Clásicos o modernos. Si hacemos la vista gorda a ciertos detalles podemos clasificar a un escritor en términos de dos grandes ramas de la historia de la literatura: el clasicismo y el romanticismo.
Hasta las primeras décadas del siglo XX, la historia de la literatura se puede pensar en términos de movimientos que se suceden uno detrás del otro, aunque no caóticamente. Son los movimientos clásicos y los movimientos románticos que, de manera alternada, ocuparon varios siglos no solo de la literatura, sino también del arte en general.
Los movimientos clásicos son: el Clasicismo, el Renacimiento y el Neoclasicismo, en ellos predomina la búsqueda de un ideal de perfección y de proporción, la razón se erige como guía de la creación, y destacan por la sobriedad, la sencillez y el equilibrio.
En cambio, los movimientos románticos: Edad Media, Barroco, Romanticismo y todas las vanguardias (los famosos ismos: Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo, Expresionismo, etc.) son desbordados y en ellos predomina la exaltación del yo, la expresión de sentimientos y un espíritu de rebeldía. La intuición, la imaginación y el instinto son los que guían la creación artística.
Hay movimientos en los que predomina el ethos (clásicos) y otros en los que predomina el pathos (románticos). Ethos significa “costumbre y conducta”, la norma del alejamiento de la emoción. Pathos, en cambio, significa “estado de ánimo, pasión, emoción, sufrimiento” y se aleja de reglas precisas.
Odio las clasificaciones que van más allá de la estética, y en materia literaria la estética es primordial porque nos habla de buenos o malos escritores, amén del bagaje literario que cada uno de ellos comporta consigo. Sin embargo a veces esas clasificaciones sin el ánimo de encasillar nos ubican. ¿Hay autores clásicos y románticos? Sí los hay, en cada etapa de la literatura los hubo y sin viajar en el tiempo que nos lleve hasta Cervantes o Rimbaud, en la actualidad también los encontramos. Clásico es Umberto Eco, es Italo Calvino, clásico es Thomas Mann y Milan Kundera aunque en este último también encontramos algunos rasgos románticos. Y dentro de los románticos más cercanos a nuestros días no podemos olvidarnos de Abelardo Castillo, de Liliana Hecker del recientemente desaparecido Carlos Ruiz Zafón. Y la lista es interminable.
En nuestro país, clásico es Jorge Luis Borges y un romántico hasta la médula es Julio Cortázar, ellos son Ethos y Pathos, es decir: el reflejo de esas dos formas de mirar y de abordar el hecho literario. Y quizás por eso parecen destinados a un duelo interminable aunque, como veremos más adelante, este supuesto enfrentamiento corre por cuenta de los fans de uno y/o del otro.
Borges y Cortázar se excluyen, es verdad, son personalidades distintas, crianzas distintas, se excluyen en cuanto a costumbres y modos de vida, usan lenguajes distintos, modismos diferentes y sin embargo permanecen unidos por un razonamiento lúcido y preciso, por una terminante marca de estilos que aunque disímiles apuntan a lo mejor que tenemos los argentinos en materia literaria. Claridad, concisión, y hasta lo fantástico como nexo. Cortázar incursionó en la novela, Borges la desterró de sus producciones y el cuento, como género, los amalgama.
Borges y Cortázar se conocían y se admiraban mutuamente a pesar de las diferencias antes marcadas a las que se suma un pensamiento político disímil. Hay una famosa anécdota que cuenta el autor de Ficciones: “Hacia 1947 yo era secretario de redacción de una revista casi secreta que dirigía la señora Sarah de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una, que el manuscrito estaba en la imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula ‘Casa Tomada’. Años después, en París, Julio Cortázar me recordó ese antiguo episodio y me confió que era la primera vez que veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra”.
Una carta enviada por el autor de Rayuela a Francisco Porrúa, lo atestigua, transcribo solo una parte de esa carta, la que nos interesa:
“Che, espero humildemente que no sea un acto fallido, pero en la nómina me comí a Borges. Oh, no creo que sea un acto fallido, porque no te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando, al cruzar el hall de la Unesco con Aurora para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena Vázquez, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois. Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando con un afecto que me dejó sin habla. Mirá, fue algo maravilloso. Borges me apretó fuerte, ahí nomás me dijo: “Ah, Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda, ¿no?, que yo le publiqué cosas suyas en aquella revista, ¿no? ¿Cómo se llamaba la revista, che, cómo se llamaba?”. Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural, pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo. Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba muchísimo más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo: “Ah, sí, claro… Y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos, ¿no?”. En fin, che, yo estaba hecho un pañuelo. Después lo escuchamos a Borges en su conferencia sobre literatura fantástica, dicha en un francés excelente, y a los días vino a la Unesco y les rajó una charla sobre Shakespeare que los dejó a todos mirando estrellas verdes. La chica Vázquez me arrancó la lectura de dos cuentos para una emisión de Radio Municipal, y se fueron a España. Por supuesto, los periodistas se ingeniaron como siempre para hacerle decir a Borges cuatro pavadas sobre política, pero qué poco importa, o en todo caso, qué poco me importa.”
Es innegable que ideológicamente pueden parecer antagónicos y de hecho sus posiciones políticas lo eran, que ellos mismos conocían y pudieron sobrellevar esa diferencia. Borges consideraba que Cortázar había sido condenado o aprobado por sus opiniones políticas, pero dijo: “fuera de la ética, (…) las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras”. Cortázar a pesar de disentir con muchas de las opiniones de Borges, mantenía con él una amistad que decía que (…) “solo las letras pueden entender” y establecía su propia atalaya, lejos del clasicismo, cerca del romanticismo: “Me temo que esa posición no sea entendida por los que cada vez pretenden más que el escritor sea como un ladrillo, con todas las aristas a la vista, el paralelepípedo macizo que sólo puede ajustarse a otro paralelepípedo. No sirvo para hacer paredes, me gustan más echadas abajo”.
Borges posee elegancia, serenidad, equilibrio. Cuando uno lo lee, siente que cada palabra, cada oración y cada párrafo han sido pensados y construidos como un edificio perfecto, sólido, sin rajaduras ni fallas; es estéticamente armonioso, es clásico. Cortázar es impetuoso posee fuerza vital y arrebato, experimenta, rompe los moldes, juega con las palabras, altera la sintaxis, deja de lado la puntuación, pero mantiene siempre un propósito estético, es romántico.
A pesar de esas diferencias, ambos mantienen su universalidad, en cuanto a la amplitud de sus temas, y a esa capacidad de conmover a lectores de lugares y épocas tan diferentes. Es la estética lo que los acerca.
Pero es más allá desde donde un autor debería analizarse, más allá de cuestiones políticas o ideológicas, más allá de movimientos que encasillan. Es desde la literatura desde donde planteo la apreciación de un autor, de su obra.
Acabemos entonces con esa dicotomía de Borges o Cortázar como si estuviésemos hablando de River y Boca o de comunismo y capitalismo.
Las experiencias no se prestan ni se regalan como un don, cada uno debe vivirlas por su cuenta para que pesen en nuestro haber. Personalmente, mucho de mi amor a la literatura se lo debo a algún cuento de Borges y a muchos de Cortázar, que los disfruté y los disfruto.
En la variedad está el gusto y si Borges y Cortázar pudieron sobrellevar sus diferencias y no solo eso, sino que si cada uno se mantuvo en pie a pesar de que el viento soplaba a babor o a estribor, ¿quiénes somos nosotros para categorizar sus respectivos corpus narrativos? Somos simplemente lectores que nos dejamos atrapar y subyugar por un clásico y romántico sin distinción de banderías.
Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.