Habrán leído mil veces la famosa frase que dice: “Los libros curan la más peligrosa de las enfermedades humanas: la ignorancia”. Es un dicho popular cuya metáfora nos indica que solo leyendo, instruyéndose, informándose uno puede vencer el flagelo de la ignorancia que tanto mal acarrea. La ignorancia nos vuelve maleables, dóciles, manejables. La ignorancia es el arma más eficaz de los poderosos que despojados de toda virtud altruista solo intentan someter, hacernos agachar la cabeza y responder siempre que sí. Pero nada es para siempre, nada es inevitable, la ignorancia tampoco. Y para eso los libros son el pilar donde se asienta la solución a la ignorancia supina, esa que procede de la negligencia por aprender o investigar lo que puede y debe saberse.
Pero los libros no solo curan la falta de cultura, también la tristeza, el aburrimiento y hasta son capaces de sanar un corazón roto.
La lectura es uno de los hábitos más positivos no solo porque se trata de un plan entretenido sino que, desde el punto de vista personal, suma grandes beneficios: incremento de la creatividad, permite mantener la mente activa, produce sentimientos positivos y emociones agradables, un buen libro aporta sensación de compañía por lo que es un freno ante la soledad.
El primer intento de vencer la soledad a través de los libros, y quizás el más conocido, son los Talleres de lectura, un espacio donde un grupo determinado de personas se reúnen en torno a una lectura comunitaria que enriquece el acto de leer y que además suma la interacción con quienes comparten una misma pasión: la lectura. Aunque pareciera una actividad nacida en el presente, la lectura colectiva ha recorrido un largo camino.
Si nos remontamos a los primeros siglos de la Roma imperial, (…) “la mayoría de las obras literarias no fueron conocidas primero a través de copias escritas, sino por medio de la lectura oral. Ésta se realizaba generalmente en reuniones informales y privadas de los amigos del autor”. (…) “Después se leyó en todas partes, y desde Adriano hubo edificios públicos que servían exclusivamente a este propósito”.
Más tarde, en la Edad Media (siglo XV) se pasó a la lectura silenciosa, sin embargo la costumbre de la lectura en voz alta siguió siendo una especie de pretexto para compartir, por medio de la lectura, experiencias personales y para combatir la soledad.
En el siglo XVIII era muy común una escena doméstica donde varias mujeres se reúnen en un espacio habitualmente destinado a las labores de bordado y de punto pero esos espacios no solo estaban destinados a las labores manuales, también se leía en voz alta y se debatía acerca de las novelas de moda y los autores del momento. Claro que siempre se impuso y se impone la lectura silenciosa que no deja de ser curativa y vamos a entender por qué.
La lectura siempre fue un medio no solo de instrucción sino un bálsamo y compartirla, comentarla es la correcta posología de administración para que el medicamento surta efecto.
El pasado es siempre un caldo de cultivo donde se cocinan las medicinas que la técnica moderna convierte en infalibles. El libro o más bien la lectura es una de esas medicinas. Así es como nace la biblioterapia. Existe una gama amplia de definiciones de biblioterapia que van desde propuestas escuetas como “leer para tratar enfermedades” “ayudar con libros”, etc. Lo cierto es que esta disciplina se enfoca en un proceso central que ocurre en los actos de lectura más significativos: un libro entra en la vida de un individuo; se establece una relación profunda y la persona cambia como consecuencia de este involucramiento. La biblioterapia aborda cómo y porqué ocurre esto, así como las maneras en que dicho proceso puede ser dirigido de forma que nos ayude a mejorar nuestra vida desde lo individual y como miembros de una sociedad.
Pero no crean que esta disciplina es un invento más de las grandes editoriales en su afán de marketing. No.
El antecedente más remoto de la biblioterapia, como concepto, se remonta a las civilizaciones antiguas que colocaban inscripciones sobre las entradas de las bibliotecas indicando que dentro de esos edificios se estaba sanando el alma, una expresión que refleja la filosofía de Aristóteles, quien consideraba que la literatura tenía beneficios curativos, y que leer era una forma de tratar las enfermedades. Es por eso que podemos afirmar que el origen de la biblioterapia está directamente relacionado con la historia de la salud.
Otros antecedentes los encontramos en la Edad Media cuando a los pacientes se les leían pasajes de la Biblia para distraerlos del sufrimiento durante las intervenciones quirúrgicas. Luego, en el siglo XVIII, en los hospitales psiquiátricos de Inglaterra, Escocia, Francia y Alemania se instalaron bibliotecas para pacientes porque los médicos que trataban enfermedades mentales recetaban la lectura como terapia. Pero fue recién en la primera mitad del siglo XIX cuando estas experiencias aisladas se extienden y los servicios bibliotecarios comienzan a formar parte significativa de los programas terapéuticos para estas patologías.
En el siglo XX la biblioterapia se consolida como disciplina. Primero, fue reconocida como una rama de la bibliotecología a partir de experiencias realizadas durante la Primera Guerra Mundial, en donde un grupo de bibliotecarios religiosos crearon bibliotecas en los hospitales del ejército. Hacia el final de la Primera Guerra Mundial se habían establecido bibliotecas en muchos hospitales de veteranos y se utilizó la biblioterapia para apoyar un aumento de la demanda para tratar a los veteranos militares que sufrían trauma emocional. Un poco después, la biblioterapia se consolida como un corpus científico-social especialmente a partir de ciertas investigaciones llevadas a cabo en los Estados Unidos entre los años 1929 y 1960.
Hoy se la conoce y reconoce como una disciplina que inicialmente utiliza la relación de las personas, con la forma y el contenido de libros, como recurso terapéutico.
El propósito general de la biblioterapia es fomentar el cambio del conocimiento personal (insight) y el entendimiento entre las personas: niños, jóvenes, adultos, mujeres y hombres. A través de la biblioterapia se obtiene la oportunidad de aprender de uno mismo, entender el comportamiento humano y encontrar intereses que resultaban ajenos para la persona anteriormente.
La segunda finalidad trata de alcanzar la meta íntimamente relacionada con el mejoramiento de la mirada personal sobre uno mismo y sobre el entorno basándose en la catarsis que ocurre cuando el lector experimenta o siente los sentimientos de los personajes de la historia que está leyendo.
Como tercer propósito, algunos biblioterapeutas sostienen que la literatura puede ayudar a los niños, adolescentes y adultos a resolver problemas de la vida cotidiana cuando al lector, a través de la imaginación, se le da la posibilidad de intentar varias soluciones a los problemas que se presentan en la historia que lee, sin sufrir las consecuencias en su vida real.
En conjunto, el insight, la catarsis y la asistencia en la solución de problemas que provee la literatura fomentan el cambio en las personas, específicamente en la manera en cómo interactúan o cómo se comportan con otras personas. Esto nos permite desembarcar en la conclusión y razón final de la biblioterapia: fomenta las relaciones satisfactorias y efectivas entre individuos y mejora el autoconocimiento.
Leer nos envuelve en un estado especial, y nos transporta a lugares lejos de nuestra realidad, hemos hablado mil veces de eso. El libro nos permite viajar desde nuestro interior, las historias nos predisponen a un cambio de ánimos. ¿Podrías negarte a un remedio tan efectivo como un libro?
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Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.