Entre Risas y Lágrimas

Si imaginamos el vasto y tumultuoso universo de la literatura como un escenario permutable, será sencillo imaginar que dos fuerzas antagónicas coexistan sin librar luchas personales. Si aguzamos la imaginación un poquito más, percibiremos ese escenario como una inconmensurable pista de baile donde dos fuerzas titánicas danzan sin estrellarse. Dos fuerzas titánicas en un constante baile eterno: el humor y el dramatismo.

Como si fueran hermanos, en constante disputa, estos dos elementos danzan alrededor de las páginas de nuestras obras favoritas, provocando risas, lágrimas y en ocasiones una extraña mezcla de ambas.
Lo extraño es que de esta disputa no surge un vencedor. Como si fueran hermanos he dicho, buenos hermanos remarco, esos hermanos que a pesar de las luchas siguen unidos por lazos más fuertes que un sí o un no.

Y es el momento de mi frase remanida, esa que siempre aparece después de una reflexión profunda: la literatura refleja la vida misma. Por eso, la literatura no es ajena a ninguna disputa, tampoco es ajena a la fraternidad, la literatura es más bien ese escenario permutable, esa pista de baile donde si los hermanos pelean los devoran los de afuera.
Para mantener esa ecuanimidad, a la cual tampoco es ajena la literatura, estoy en condiciones de afirmar: que en el vasto universo de la literatura, Humor y Drama se dan la mano, simplemente porque ambos llegan a la misma meta, aunque lo hagan con pasos de baile distintos.
El humor es ese picante condimento que sazona las páginas de la vida, se presenta en múltiples formas y tonalidades. Desde el ingenio afilado de Oscar Wilde hasta la comedia absurda de Douglas Adams, el humor literario es un arte en sí mismo. Nos hace reír con sus ocurrencias, nos hace reflexionar con sus parodias y nos deja con una sonrisa tonta en el rostro cuando menos lo esperamos. Es el cómplice silencioso que nos susurra al oído: «No te lo tomes demasiado en serio».

Y no es para reírse que un anciano en el día de su cumpleaños número cien decida escarparse y vivir (o revivir) la vida que la ancianidad parece haberle quitado. Podríamos pensar en el drama que significa para alguien pensar que incluso ese mismo día puede morir.
Sin embargo, Allan Karlsson en su novela El abuelo que saltó por la ventana y se escapó, decide mostrarnos a un anciano de cien años que vestido con su mejor traje y unas pantuflas, se escapa de la residencia por una ventana dejando plantados al alcalde y a la prensa local. La soledad, la amistad, el significado de una vida y las experiencias vividas aparecen en esta novela para pintarnos una sonrisa comprensiva que nada tiene de dramática.

Pero justo cuando estamos sumidos en un mar de carcajadas, el DJ salta a la siguiente pista y aunque el baile continua, podemos decir que de la rumba pasamos al tango con todo lo que en materia de atmósfera eso significa, porque en Un hombre llamado Ove, Fredrik Backman también aborda temas como la soledad, la amistad, el propósito en la vida y la importancia del apoyo mutuo en momentos difíciles. Vestidos ahora con el traje del drama (aunque sin dramatismo que es algo muy distinto) la historia nos invita a conocer la vida de Ove, un hombre de setenta años que después de la muerte de su esposa, se encuentra solo y desilusionado con el mundo que lo rodea. A través de flashbacks que revelan la vida de Ove antes de convertirse en un anciano gruñón, la novela ofrece una mirada conmovedora y aunque tiene un tono más serio que El abuelo que saltó por la ventana y se escapó, comparte la sensibilidad hacia los personajes marginados y nos propone una exploración de la vida en la vejez y las relaciones interpersonales.
En última instancia, el humor y el dramatismo son dos caras de la misma moneda, dos elementos inseparables que danzan juntos en el escenario de la literatura. Nos recuerdan que la vida está llena de altibajos, de risas y lágrimas, de momentos absurdos y trágicos. El Humor equilibra la balanza del Drama y viceversa, para mostrarnos que después de todo nada es del todo negro pero tampoco es del todo blanco.

Y qué buenos aliados suelen ser a veces los libros. Por ejemplo si comparamos dos maestros de la literatura Fantástica y la Ciencia Ficción como Douglas Adams y Arthur C. Clarke… ¿seguimos bailando?

En Guía del autoestopista galáctico, Douglas Adams, nos propone seguir las desventuras de Arthur Dent, un terrícola común y corriente que es arrastrado a través del espacio en diversas aventuras intergalácticas después de que la Tierra es destruida para dar paso a una autopista hiperespacial. La narrativa está llena de situaciones absurdas, personajes extravagantes y diálogos ingeniosos que exploran temas como la existencia, la humanidad y la absurdidad del universo.

En contrapartida, Arthur C. Clarke en su novela El fin de la infancia, presenta un mundo en el que la humanidad entra en contacto con una raza alienígena avanzada conocida como los «Overlords» (Los supremos). Aunque al principio los Overlords parecen benignos y beneficiosos para la humanidad, su verdadera agenda y su impacto en el destino de la humanidad se revelan gradualmente a lo largo de la historia. La narrativa está impregnada de un sentido de inquietud y tragedia mientras la humanidad lucha por comprender su lugar en el universo y enfrenta las consecuencias de sus acciones.
Ambas novelas abordan el tema de la exploración del universo y la existencia humana, pero una lo hace desde una perspectiva humorística y la otra desde un enfoque más dramático y reflexivo.

El humor, con su capacidad de iluminar incluso los rincones más oscuros de la existencia, ha sido durante mucho tiempo un bálsamo para el alma humana. Obras como El Lazarillo de Tormes de autor anónimo, Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, o Las Aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, nos transportan a mundos donde la ridiculez y la ironía se entrelazan con las travesuras y las trampas cómicas. Estas obras, a pesar de abordar temas serios como la pobreza, la locura o la injusticia social, utilizan el humor como un espejo que refleja la absurda belleza de la vida.

Puestos a bucear en las emociones intensas, encontramos novelas donde el dramatismo nos sumerge en las profundidades del alma humana explorando también la pobreza en Las cenizas de Ángela de Frank Mc Court, o la locura en Los renglones torcidos de Dios de Torcuato Luca de Tena, donde se pone de manifiesto la marginación que sufren las personas con un trastorno mental grave, o también la injusticia social con esa obra maestra de la literatura de todos los tiempos: Los Miserables de Victor Hugo. Claro que leer cualquiera de estos últimos títulos implica hacerlo con el corazón en un puño.

El humor, con su capacidad para provocar risas y sonrisas, a menudo se percibe como una fuerza liberadora. Desde la sátira mordaz hasta la comedia ligera, el humor puede servir como un vehículo para explorar temas difíciles de manera accesible y entretenida. Sin embargo, el humor no existe en un vacío, el contexto que lo materializa se entrelaza la mayoría de las veces con el dramatismo, creando un entramado emocional que profundiza nuestra conexión con los personajes y sus luchas.

Autores como Charles Dickens y Kurt Vonnegut son maestros en el arte de equilibrar estos elementos, matizando sus historias con momentos de alegría y desesperación, con risas y llantos dosificados en igual medida. Esta intersección crea una experiencia de lectura multidimensional que refleja la complejidad de la experiencia humana.
A pesar de sus diferencias aparentes, el humor y el dramatismo comparten un objetivo común: revelar la verdad detrás de la máscara de la realidad. Mientras que el humor nos invita a reírnos de nuestras propias debilidades y absurdos, el dramatismo nos confronta con la inevitabilidad de nuestra propia mortalidad y finitud, ambas perspectivas nos ayudan a comprender la complejidad de la experiencia humana, recordándonos que la vida es un viaje que abarca tanto la risa como las lágrimas.

En conclusión, las obras que abordan un mismo tema desde el humor y el dramatismo nos muestran la riqueza y la diversidad del arte humano. Ya sea a través de la comedia o del drama, estas obras nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia existencia y a encontrar significado en medio de la incertidumbre. En última instancia, es esta síntesis de opuestos la que nos permite apreciar plenamente la belleza y el misterio del mundo que habitamos.
Porque al final del día, lo importante no es si reímos o lloramos, sino que nos emocionamos, que sentimos, que vivimos cada página de esta gran comedia humana. Y así, en medio de este caos hilarante y conmovedor, encontramos el verdadero significado de la literatura: darnos un respiro en la tragedia y una sonrisa en la comedia.

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Libros en el artículo

  • El fin de la infancia – Arthur C. Clarke
  • Guia del autoestopista galactico – Douglas Adams
  • Lazarillo de Tormes – Anónimo
  • Los renglones torcidos de Dios – Torcuato Luca de Tena
  • Un hombre llamado Ove – Fredrik Backman
  • Los Miserables – Victor Hugo
  • Las cenizas de Angela – Frank McCourt
  • Las aventuras de Tom Sawyer – Mark Twain
  • Don Quijote de la Mancha – Miguel de Cervantes
  • El abuelo que saltó por la ventana y se largó – Jonas Jonasson

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