Siglo veinte, cambalache…

Los argentinos enseguida reproducen en su cabeza los versos que siguen: Siglo veinte cambalache, problemático y febril…
Y es que si hubo un siglo problemático y febril ese ha sido sin lugar a dudas el siglo XX. La literatura no se ha mantenido al margen. Hagamos un poco de historia.

El siglo XIX de la mano del Romanticismo introdujo aires nuevos a la literatura de la Ilustración, tan racional, tan critica de ciertos dogmas (como la Iglesia) y tan necesaria en el paso a paso de la sociedad como en el camino recorrido por la literatura que no es ni más ni menos que la expresión escrita de toda la humanidad.
El siglo XIX sopló a su paso un aire que nos conectó con las emociones, una época donde prevalece el triunfo del sentimentalismo, contra la razón ilustrada precedente. Acercó los libros a las clases sociales menos privilegiadas y la lectura comenzó a ser una actividad cotidiana a la cual tenían acceso ricos y no tan ricos. El realismo hace su entrada en los últimos veinte años de ese siglo y aparece la denuncia y la crítica sobre los problemas sociales, los autores describen de manera detallada lo que ven, sienten y hacen sus personajes de psicologías complejas. La variedad de tendencias y registros es la característica principal del final de este período, que anticipa la diversidad de la próxima era. Comienza a bullir el mundo y la literatura también.

Llega el siglo XX. Y volviendo a la letra del tango escrito por Enrique Santos Discépolo podemos tararear sus versos con la total convicción de que: …siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafa’os, contentos y amarga’os, valores y dublé pero que el siglo 20 es un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue…

Porque si bien es cierto que la historia de la humanidad es una concatenación de guerras, el siglo XX se caracteriza por albergar las dos guerras más recordadas, la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Estas fueron por su alcance y magnitud las dos guerras que más cambiaron radicalmente a la humanidad, sumiéndola en una montaña rusa de cambios, avances y retrocesos en todos los ámbitos y en la literatura también.Y es que ha sido un período marcado por conflictos bélicos que sacudieron la conciencia de los escritores, la influencia de la tecnología (especialmente las artes audiovisuales como el cine y los medios de comunicación, incluso la radio, televisión, e Internet), la ruptura de los límites estrictos entre géneros, y el intercambio entre diferentes lenguas y culturas, que hacen que las obras muestren un grado de cosmopolitismo e influencias mestizas mucho mayor que en los siglos precedentes. La literatura del siglo XX se caracteriza por el deseo de experimentación y la aparición de distintas vanguardias que buscan crear nuevas formas y nuevos contenidos. Rompe con los elementos tradicionales de la literatura: crea narraciones con saltos cronológicos, emplea nuevos escenarios en teatro, rompe la métrica y la rima en poesía, etc.

Atrás quedó el Romanticismo, e incluso el Realismo empieza a ser historia del pasado. Las vanguardias poso a poco van abriendo una brecha en cuanto a recursos y las temáticas se renuevan. Ya no se trata de la exaltación de los sentimientos y la fantasía (Romanticismo), ni siquiera de la representación de la realidad, la realidad individual y social en el marco del devenir histórico (Realismo). La crueldad de la Guerra instala antes, durante y después sensaciones distintas, más profundas, que anclan en el espíritu, en la esencia del hombre. La literatura no ha podido estar ausente. Así los temas más recurrentes del Siglo XX han sido: la angustia, tan visible a principios de siglo y en las cercanías de las dos guerras mundiales, producto de un mundo deshumanizado, que como diría Kafka “nos lleva nadie sabe dónde”;  la esperanza, donde la religión aparece como una respuesta a esa angustia. La fe podía dar sentido a la vida y lleva a exaltar los valores espirituales frente a un mundo materializado. Pero también nos hallaremos frente a una religiosidad conflictiva, cuestionada. Y quizás el tema por antonomasia sea: la protesta social y política, donde aparece la llamada literatura comprometida, de testimonio o denuncia.

Vivimos revolca’os en un merengue y en el mismo lodo, todos manosea’os, escribiría Discépolo allá por la década del ’30 en Argentina. Y así se sentía la humanidad a comienzos del siglo XX cuando irrumpe la Primera Gran Guerra y por ese entonces el mundo se queda casi sin aliento, y sin embargo los grandes escritores no abandonan la pluma. Los renovadores de la novela contemporánea de principios de siglo fueron Marcel Proust, que en 1913 inicia su gran ciclo narrativo con En busca del tiempo perdido; James Joyce, que se da a conocer en 1914 con los cuentos de Los dublineses; y el checo Franz Kafka, que publica en 1914 La metamorfosis y al año siguiente El proceso.

Y la guerra termina y aunque manosea’os los hombres siguen andando, las letras los acompañan. Por eso todos los escritos hablan de la condición humana, la muerte, el destino europeo y la decadencia de la ética. Por supuesto la grave crisis económica se hizo sentir en toda Europa y por primera vez el hombre siente en carne propia su propia insignificancia. El fin de las certezas se tradujo artísticamente en el vanguardismo, una serie de movimientos cuyo denominador común era la experimentación verbal y el uso de elementos de diferentes artes.
El periodo que hay entre las dos guerras es de gran ebullición ideológica y con grandes enfrentamientos que se verán en la literatura, pero también es época de experiencias y búsqueda de diversos géneros, como las vanguardias de los años veinte. En la novela hay una gran riqueza narrativa y algunas de las máximas figuras de la novela moderna, artífices esenciales de su renovación.

Pero nada es eterno, la paz tampoco y en la década del ’30 de nuevo la guerra marca la ruta literaria. La Segunda Guerra Mundial supone un punto de inflexión, tanto por los combates y sus consecuencias como por el holocausto, uno de los grandes temas de la segunda mitad del siglo. El diario de Ana Frank, escrito durante esta época, puede ser visto como uno de los libros inaugurales de esta tendencia, y Primo Levi como uno de sus máximos representantes.

Surge el existencialismo, con las obras de Jean-Paul Sartre, ante la angustia de un error repetido, la falta de sentido de la vida y la libertad combativa que se opone a ella. Sobre temas similares se reflexiona en El principito o los libros de Albert Camus. Simone de Beauvoir añade la cuestión del feminismo y el papel de la mujer.
La postguerra hace brillar Estados Unidos que se erige como el gran salvador de la humanidad. En América aparece un movimiento cuyos autores han sido denominados como la generación perdida, como John Dos Passos, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y William Faulkner quienes, de cerca o de lejos vivieron la experiencia bélica y pueden hablar de la Guerra en primera persona. Las inquietudes existenciales alternan o se combinan con las sociales en grandes novelistas italianos como Pavese, Pratolini, Moravia, Calvino. Entre las corrientes experimentales de posguerra, está la nouveau roman (nueva novela francesa). Pero al marguen de esta y otras corrientes, hay nombres como Marguerite Yourcenar o Michel Tournier igualmente importantes. Hijos dilectos de la llamada generación perdida brilla con luz propia: Truman Capote, Salinger, Carson Mc Cullers, Norman Mailer, Saul Bellow y Jack Kerouac.

La humanidad en nuestro Siglo XXI no ha dejado de estar en ebullición, ha de pasar mucho tiempo aún para sacar conclusiones, les corresponderá a los herederos de nuestra generación resumir lo que la literatura refleje de este ¿Trastornado? ¿Estremecedor? ¿Perturbado? Siglo XXI y los versos del Discépolo parecen escritos ayer nomás, porque:

(…) Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador. Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor.

Sin embargo, hasta podemos soñar con que al final de este siglo hayamos aprendido algo del anterior y que no se cumpla la profecía del compositor argentino cuando afirmaba que:

(…) el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también

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