos existan en nuestra mente.

Lo primero que una buena historia genera es ansiedad que de a poco se transforma en angustia y entonces el miedo. Las buenas historias de terror apelan a aquello con lo que más nos cuesta luchar y por supuesto sabedores de que “los monstruos no existen”. No existen con cara fea y ojos saltones, no existen con verrugas en la barbilla y piel color verde, pero que los hay los hay. Porque esos monstruos con los cuales trabaja el género de terror o más bien con los cuales los autores de terror te meterán miedo, no provienen del exterior, de un fenómeno físico, sino que nacen y se arraigan en nuestro interior, en nuestra psiquis.
Si sabemos que no existen ¿Por qué nos atraen las historias de fantasmas, de casas embrujadas, o monstruos? ¿Lo hacemos porque nos gusta sentir miedo? Una posible explicación quizás sea la manipulación. La emoción que experimentamos al ver u oír historias de terror es algo que podemos controlar, en un momento dado podemos parar, cerrar el libro.
La lectura es un acto voluntario y la duración puede ser tan breve como nos dé la gana. Nosotros decidimos cuando dejamos de tener miedo, cosa que en la vida real no podemos hacer. Para eso, cuando el pánico se hace insostenible cerramos el libro y el miedo se volatiliza, queda encerrado entre las tapas del libro, sabemos que cuando eso ocurra llegará una sensación de alivio que nos hace relajarnos, hemos superado el miedo y eso nos causa placer. Un raro placer que también nos prestan los libros, el de controlar.

Porque en definitiva, el miedo es esa emoción poderosa y de raíces primitivas que habita en lo más profundo de nuestro cerebro para cumplir un fin básico, garantizar la supervivencia. Controlamos el miedo, lo dominamos ergo seguimos vivos y nada puede causarnos daño.

Los ruidos fuertes, los animales salvajes, las tormentas, los laberintos interminables todo eso puebla nuestra mente más allá de los libros. Están en nuestras pesadillas confesadas o no, recordadas u olvidadas para preservarnos para seguir andando mentidamente indemnes por la vida. Porque los miedos nos pertenecen, son nuestra forma de sobrevivir, de preservarnos, de pensar que nada puede afectarnos si tan solo lo imaginamos, si nos convencemos de que los monstruos no existen.
Pero que los hay, los hay…

Por ello cada vez que leas algún cuento, un libro, un relato, una historia de terror, es necesario que lo hagas con el deseo de divertirte, emocionarte, pasar un buen momento. Por favor no te tomes al pie de la letra esas historias inventadas al punto de hacerte imposible estar tranquilamente en casa. Y si eso sucede, cierra el libro quédate arrebujado entre las mantas de tu cama, disfruta de la noche, aún si hay tormenta, y convéncete de que sentir miedo y saber controlarlo puede ser tan sano como tomar un vaso de agua y continuar durmiendo.


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