No soy yo, soy vos

He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. Levantas la vista y piensas que si pudieras elegir un sitio donde vivir sería Trebon. Vuelves a bajar la vista… He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Felurian… piensas y no puedes evitar una sonrisa antes de seguir… Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. Ya te habían expulsado de la primaria que lo hagan de la Universidad no tiene nada de raro… He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos. Y hasta puedes ver a los bardos llorando y tu voz, tu afinada voz entonando una canción… Me llamo Kvothe. Quizá hayas oído hablar de mí. El sonido del teléfono irrumpe en tus pensamientos, atiendes pero tu voz parece no ser la de siempre porque del otro lado te preguntan ¿quién es?… Kvothe respondes muy suelto de cuerpo. Bajas la vista, “El nombre del viento” de Patrick Rothfuss yace a tu lado y entonces recuperas tu verdadera voz y te rectificas… soy Pablo quién sino, y del otro lado del teléfono tu novia recupera la calma.

¿Y a quién no le ha pasado alguna vez? Juro que fui “Juana de Arco” mientras leía el libro homónimo de Mark Twain. En algún momento también fui Daniel Sempere (la diferencia de géneros no existe cuando entras en una buena historia) y dejé de serlo cuando terminé la saga del Cementerio de los libros olvidados de Carlos Ruiz Zafón. Y que por favor quien haya leído “Robinson Crusoe” y no haya sentido el sabor salobre del mar en la boca que venga y me lo diga.

La idea de que los lectores de un relato de ficción son capaces de identificarse con los personajes de una novela no es nada nuevo. Ni es motivo de locura, aclaro para quienes ya estaban buscando un buen psiquiatra para recomendarme. Es común escuchar a gente hablar de lo mucho que les conmovió una obra porque se identificaron con el protagonista y cuando alguien se identifica con un personaje de ficción está pensando que él mismo es idéntico a dicho personaje o puede serlo. Sí, así como lo leen.
Cuando alguien dice identificarse con un personaje de ficción lo que está haciendo no es pensar que es la misma persona que el personaje, (aha, vieron que no hace falta un psiquiatra) sino que simplemente se está imaginando que se encuentra en su misma situación. Y dado que una situación tiene múltiples aspectos, el proceso de identificación es también aspectual. Puede haber a) una identificación emocional cuando imaginamos sentir lo mismo que el personaje, b) una identificación cognitiva cuando imaginamos saber lo mismo que el personaje, c) una identificación perceptual cuando imaginamos ver o escuchar lo mismo. Hay otros grados de identificación y al respecto ya no me hago cargo y si quieren pueden llamar al psiquiatra. Esos tipos de identificación son: d) absorción en el relato, tener la sensación de volverse el personaje o de pérdida temporal de la autoconciencia e imaginar la historia como si fuera uno de los personajes; y, e) la atracción personal hacia los personajes, vinculada con la valoración positiva, la percepción de similitud y el deseo de ser como uno de ellos.

Dulcinea, Lady Macbeth, Ulises, Lolita, Oliver Twist, Fausto, El conde de Montecristo, Jay Gatsby, Robinson Crusoe, Martín Fierro, El Principito, Jo March, Otelo, Frodo, Alicia, David Copperfield, Holden Caufield, Tom Ripley, Jane Eyre, y si eres de las/los románticos/as empedernidos puedes optar por algunas de estas parejas como las de Helena de Troya y Paris, Romeo y Julieta, Catherine y Heathcliff, Elizabeth Bennet y el señor Darcy, Horacio Oliveira y La Maga, Fermina Daza y Florentino Ariza…
La lista es interminable.
Por mencionar a uno que sea tremendamente clásico, si eres alguien soñador, que lucha incansablemente por sus propios ideales aun cuando estos escapen de la realidad común y no sabes detenerte cuando has encontrado a un amor que te sirva como impulso para cualquier cosa, entonces, leerás El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y sentirás que eres él (¿o él eres tú?).
Hay ocasiones en las que los celos no te dejan vivir; además, la preocupación obsesiva por perder todo eso que tanto trabajo te ha costado labrar puede llevarte a lapsos de completa irracionalidad. Sueles dejarte llevar por las impresiones en vez de los hechos y al leer “Otelo” dirás ¡Ese soy yo!
Las posibilidades de escapar a otras tierras extraordinarias por arte de magia es posible. Ese afán tuyo de pensar que cosas buenas llegarán y en algún momento algo maravilloso te tomará por sorpresa para enseñarte a vivir, puede hacerse realidad si te sientes por un ratito “Alicia en el país de las Maravillas.”
Si sueles pensar que nadie tiene una mente como la tuya, que nadie merece tanto como tú y que cualquier acción se puede llegar a justificar siempre y cuando obedezca a tus propias determinaciones entonces serás Rodión Raskólnikov, el protagonista de “Crimen y castigo” de Fédor Dostoievski.
Eres ese niño que se niega a crecer “Peter Pan” será tu alter ego por un rato.
Te sientes una mujer insatisfecha, que idealiza el amor y es capaz de buscarlo aun a costa de su propia vida ¡“Madame Bovary” c’est moi! exclamarás entre las páginas de la novela de Gustave Flaubert.

Y en ninguno de esos casos y en cientos más, no será sinónimo de que has perdido tus facultades mentales. No. Simplemente porque es posible establecer una conexión entre el comportamiento que nos caracteriza con un personaje de la literatura o viceversa ya que todo personaje de ficción nace de una personalidad posible.  Por eso la próxima vez que atiendas el teléfono y te pregunten ¿Quién eres? Antes de contestar, cierra el libro que estás leyendo, respira hondo, cuenta hasta diez, si hace falta mírate al espejo y recién después: responde.



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