Esa incontrolable adicción

Buenos, malos, mediocres, brillantes. Entretenidos, aburridos, anodinos. Uno podría pasarse el día calificando a esos autores que por una u otra razón nos atrapan o no. Lo cierto es que hay autores que resultan adictivos. Son esos nombres que terminan siendo parte de tu vida lectora como lo sería un astro de la televisión para muchos, un cantante rock para un adolescente o un crack del fútbol para los amantes de ese deporte, cada uno con sus tendencias.

Lo cierto es que hay autores que cautivan y cuando eso sucede lo primero que hacemos es armar una lista de sus obras y conformar una pila enorme (o pequeña todo depende de la producción de cada autor) de títulos, que como una apasionante torre se erige esperándonos en ese rincón donde sea que pongamos los libros que nos restan por leer.
Cada maestro con su librito, y parafraseando el refrán yo lo enunciaría diciendo “Cada lector con su autor”. Y es que sin duda para mí serán esos autores que me ilusionaron desde las primeras frases, no necesariamente serán los mismos para cada uno de ustedes. Lo difícil a veces es entendernos a nosotros mismos desde nuestra posición de devoradores de libros y comprender ¿Qué mecanismos se articulan para que terminemos siendo adictos de un autor?
Sin duda las razones no son las mismas para catalogar a Paul Auster que a William Faulkner o a García Márquez o a Stephen King o… porque también como cada maestro con su librito, cada autor con sus técnicas. Y es que justamente son las técnicas específicamente trabajadas y ahondadas en función de una historia las que logran con el tiempo generar entre nosotros y ellos (los escritores) un vínculo de dependencia.

Aun a riesgo de armar una lista no solo ecléctica sino acomodaticia a mis propias preferencias, me gustaría sin embargo compartir esos motivos que mi razón esgrime para justificar mi adicción. Todo depende del cristal con que lo leas o del momento de tu vida que estés transitando. A veces me pasa que no pienso mucho sobre mí misma o pienso sobre mí misma a partir de ficciones bastante alejadas de lo cotidiano. En esa etapa, que quizás algunos de ustedes transite, la permanencia de Gabriel García Márquez entre mis adicciones termina por ser fundamental. Porque como dijo el gran Gabo: “La vida misma es la mayor fuente de inspiración y los sueños son sólo una parte muy pequeña de ese torrente que es la vida”. Por eso hay instantes en que es mejor quedarse con los sueños y que las palabras nos ayuden a concientizarlos casi como quien no quiere la cosa. “Cien años de Soledad” es un compendio de maravillosos instantes que según se los mire pueden parecer reales o la interpretación de una realidad soñada por quien los escribe y por quien los lee. La magia de sus personajes es una motivación para encarar la vida de una manera distinta, para pensarla desde una posición diferente. El realismo mágico tiene esas cosas y García Márquez lo torna accesible por medio de la complejidad de relaciones que construye una tela de araña sensual de la que no escapa ningún lector y que se parece tanto a la vida real que asusta.

Entonces no lo dudé ni un instante y fui por más y descubrí “La hojarasca”, “La mala hora”, antecedentes de su voluminosa novela “Cien años de soledad”. Y sus cuentos “Los funerales de la Mamá Grande, “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” y esa maravilla que se llama “Ojos de perro azul”. No pude salir de esa magia que puede existir en lo real o de esa realidad contada desde la magia. Y es que, a veces, la literatura es tan estremecedoramente similar a la realidad que podemos concluir, como decía Mallarmé, que “El mundo existe para llegar a un libro”. Yo diría también que a veces un libro existe para explicar ciertas cosas inexplicables de la vida. Por eso García Márquez hace posible una escena que trasciende la misma muerte cuando nos muestra a Remedios que entre las sábanas tendidas al sol asciende hacia el cielo. No podemos afirmar y tampoco negar que Remedios la bella muere, porque en ningún momento se menciona la palabra “muerte”. Lo que ocurre es que asciende a los cielos como el ángel que siempre fue, demostrando una vez más que no era de este mundo. Claro que esto me subyuga y me transforma en una adicta cuando no pienso mucho sobre mí misma o pienso sobre mí misma a partir de ficciones bastante alejadas de lo cotidiano, que sin embargo son parte de la realidad.

Pocas veces me ha pasado que un autor me fascinara y nunca dejara de asombrarme por ser un narrador directo y eficaz, con un dominio tan grande de los recursos narrativos y una elevada capacidad para introducir voces narrativas y alterar los tiempos. Eso me pasó en esos momentos en que lo académico prima sobre los sentimientos, aunque sin dejarlos de lado porque quién puede sustraerse al sentimiento de emoción y plenitud cuando se enfrenta a frases impecables que dicen lo que muchos quisiéramos saber decir. Paul Auster lo ha logrado. “Trilogía de Nueva York”, “El palacio de la luna”, “4,3,2,1”, son solo algunos ejemplos de esos que me hicieron ir por más. “La invención de la soledad”, “A salto de mata” y “Diario de invierno”, relatos autobiográficos donde nos permite compartir su mundo, el mundo de las ideas y las turbulencias de un escritor. Pero ojo que no solo las palabras sabiamente encadenadas y combinadas es lo único que me acercó a este autor. Porque sea cual fuere la puerta de entrada al universo austeriano, lo autobiográfico o la gran novela, lo que ocurre una vez que la abriste es que ya nada vuelve a ser igual en tu forma de ver el mundo. Auster es capaz de convertir lo cotidiano, lo simple, los detalles casuales de la vida de todos los días, en historias prodigiosas. Pero no solo se queda en cotidiano sino en lo trascendental como el manejo del tiempo y el azar, el orden de prioridades que una misma vida pueden ser infinitos y tan variables como el clima. La intertextualidad, los juegos de palabras, en fin, que no hay cómo aburrirse con este autor tan prolífico como versátil y para ello los invito a estrenar sus lecturas (o a continuar con ellas) con “Tombuctú”, el mundo visto desde los ojos de un perro que nos abre a una dimensión desconocida, acaso irreal pero absolutamente verosímil de la vida.

Puede apasionarte o puede estresarte, lo cierto es que nunca te dejará indiferente. Estoy hablando de Stephen King. Nadie discutirá que fue quien sacó al género de terror de los castillos y los vampiros y fantasmas para introducir variantes mucho más adecuadas a los tiempos que corren. Así, no solamente aborda problemas sociales como en “Carrie” donde el problema del bullying aparece aún mucho antes de que se reconociera como tal, la violencia familiar en “El resplandor”, sino también el miedo a la muerte en “Cementerio de animales” y el abuso infantil en “IT”. Lo que estremece hasta las fibras más íntimas es que pone el terror en el barrio, en el pueblo, en la esquina de tu casa. Y como sabemos, el terror nos conecta con los miedos más profundos y nos permite aceptarlos desde la lectura. La adicción hacia Stephen King nace desde la convicción de que este autor refleja el pensamiento del hombre como parte de la sociedad y la cultura, el ser humano que se crea, se inventa y se re-inventa a partir de sus límites. En las novelas de King lo sobrenatural está presente, pero también, una visión sinuosa y casi invisible sobre la realidad que sustenta un terror aún mayor: el que puede provocar el hombre hacia el hombre mismo y que de hecho provoca, como el monstruo más peligroso y violento de todos presente sin lugar a dudas en esta, nuestra sociedad actual. En ese sentido la adicción pasa por enterarse desde la ficción que el enemigo convive con nosotros y que agazapado nos acecha porque nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. Aprender, entender esta premisa desde la lúdica acción de leer nos abre un presente más esclarecedor de lo que suponemos.

Buenos, malos, mediocres, brillantes. Entretenidos, aburridos, anodinos. Mi lista puede continuar ad eternum, podría seguir enumerando las razones que me unen irremediablemente a este o aquel escritor, pero prefiero que me acerques tus propias preferencias. ¿Cuál es la sustancia escrita que provoca en ti “Esa incontrolable adicción”?


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