Adquiere un ejemplar
"¿Quién de entre nosotros no pensó alguna vez con mandarse a mudar? Con largarse del mundo si hiciera falta. ¿Quién no pensó en cambiar de vida? Hacerse salteador de caminos, linyera errante o buscador de estrellas.
Jonas Jonasson no solo lo pensó sino que de alguna manera, de la simple manera en que lo logran los escritores, hizo realidad ese pensamiento.
Nacido en Suecia en 1961, tras finalizar sus estudios secundarios, Jonasson acudió a la universidad de Göteborg, en donde estudió Lengua Sueca y Española. Se declara admirador, en lengua española, nada más ni nada menos que de Federico García Lorca, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez. Trabajó como periodista y productor de televisión hasta que la adicción al trabajo le provocó enfermedades nerviosas y como una opción entre el estrés profesional y su salud, vendió en una operación millonaria su productora televisiva. Desde entonces, se dedica a escribir. Su primera novela alcanzó relevancia internacional, y es la que nos convoca: El abuelo que saltó por la ventana y se largó.
Es esta una historia humorística con rasgos de sátira, la historia de Allan Karlsson, un anciano al borde de cumplir los 100 años que decide marcharse de la residencia geriátrica donde vive para evitar la celebración mediática de su cumpleaños.
La trama de la historia comienza a desenrollarse justamente el día del cumpleaños número 100 Allan Karlsson, cuando al descolgarse por la ventana no solo evita una celebración que considera hipócrita y fingida sino que logra cambiar la historia de su vida que rodaba durante esos últimos años dentro del geriátrico donde había decidido, voluntariamente, años atrás culminar sus días. Salta y deja atrás la vulgaridad de una rutina que no lo representa, deja atrás el sometimiento, deja atrás la cosificación, deja atrás la mediocridad. Salta y huye. Lo hace con serenidad y con convencimiento por eso ni siquiera desde ese comienzo hilarante la historia parece someterse a la celeridad de ser atrapado. No, Allan Karlsson no teme ser atrapado y devuelto a su rutina. Allan Karlsson solo mira hacia adelante y sin lugar a dudas quien sabe mirar hacia adelante es porque ha sabido antes entender lo que ha dejado atrás.
Así, en su primer aventura inmediata a la escapada de la residencia, camina hasta una estación de ómnibus y compra un boleto de autobús: “…un bus cualquiera, el primero que salga hacia cualquier parte”, ha dicho al comprar su ticket. Mientras espera el bus que lo llevará hacia su aventura se topa con un joven esmirriado de pelo rubio, largo y grasiento, barba hirsuta y una cazadora vaquera en cuya espalda ponía "Never Again". Este joven de manera casi grosera le pide que le cuide su maleta ante la urgencia de ir al baño. Al momento que el muchacho desaparece, llega el ómnibus que Allan Karlsson debe tomar. Sin pensarlo dos veces, el anciano toma la maleta que le habían dado a cuidar y sube al ómnibus.
Sin pensar en lo que vendrá Allan se deja llevar por lo que va surgiendo con el convencimiento de que por más terribles que sean las situaciones que le toca vivir, ya en su vida ha pasado por peores. En esta aventura conoce a sus mejores, quizás sus únicos amigos porque hasta ese momento Allan fue un hombre solitario. Un muchacho al que desde temprana edad le gustaba jugar con dinamita y cuya única compañía era su gato Molotov.
Antes de que sus huesos dieran en aquel geriátrico, Allan Karlsson vivió, a su manera, grandes emociones. A lo largo de su vida conoció a grandes personajes de la historia como Franco, Stalin y Churchill. Y a todos ellos supo dejarles un mensaje subliminal, el mismo que sin duda recogen sus amigos en esta nueva aventura: vive la vida como si nunca corrieras ningún riesgo.
En ese periplo surgirán otros personajes, entre ellos Julius Jonsson, otro anciano de menos edad con quien Allan Karlsson entablará una sociedad para resolver el problema del joven matón que lo seguirá por haberle robado esa maleta cuyo contenido no es nada más ni nada menos que innumerables millones de coronas (recordemos que el autor es sueco y por eso lo de las coronas como moneda).
El estilo es dinámico y los hechos se van sucediendo como un racconto de anécdotas que Allan refiere sobre su pasado a sus nuevos amigos de peripecias, mientras los hechos del presente se van desarrollando de la manera más natural del mundo a pesar de tratarse de situaciones por demás estrafalarias.
Aunque hacemos un viaje al pasado por los hechos más relevantes del siglo pasado, el tono hace que estos parezcan superficiales, y como Jonasson emplea elementos del absurdo sobre situaciones inverosímiles el protagonista logra convencernos de que sus encuentros con Franco con Truman, con Stalin o con Mao han dejado en estos una impronta de ese estado de gracia de tomar la vida como si en verdad nunca se corriera ningún riesgo.
El efecto cómico es bienvenido en las primeras 100 páginas, luego se torna irregular y la propuesta termina resultando monótona y simple. La acidez recuerda el estilo que podría ofrecer Tom Sharpe, creador sin duda de piezas de mucho más valor literario como las novelas protagonizadas por el cínico academico Wilt, como Wilt, Las tribulaciones de Wilt o ¡Ánimo Wilt!, entre otras. Sin embargo, destaca por el vitalismo, exagerado, si se pone uno puntilloso, para un personaje centenario. Sin embargo, el placer que resulta de entregarse a ciertas escenas plagadas de ironía nos representará al menos unas cuantas horas de disfrute antes de que la excesiva cantidad de calamidades en el pasado del protagonista acaben por resultar cuando menos increíbles y exageradas y terminen por aburrirnos.
No obstante es imposible sustraerse a la conclusión que entre líneas nos deja la historia, el mensaje subliminal como muchos llamarán, la pregunta que se nos descuelga de la boca a medida que avanzamos en la trama: ¿cuántos de nosotros vivimos esta vida siendo cautos? Y la segunda pregunta avanza sobre la primera: ¿vale la pena una vida monótona? Si solo se trata de aceptar las reglas del juego de vivir como la mayoría nos obliga a vivir entonces, y llega la tercera pregunta: ¿no será mejor saltar por la ventana?
Y porque llegado el momento en que uno comienza a plantearse si Allan Karlsson está loco o más cuerdo que muchos, si es un extravagante o simplemente vive conforme a lo que piensa y siente, llegado ese momento entonces y aún luego de dar vuelta la última página uno no deja de formularse preguntas tales como:
¿Cuántos de nosotros preferimos vivir sin sobresaltos? ¿Cuántos de nosotros conocemos a personas amargadas porque nunca hicieron lo que quisieron? ¿Cuántos de nosotros estamos ya con un pie fuera de la ventana?
Allan Karlsson nos enseña a vivir con libertad, con autenticidad, con alegría. Nos muestra y demuestra que si tomamos las riendas de nuestras vidas y desacralizamos a los personajes que nos rodean, con el tiempo nos daremos cuenta que los acontecimientos de hoy serán solo un conjunto de anécdotas del mañana y que los héroes y los villanos, los vencedores y los vencidos no existen, cambian de bando a medida que el mundo sigue rodando.
Adquiere un ejemplar
Comparte la experiencia ;)