Porque te quiero te aporreo

Existen ciertos arquetipos que, por más que intentemos huir de ellos, siempre parecen captar nuestra atención de una manera u otra. Y uno de los más poderosos en la literatura romántica es, sin lugar a dudas, el eterno conflicto entre dos personajes que, al principio se odian con toda su alma, pero que con el paso de las páginas se ven arrastrados hacia una atracción cada vez más innegable.

El clásico cliché que casi todos podemos identificar de forma instantánea cuando hace su primera aparición: “porque te quiero te aporreo” o “enemigos – amantes”. Este estereotipo ha sido un motor literario para generaciones de escritores y lectores, y siempre ha funcionado como una especie de hechizo que convierte la confrontación y el desdén en una profunda pasión. En este tipo de historias, el antagonismo no es solo una característica que define la relación, sino también el primer paso hacia el enamoramiento y para los que pasamos de la lectura a la escritura, es una buena herramienta para usarlas en nuestras historias.

¿Pero, por qué resulta tan irresistible esta dinámica? La respuesta radica en la tensión: el choque de personalidades, las diferencias que parecen insalvables, las palabras mordaces que se lanzan como flechas envenenadas y que la mayoría de las veces contienen un mensaje contrario al que se verbaliza: te odio, en estos casos encierra un te amo intensísimo. Y entonces esa fricción convierte la relación en algo tan magnético como imposible de detener. Los personajes se desafían mutuamente, se ponen a prueba, y en el proceso, descubren que lo que en un principio parecía desprecio, no es más que la superficie de una conexión mucho más profunda y compleja. Es como una danza peligrosa, una lucha entre dos fuerzas que se atraen sin quererlo, y eso da fuerza a la narrativa y atrapa al lector.

Pensemos, por ejemplo, en el icónico Orgullo y prejuicio de Jane Austen. Elizabeth Bennet y el Sr. Darcy son el ejemplo más claro de este tropo. Desde el primer encuentro, Elizabeth desprecia la arrogancia de Darcy, y él, por su parte, no es menos desdeñoso con ella. Sin embargo, lo que empieza como un antagonismo puro y simple, se va transformando a lo largo de la novela en una relación que es, al principio difícil de creer pero al final, imposible de rechazar.
¿Cómo se explica esta transformación? A través del crecimiento personal, la humildad que Darcy y la capacidad de Elizabeth para reconocer sus propios prejuicios. De enemigos se convierten en amantes, pero no por arte de magia, sino por un proceso de comprensión y cambio mutuo.

Lo fascinante de usar estas dualidades, es que genera una inmediata adhesión por parte del lector porque que el odio no es estático, no al menos cuando se trata de una relación entre dos personas. Ese aparente “odio”, se mueve, se modula y se transforma en algo mucho más complejo. En lugar de ser simplemente una relación de fuerza y enfrentamiento, se convierte en una oportunidad para que ambos personajes aprendan de sus propios defectos y de los del otro. Cada uno va descubriendo, de manera lenta pero firme, que lo que inicialmente los separaba es lo que en última instancia los hace complementarios.
Los polos opuestos se atraen, no hay con qué refutar esta ley de la Física que ha sido tomada como un elemento fundamental en las historias románticas: la idea de que el amor no es algo que surge de inmediato ni sin esfuerzo. El amor a primera vista puede parecer muy platónico, muy mágico pero no siempre es así. Es un proceso, una construcción que pasa por la paciencia, el entendimiento y la aceptación de las diferencias. Lo que empieza a veces como un choque de voluntades se convierte en una alianza indestructible.

Este es el motor que mueve historias como Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, donde la relación entre Heathcliff y Catherine está marcada por un amor tan intenso y destructivo como el rencor que se profesan. La fuerza con la que se enfrentan y se rechazan es solo un preludio al amor imposible, pero visceralmente verdadero que los une a lo largo de toda la novela.
Por supuesto, no siempre se trata de un odio profundo; a veces, la rivalidad se basa en simples malentendidos o diferencias de clase, como ocurre en Bajo el sol de la Toscana de Frances Mayes, donde la protagonista se ve obligada a tratar con un hombre con el que no comparte los mismos intereses ni valores, pero que al final termina convirtiéndose en una pieza esencial de su vida. El conflicto puede ser tan interno como externo, pero lo que importa es la forma en que esa tensión emocional se traduce en una conexión íntima.

Es tan obvio en la mayoría de las novelas románticas que casi pareciera que a muchos escritores no se les ocurre otra forma de lograr que sus personajes se enamoren. Cuando empezamos una historia donde él y ella empiezan con el pie izquierdo está cantado que terminan abrazados.
Pero ojo porque dos personajes que discuten entre ellos y se pelean, también son dos personajes que constantemente se ven obligados a conocerse de una forma más profunda y si las cartas están bien jugadas, a través de sus diferencias, los personajes se buscan, se ayudan a crecer y terminan entendiendo aspectos que no habrían explorado si no hubieran interactuado. Y por eso, muchos escritores intentan encontrarle la vuelta a algunos de los elementos más importantes de este amor odio como excusa para abordar temas existenciales mucho más profundos que el amor de pareja, y así realizar una presentación y evolución de los personajes mucho más profunda.

El atractivo de este tipo de narrativa, además de la evolución de la relación, es la transformación de los personajes involucrados. La dinámica “enemigos / amantes” permite una profunda exploración de la vulnerabilidad humana. En lugar de ver a los protagonistas como seres perfectos que se encuentran por azar, los vemos como personas que, a pesar de sus fallos y diferencias, aprenden a amarse. Esto les da una calidad más humana, más real.

Tomemos el ejemplo de Esteban Trueba y Clara en La casa de los espíritus de Isabel Allende.
Clara es una mujer espiritual, intuitiva y profundamente conectada con lo sobrenatural. A pesar de las diferencias de carácter y las tensiones iniciales en su relación, ella tiene una capacidad especial para entender el mundo más allá de lo tangible. Clara es una presencia calmante y compasiva para Esteban que es un hombre duro, materialista, y que al principio está atrapado en su deseo de poder y riqueza.
Aunque sus diferencias son notorias, Clara y Esteban finalmente se equilibran el uno al otro. Ella, con su visión mística del mundo ayuda a Esteban a comprender que el poder no es lo único que da sentido a la vida, mientras que Esteban, con su enfoque práctico y terrenal, ofrece a Clara la base material y seguridad para que sus sueños y su espiritualidad puedan manifestarse sin las restricciones económicas o sociales.
En el fondo, la relación entre Clara y Esteban simboliza la unión de lo material y lo espiritual, lo racional y lo irracional. Ambos personajes, en sus diferencias, logran complementarse y ayudarse en un proceso mutuo de crecimiento personal.
En resumen, Esteban y Clara se ayudan mutuamente en la medida en que se completan. A través de su interacción, los temas de la novela, como el poder, el amor, la redención y el destino, se desarrollan de manera profunda y significativa.

En este avasallante siglo XXI ya no es solo cuestión de clases sociales o prejuicios, sino de ego, de rivalidad profesional, malentendidos en el día a día, de falta de tolerancia. Pero, lo que se mantiene intacto es el proceso de descubrimiento mutuo, ese momento en que lo que parecía una relación basada en la hostilidad se convierte en un amor profundo y transformador.

El popular fenómeno de Los juegos del hambre de Suzanne Collins puede ayudarnos en el intento. Katniss y Peeta parecen estar destinados a odiarse al principio, pero con el tiempo se dan cuenta de que, en realidad, son piezas complementarias de una misma supervivencia. La tensión inicial se convierte en una relación basada en la confianza, el sacrificio y la lealtad, transformando un escenario de enemistad en una historia de amor heroico.

“Porque te quiero te aporreo” no solo es un refrán que asegura que las personas que más te aprecian son también quienes más te castigan, sino que también pone a prueba nuestra concepción del amor romántico como algo fácil, idílico o sin dificultades. A través de la rivalidad, los personajes crecen, aprenden y sobre todo se descubren a sí mismos en el otro. En última instancia, este tipo de historias nos recuerda que, a veces, lo que más necesitamos es un buen reto, y que en el calor del conflicto puede encontrarse una chispa capaz de encender una pasión ardiente.

Así que la próxima vez que te encuentres con una novela romántica donde los protagonistas se aporrean, no dudes en dejarte llevar. Porque, al final, esta narrativa no solo hablará del amor, sino también de cómo a través del enfrentamiento, los personajes —y nosotros mismos— descubrimos lo que realmente necesitamos para sentirnos completos.

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