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No es la Guerra un tema inédito en la literatura de todos los tiempos. No son los salvajes enfrentamientos cuando se luchaba cuerpo a cuerpo lo que nos sorprenderá al recorrer las páginas de “Las batallas silenciadas”. Es sin embargo, la mirada sensible y compasiva, las palabras ecuánimes y ardientes con que Nieves Muñoz nos traslada a la 1º Guerra Mundial, más precisamente a la cruenta batalla de Verdun.
Cuando estalla la Gran Guerra, Irene Curie toma una decisión: la de estar lo más cerca posible del frente. Convencida de que ayudará a salvar muchas vidas, gastará hasta su último aliento en enseñar radiología a los cirujanos en los hospitales de campaña mediante aparatos portátiles ideados por ella y su madre, Marie Curie. Con esa promesa arrancan las primeras líneas de la historia. Un personaje que promete atraparnos desde el principio, una historia personal la de Irene que nos atrae desde el vamos. Mi emoción primera se fue diluyendo poco a poco y lamentablemente al final de la novela me he quedado con ganas de más.
La historia nos presenta a Irene Curie (hija de la conocida Madame Curie) que es la encargada de llevar al frente “Petit Curie” (pequeño aparato de rayos X) un proyecto de su madre para sacar placas radiográficas en pleno frente de batalla y colaborar a una mejor y más pronta cirugía de urgencia. El proyecto y la vida de Irene pronto se diluye para entrar en la vida de tantos otros personajes (tantísimos, demasiados), en medio de cuyas vicisitudes tenemos una mirada de lo que fue esa hora de Historia, pero una mirada, a mi entender, demasiado generalizada y desde el punto de vista de los personajes, demasiado licuada en cuanto a protagonismo.
La novela se cuenta desde la polifonía de voces de varios personajes lamentablemente todos ellos principales. Digo lamentablemente porque cuando esto sucede no llegamos a vislumbrar sino una excesiva generalización de miradas que en definitiva confluyen en una sola: el horror de la Guerra.
Para qué entonces contar desde tantos puntos de vista, reitero todas ellos principales, un mismo hecho. La posibilidad que tiene el lector en una novela de sentir, de palpitar, de vivir las situaciones conflictivas dentro de una historia, como explico siempre en los cursos del taller de escritura, solo puede intensificarse si lo hacemos a la par del personaje principal con el cual (si ha sido bien manejada la técnica) empatizaremos desde el comienzo hasta el final. Esto puede parecer de una subjetividad rayana en la falacia. Narrar hechos históricos desde una única mirada puede hacer suponer a priori que el autor caerá en la maldita trampa de los libros de Historia al parcializar las miradas, las opiniones. Sin embargo, con un buen manejo de la técnica de los personajes y de las historias principal y secundarias, de la trama y las sub-tramas, hubiese sido posible lograrlo sin sacrificar protagonismos o más bien haciendo del protagonismo una situación compartida con el lector.
En mi caso particular siento que ha sido un desatino por parte de la autora. ¿Por qué? Simplemente porque no solo se nos promete la vida de Irene Curie desde la primeras páginas para luego abandonar la empresa sino porque esa protagonismo compartido termina siendo un poco de todos y casi nada de ninguno.
Juntas arman la historia Irene Curie, Shirley St.John, Berthe Hinault, una prostituta, Adele y su hija y junto a ellas los hombres que están en las trincheras, esas almas vacías de los hombres que hicieron la guerra y dejaron en ella, algunos la vida, otros girones de su propia alma enterrados en el barro, la sangre y el horror.
“Lo que quería contar son esas pequeñas historias que nunca se cuentan. Como vivieron la guerra las mujeres desde diversos puntos de vista. Por eso está el tema sanitario (la enfermera); las campesinas que trabajaban la tierra porque los hombres estaban en el frente; el tema de la prostitución alrededor de la guerra; y sobre todo el fin de la guerra romántica. La Primera Guerra Mundial fue terrible: trincheras, gases venenosos…”. Afirma su autora. Y lo ha logrado solo que sin la fuerza necesaria que un par de personajes principales (solo un par) hubiesen podido moldear de forma más intensa y concluyente, el compromiso del lector con una sola de esas almas que hubiesen podido mostrar por extensión la de muchos ha sido desaprovechado.
Pero quién somos los críticos para poner en tela de juicio otros tantos valores literarios que aparecen marcadamente. “Las batallas silenciadas” demuestra un impecable trabajo de investigación y desde el punto de vista histórico nos brinda un testimonio veraz sobre la terrible batalla de Verdún. “Porque creo que fue la batalla más emocional de la Primera Guerra Mundial. Los franceses tenían el sentimiento de que si perdían Verdún perdían la guerra”. Según palabras de su autora que no hacen sino corroborar los hechos.
La fidelidad con que Nieves Muñoz retrata los momentos más sórdidos de esa batalla abruma, conmueve, destapa el torrente de lágrimas que pudimos haber contenido en otros pasajes de la historia. Realmente bajo sus frases sentimos cómo el cielo y la tierra arden y ellas y ellos están en el medio de la batalla, una batalla personal, una guerra de todos.
Una prosa por momentos vibrante y emocionante a la vez que emocionadas son las palabras que nos llegan aunque en muchos casos los tramos se mezclen considerablemente y no atinemos a entender del todo quién cuenta, quién narra, quién vive tal o cual circunstancia en particular y solo debido a una innecesaria mezcla de miradas que bien manejada podría haber obrado a favor de la historia novelada. Sin embargo, se trasluce el horror del momento, la atrocidad de los hechos, el estremecimiento de esos seres humanos que nunca más volvieron a ser los mismos. Una guerra marca la primera gran Guerra marcó para siempre el alma de los hombres en las trincheras pero también la de las mujeres solas huyendo como podían de sus propias casas y huyendo en muchas circunstancias de sus propias almas, solo para sobrevivir.
A pesar de la monstruosidad de ciertos hechos casi inhumanos la esperanza prima a lo largo de la historia y es de alguna manera el ancla que nos permite llegar hasta la última frase pensando que quizás en muchos de esos protagonistas de la Batalla de Verdún fuera simplemente la esperanza lo que les permitió seguir vivos, seguir adelante, buscando adelante un pedazo de esa paz que les devolvería la ganas de vivir.
Se siente ese latido de un pedazo de humanidad tratando de sostenerse en medio de la brutalidad y es lo que en definitiva creo que puede alegarse en favor de la autora.
Este es su primer libro y quizás estemos ante el nacimiento de una escritora que ha comenzado a caminar con pie firme un sendero nada fácil dentro de la literatura: la novela histórica puede llegar a ser sublime, puede mostrarnos pedazos de vida que desconocemos, momentos que quedaron sepultados por otros momentos más agrios y bajo la pluma de Nieves Muñoz alentamos la esperanza de que su próxima novela supere los escollos de la primera, que nos alcance con la misma fuerza que “Las batallas silenciadas”. Hago votos para que esas batallas anónimas, sepultadas bajo los libros de Historia, para que un silenciado trozo de nuestro pasado alce la voz, a gritos si fuera necesario, y nos ayude a ver nuestros errores pasados, y contribuya a una toma de conciencia que nos permita convertirnos en una futura humanidad lejos de las balas y la muerte.
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