Muchos de nosotros nos hemos emocionado escuchando una sinfonía, esa sensación de que la música nos envuelve y nos hamaca, de que nos transporta a un mundo de sensaciones nuevas. Y aunque cualquier composición musical es compleja, como oyentes solo percibimos la música, la melodía como un todo, es decir, no escuchamos la trompeta o el clarinete por separado, sino el resultado de la amalgama de muchos instrumentos como si fuera una sola voz que enhebra sonidos. Eso es posible solo mediante la compleja técnica de la música que no es tan sencilla como parece.
Ahora bien, si nos pasamos a la literatura, cuando entramos de lleno en la lectura de un libro, cuando ya estamos dentro de ese mundo que hábilmente el autor re-crea, la historia se nos presenta como un universo completo, coherente, un todo que va armando una historia. Y sin embargo, como en el caso de una sinfonía, ese resultado tampoco es simple sino que es producto de la técnica que combina las diferentes voces que participan en una historia de manera que suene en nuestros oídos una sola voz.
Esa vocecita que nos susurra, que nos cuenta lo que sucede en una historia, es ni más ni menos que la voz del narrador. Como lectores, se nos permite no prestar atención al engranaje y composición de las voces, pero los escritores deben ser conscientes de ellas y saber construirlas por separado para que la voz del narrador resulte creíble.
Es importante que no confundamos narrador con autor, puesto que sus voces son diferentes.
La voz del narrador es aquella que narra, valga la redundancia, lo que sucede en la historia. Si hablamos de un narrador en tercera persona, entonces esta voz será diferente a las voces de los personajes, ya que los narradores en tercera persona no participan activamente en la acción de la historia; vendrían a ser unos entes superiores (voz omnisciente) que solo la narran. El autor está por fuera de esas voces y vendría a ser el equivalente en un concierto, al director que marca el ritmo, las pausas, la entrada de un instrumento y de otro; solo que el autor además de dirigir participa del concierto. Entonces quien escribe una historia se convierte casi en un mago que, además de darle voz al narrador se la da a los personajes.
Una de las herramientas más poderosas de que disponemos como escritores no es el dominio del léxico, tampoco el conocimiento de la gramática, ni la creatividad o el ingenio. Sino que es esa voz. Como escritores no podemos desconocer esta técnica porque es el alma del libro que estamos escribiendo. Y como lectores podemos descubrir esa voz que narra y separarla de la voz de los personajes, hacer ese ejercicio como lectores enriquecerá la emoción ante cualquier historia que caiga en nuestras manos.
Esa amalgama única de descripciones, personajes y estilos que permiten al autor hablarle al lector a través de la palabra impresa es la voz del texto.
Sin la voz, un manuscrito puede tener un argumento atrayente, personajes interesantes y un final sorpresa, pero es posible que sintamos que algo le falta. La voz es lo que provoca que el lector se acurruque mientras escucha susurrar al libro: “Atención, voy a contarte una historia”.
Qué o cuál es la voz del autor es algo que no puede enseñarse, pero que puede conseguirse con la práctica, experimentando, encontrándose a gusto con una forma de narrar. Viviendo ese estado, en el que la escritura fluye y la pluma o el teclado vuelan, y al escribir parece como si estuviéramos en otro espacio y otro tiempo. Y eso simplemente se logra porque el escritor está dotado para hacerlo, pero sí y solo sí ese autor antes de sentarse a escribir se ha sentado a leer. Por eso es tan importante ponerse de un lado y del otro para entender el todo.
Muchos escritores principiantes luchan por escribir tal y como ellos creen que escribe un “escritor”. Se zambullen en los diccionarios de sinónimos buscando sustitutos a las palabras más sencillas; crean frases complicadas que explotan en descripciones floridas. Olvidan que su misión es comunicarse con un niño, el niño en el que todo lector se transforma al leer. Pero cuando en lugar de hablarle a ese niño, el escritor se enamora de cómo lucen sus palabras impresas en la página, se regodea en un lenguaje pulcro, cuidado, barroco, lo que está logrando es justamente el efecto contrario: alejarse del lector.
Quizás te haya sucedido el caso de tener entre manos una historia que no te conmueve, que no toca tu fibra íntima y está bueno que sepas que si eso sucede es que el escritor está apuntando hacia otro lado, que bien puede ser demostrar su erudición o que se haya equivocado de género y necesite escribir un ensayo o simplemente, es que no ha encontrado la voz que sea capaz de susurrar en tu oído querido lector.
Y es que las palabras por sí solas no son importantes, lo importante es cómo se encadenan esas palabras. La mayor preocupación de un maestro de escritores como Josep Pla era encontrar el adjetivo preciso en sus frases y purgarlas de todo lo que sobrase. Así es como el catalán se ha convertido en un artífice, un maestro del adjetivo: «Si fumo es para encontrar adjetivos», confesaba para dar a entender que el tiempo en que dura un cigarro no era tiempo perdido sino más bien ganado. Así es como su novela autobiográfica Viaje en autobús se convierte en una obra maestra al respecto.
Y es que Pla tenía razón, la sobreabundancia de adjetivación solo habla de pobreza de lenguaje, de grandilocuencia fatua y presumida. La adjetivación calificativa, añade matices, denota intenciones por eso adjetivar demasiado solo aporta redundancia y para el lector sin lugar a dudas es casi un somnífero a la hora de leer.
La esencia de la historia se nos va revelando tanto a lectores como a escritores. En el caso del segundo, encontrarla implica ir quitando capas con cada revisión hasta llegar al corazón de lo que realmente se le quiere contar al lector. Para ese lector, que irá descubriendo un mundo completo, cerrado, dentro de los límites de una historia, y entonces sabremos que estamos dentro de una historia que nos susurra oído.
Escribir tal como uno habla es lo que nunca deberíamos olvidar, tanto si escribimos como si leemos. La forma propia de hablar de cada uno nos llevará a encontrar la voz de cada uno como escritor. La claridad es algo que deberíamos apuntarnos como intención primera. La simpleza es lo que sigue, un vocabulario sencillo despojado de falsas grandilocuencias. Luego la historia y los personajes y así ya se tendrá la mitad del camino recorrido.
Pérez Reverte por ejemplo, tiene una clara y auténtica voz de escritor. Sus descripciones están llenas de palabras normales, pero colocadas de manera que permiten al lector entrar en la cabeza del personaje y ver exactamente qué es lo que el personaje ve. El lector se siente como si estuviera allí, dentro de la historia. A las pruebas me remito con este fragmento de La Piel del Tambor:
Se deslizaba el sol despacio sobre el Guadalquivir, sin un soplo de brisa y en la otra orilla las palmeras parecían centinelas inmóviles montándole guardia a la Maestranza […] A Don Ibrahím, sentado a la mesa del comedor, un aroma de huevos fritos con morcilla le venía desde la cocina con la canción que tarareaba la Niña Puñales. […] Aprobó un par de veces con la cabeza el falso letrado, moviendo silenciosamente los labios bajo el mostacho para acompañar la letra que la Niña iba desgranando bajito, con su voz ronca de aguardiente mientras, rasera en mano y delantal sobre el vestido de lunares, freía los huevos con muchas puntillas, como le gustaban a Don Ibrahím.
Como lector me he sentido a orillas del Guadalquivir y hasta he sentido junto a Don Ibrahím el aroma de los huevos fritos.
De ahora en más si como lector te sucede que estás viviendo como propia una historia, presta atención a esa voz y déjate llevar, y si como escritor en ciernes deseas alcanzar esa excelencia, no dejes de leer y reconocerla en quienes nos precedieron como maestros de la palabra. Porque con voz, un libro se convierte en algo más que palabras impresas en una página; se convierte en una historia. La voz, que ahora sabemos, es una compleja amalgama de voces que suenan como una sola y se convierte en esa brisa que le insufla vida y alma a un libro.
Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.
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Libros en el artículo
- La piel del tambor – Arturo Pérez Reverte
- Viaje en autobús – Josep Pla i Casadevall