Ese extraño extrañamiento

Acabo de leer Carta a una señorita en París de Julio Cortázar y no puedo menos que volver a empezar.

“De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose”.

Desde la primera frase entramos en contacto con una realidad que a todas luces no es la real, porque nadie en el día a día vomita conejitos. Sin embargo, conforme vamos avanzando en la lectura de este cuento magistral, nos sumergimos en la posibilidad no solo de que vomitar conejitos sea posible, sino de que estos seres trastoquen, acomoden, dibujen y desdibujen la realidad de manera casi natural. No voy a entrar en el análisis del cuento porque ya muchos antes que yo lo hicieron. Pero quiero detenerme en el recurso que Cortázar utiliza para que vomitar conejitos sea una acción natural: El extrañamiento.

Extrañamiento. ¡Vaya palabrita! No es para tomársela en solfa. Y como no hay mejor comienzo que comenzar, empiezo por empezar. La RAE dice que es: “Acción y efecto de extrañarse o extrañar”. Extrañar tiene varias acepciones, vamos a quedarnos con la 2º: “Ver u oír con admiración o extrañeza algo”.
Hasta acá las definiciones pero sin duda, para entender por qué el extrañamiento es la palabrita que hoy nos convoca, habrá que afilar un poco más el lápiz. El extrañamiento en literatura, por supuesto, ya que es la lectura y la escritura nuestro ámbito de encuentro y reflexión.

Luego de la académica definición de la RAE entonces pasemos a la palabra escrita. Sabemos que el cerebro está condicionado para entender lo cotidiano de acuerdo a las experiencias, que reiteradas en el día a día, acaban siendo lógicas. En otras palabras nuestra precepción se automatiza como consecuencia de la rutina. Por ejemplo: en invierno es habitual una bebida caliente, una manta abrigada, el calor de una estufa. De lunes a lunes, esas situaciones se repiten y mientras dura el invierno son habituales y no nos asombran ni nos movilizan. Ahora bien, después del invierno llega el verano y nos alejamos de las estufas, las bebidas calientes y las mantas abrigadas y cuando vuelve el siguiente invierno recuperamos esos hábitos pero tienen un sabor distinto al del año anterior, todo vuelve a ser nuevo, una experiencia renovada. Pero si tomamos distancia de esos hechos habituales, estos dejan de ser conocidos, se vuelven extraños. Si nuestras vivencias, que por conocidas son reales las convertimos en situaciones extrañas (como el hecho de vomitar conejitos), y otorgamos a esas situaciones el don de la probabilidad, estaremos permitiéndonos mirar la realidad con otros ojos. El extrañamiento entonces sería percibir lo insólito como cotidiano, mirarlo desde una perspectiva distinta y aceptarlo como posible y real. Lograr que el lector lo perciba como conocido.

Por eso en el cuento de Cortázar nos extraña que el personaje, en un medio ambiente conocido, vomite conejitos pero más nos extraña aún que para el personaje eso sea algo natural. El extrañamiento provoca entonces en el lector una incertidumbre: ¿es normal vomitar conejitos solo que yo no lo sabía?
El quiebre de una realidad conocida, donde ingresa una realidad probable que el personaje admite como normal, genera en el lector el llamado efecto del extrañamiento que en realidad es una técnica que el escritor utiliza para mostrarnos que la vida puede ser como la vemos y sentimos o puede ser de otras mil maneras distintas. La literatura brinda la posibilidad de que esas situaciones insólitas sean viables y que nos amiguemos con el extrañamiento y así, mientras dure el tiempo de la lectura aceptamos que lo extraño no solo puede ser real sino que es real.

El extrañamiento en literatura es como el verano, nos aleja del invierno y cuando este regresa ya no es lo que era, nos extraña. Parafraseando a la RAE: “vivimos con admiración o extrañeza ese nuevo invierno”. Pero ese extrañamiento no modifica la realidad como si estuviésemos en un mundo de fantasía, el extrañamiento no modifica la percepción de la realidad sino la manera en cómo aceptamos esas situaciones fantásticas en una historia. Dicho de otro modo, el extrañamiento logra que el lector perciba lo extraño como conocido generando así una especie de movilización que va desde afuera (el relato) hacia adentro (el extrañamiento del lector).

Pero no es Cortázar el único autor que hizo uso de este recurso. En realidad, se utiliza en muchos géneros, pero en el que mejor lo podremos distinguir es en la literatura fantástica. De hecho no hay literatura fantástica sin esta dislocación de la percepción.

Un gran ejemplo de esto lo ofrece el escritor uruguayo, Felisberto Hernández, en varios de sus cuentos, por ejemplo, en El cocodrilo. El hecho insólito (extraño) en este caso, es de alguien que se pone a llorar en los lugares y los momentos más inesperados. Esto perturba el orden dado en el relato y sorprende porque la situación se repite en otros contextos del personaje donde el llanto es el medio para obtener beneficios. El autor supo aquí unir el atractivo de una anécdota llamativa con una realidad enfocada desde lo humorístico enlazado con lo dramático. El relato cuenta la vida de un vendedor de medias que llora para conquistar clientela, lo extraño de esta actitud (casi cómica) unido a lo dramático (si no vende no gana dinero), proporciona una visión raramente emotiva de la condición humana. Lo cierto es que el lector primero sonríe, luego se acostumbra a ese llanto y por fin lo dramático estalla en la cotidianeidad del relato y conmueve al lector. Se ha producido la magia de lo extraño en un mundo real.
El extrañamiento ocurre cuando la atención está puesta en el contraste de los órdenes (cotidiano habitual / extraño inusual) y no en la amenaza o construcción de uno sobre el otro.

Ahora bien, suele pasar bastante seguido que se confunda lo maravilloso con lo extraño. Pero lo maravilloso (como género o subgénero literario) no pertenece a lo extraño. Solo es extraño aquello que es ajeno a lo que percibimos como común.
Podemos resumir estas diferencias de la siguiente manera:

  • Si las cosas insólitas conviven en armonía con las normales (elfos y humanos, por ejemplo), no hay una suspensión de la cotidianeidad, por lo tanto no hay extrañamiento.
  • Si las cosas insólitas problematizan con las normales, si se produce extrañamiento.
  • Si el mundo es todo insólito y sus objetos, acciones o sujetos se rigen bajo las normas de ese universo, entonces nuevamente no existiría extrañamiento.

No es necesario que lo insólito sea sobrenatural, solo debe ser algo que esté en conflicto con lo habitual. Debe existir un contraste entre lo natural y lo insólito sin que parezca imposible. Por muy absurdo que nos parezca vomitar conejitos, termina siendo un acto normal dentro del mundo creado por Cortázar en su relato Carta a una señorita en París. Y es que la magia de esta técnica se produce justamente cuando el eje está puesto en el contraste entre el mundo normal y el insólito o extraño.
Considerar normal o lícito lo habitual no siempre nos garantiza vivir en un mundo real. Trastornar nuestra acostumbrada percepción y cuestionar la realidad a veces nos permite trasponer las fronteras entre aquello que nos imponen y lo que verdaderamente queremos o entre lo obligado y lo voluntario. El extrañamiento entonces, a veces nos permite la loca idea de que el mundo tal y como lo conocemos puede ser diferente.

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Libros en el artículo

  • Bestiario – Julio Cortázar
  • La casa inundada y otros cuento – Felisberto Hernández

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