Reseña
Es posible mantener la atención del lector por más de 500 páginas con una trama trabada? ¿Es posible que un lector sienta interés por acciones casi inexistentes que parecen no llevarnos a ningún lado? ¿Se puede discurrir sobre personajes que se mueven como arrastrados por una orquesta de cámara casi inmóviles, casi impasibles? ¿Cómo se logra atraer a un lector de pleno siglo XXI con protagonistas que semejan delicadas piezas de cerámica esmaltada?
Henry James lo logra. Apuesta a otras cuestiones de fondo y logra que nos desembaracemos de la trama como si ésta no fuera importante para una historia, consigue que acciones mínimas sean la excusa perfecta para entrar en las acciones máximas que tienen lugar en el interior de personajes que no necesitan de la acción violenta para rebelársenos. Como lectores ávidos de tantísima literatura que ha corrido sobre esta novela nos sentimos atraídos, atrapados y por qué no fascinados por los personajes centrales de Retrato de una dama que retratan una sociedad, y perfilan una psicología de la mujer y el hombre que en los finales del siglo XIX anticipan los que serán en pleno siglo XX y XXI. Lo cierto es que atravesados las 530 páginas de la novela impelidos por la necesidad de saber más sobre personajes que parecen velados tras la pátina del tiempo y que sin embargo no hacen sino develarse ante el lector. Por eso, necesitamos conocer más de sus vidas, de sus miedos, de sus sueños, de sus frustraciones o deseos aunque luego de las 100 primeras páginas estamos convencidos de que no llegaremos demasiado lejos porque la historia no es sino la aventura de la psiquis humana.
La Historia comienza en Grandecourt, una suntuosa casa inglesa a la que la norteamericana y pobre Isabel Archer (protagonista de la historia) llega con su rica tía Lydia Touchett, que ha decidido ocuparse de la educación de Isabel tras la muerte de su padre. En Grandecourt, Isabel conocerá a su tío, que no solo la impresionará notablemente sino que se establecerá entre ambos a pesar del corto tiempo en que se vinculan una relación de padre e hija. También allí conocerá a su primo Ralph, enfermo de gravedad y uno de los personajes más lúcidos e inteligentes de toda la historia. Cabe hacer un paréntesis a esta altura para destacar las que podríamos llamar 3 piedras angulares de su producción: Dejar de lado una trama complicada para dar lugar a la actuación de personajes, desde el punto de vista del material una predilección por las figuras femeninas y una predilección por el tema del fracaso y la renuncia. Grandes figuras como las de Turgueniev con quien Henry James trabó amistad fueron marcantes. A diferencia de los franceses (de moda por ese entonces a finales del siglo XIX) los rusos no son solamente narradores hábiles, sus novelas tienen sobre todo hondura moral (no olvidemos a Dostoiewky que hace de la moralidad un rito escrito). Turgueniev era además con una tremenda visión comprensiva y solidaria de sus semejantes. Por su parte George Elliot (ligada a James de una manera intensa a partir de la reseña que hace James de su novela Daniel Deronda) lo ayuda a reafirmarse en su ideal de un realismo psicológico que desdeña la superficialidad. También El americano, una novela de George Sand marca la eclosión de algo que James no había aprendido de nadie y que por si solo sería una de sus grandes contribuciones a la novela moderna: el punto de vista interior de la propia conciencia del personaje central de una historia. En El Retrato de una Dama ese centro óptico es dual y reside a medias en Isabel Archer y en su primo Ralph Touchett, ambos puede decirse (a pesar del título que acapara la atención femenina) son el personaje central de la historia. Isabel es una joven inusual, con una inteligencia y una personalidad llamativas, que atraerán a hombres tan diferentes como Lord Warbuton, el norteamericano Caspar Goodwood o el que será su marido, Osmond Ormond. Pero también atrapa a mujeres, como su moderna amiga, la periodista Henrietta Stackpole, o la intrigante madame Merle. A pesar del profundo deseo de independencia de Isabel, a medida que avanza la novela, la revelación de que ha perdido su libertad se hace nítida para la protagonista, y el lector no deja de preguntarse en todo momento cuándo dará un puñetazo en la mesa para dejar todo atrás y recuperarla. Sin embargo, y aunque el final se presta a muchas interpretaciones, creo que la decisión que toma Isabel es en realidad la mayor prueba de que ha conseguido volver a ser libre, aunque la primera impresión es justo la contraria.
El Retrato de una Dama es un paseo por la conciencia de personajes que a pesar de la distancia y el tiempo nos enseñan que el descubrimiento de la conciencia desde el inconsciente, desde los deseos ocultos o las pasiones acalladas es la única forma de descubrir el mundo.
Isabel Archer nos acompaña en ese descubrimiento a sus ojos unimos nuestros ojos gracias a ese narrador focalizado en su interior y logramos analizarlo todo, verlo todo. Porque en realidad la historia no está centrada en una heroína, en alguien que alcanza la felicidad a cualquier precio, no está escrito para defender a Isabel Archer ni para defender el entorno o establecer una postura moral frente a la perversidad de la vida, sino para mostrarnos que la vida es a pesar de nosotros y gracias a nosotros.
El Retrato de una Dama es además una Europa floreciente, un Estados Unidos avasallante y la unión explosiva de esos mundos que se fusionan y se repelen con la misma fuerza. El Retrato de una Dama es lenguaje, son las palabras que nos llegan, que nos alcanzan y que trascienden su significado. Es una nueva literatura que acaba de nacer y que será el puntapié inicial para toda la literatura que se avecina en el convulsionado siglo XX y en el desorientado siglo XXI.
Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.
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Libros en el artículo
El retrato de una dama – Henry James