Es sabido que el relato existe desde que el hombre existe. Etimológicamente la palabra “contar” evolucionó desde la enumeración de objetos a la de acontecimientos, hasta convertirse en “relatar”. Actualmente, el término “relato” se usa en tres sentidos diferentes: el discurso hablado mediante el que se narra un suceso o una serie de hechos; la serie de acontecimientos reales o ficcionales que son objeto de ese discurso; el acto de la narración.
Muchos escritores encaran un relato sin saber si será un cuento o una novela y lo resuelven durante la marcha.
Pero entonces… ¿Relato o cuento?
El relato propiamente dicho es un texto narrativo ficcional de extensión muy variable: brevísimo o de hasta cincuenta páginas aproximadamente. No es tan extenso como una novela y linda a veces con el cuento, pero permite la inclusión de desvíos o digresiones que el cuento no permite. En este punto radican las diferencias y las semejanzas: el relato puede admitir libertades que el cuento no admite y, a la vez, el cuento y la novela son relatos porque “relatan” y trabajan – cada cual a su modo – con parecidos materiales narrativos. Parece un trabalenguas pero no lo es.
Un relato narra una historia, es decir, una serie de sucesos encadenados en el tiempo desde un principio, una situación inicial, hasta un final, empleando un discurso apropiado. Sin embargo, un buen relato no tiene límites: el inicio sugiere un tiempo anterior, y el final, uno posterior.
El cuento no permite cabos sueltos, el relato los admite. Escribir un cuento es casi un hecho mágico capaz de reunir en torno al relator a los seres más heterogéneos. Escribirlo implica no desestimar la reacción de los lectores, el cuento se escribe con la ayuda del lector, el escritor debe plantearse las preguntas que el eventual lector se plantearía y darles respuesta dentro de los límites del cuento. Asimismo el arte de escribir cuentos es “poder decir mucho con muy poco”, por eso quizás la clave fundamental del cuento está en sugerir más que en contar los hechos, concentrar una idea en muy pocas palabras. Sin embargo no es que un cuento sea bueno por su brevedad, sino porque el buen cuentista sabe contar algo extenso en forma breve. Para ello el autor omite partes del episodio pero sin escatimar información de manera arbitraria.
“¿Cuentos? ¡Ah, escribís para pasar el rato!” o “¿No se te ocurrió nunca una novela?”, son frases que todo cuentista ha escuchado alguna vez.
Cuando se emprende la ardua tarea de formase como escritor, suele ser moneda corriente la idea de que un cuento es más fácil de escribir que una novela. Las razones que se esgrimen los iniciados en este arte son variadas y casi todas erradas. Un cuento es más fácil porque es cortito, primera auto mentira para quien nunca se atrevió con el cuento propiamente dicho. Un cuento lo empiezo y lo termino en una tarde, segunda auto mentira porque a veces pulir un cuento, lograr que ese mecanismo de relojería funcione puede llevarnos meses. Prefiero escribir un cuento porque con un par de metáforas me luzco, tercera auto mentira, la precisión que exige el cuento hace que debas trabajar concienzudamente cada recurso que utilices, las metáforas son uno de ellos. Y la lista puede seguir. Pero sería bueno tener en cuenta que “La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”, según expresaba el argentino Julio Cortázar, cuando hacía comparaciones sobre ambos géneros.
Cualquiera sabe que para ganar por nocaut hay que saber manejar las técnicas del boxeo. El cuento no es fácil por ser cortito, sino que justamente todo lo contrario es difícil porque en poco espacio debemos lograr una precisión extrema mientras que en la novela no importa el número de páginas que necesite para cerrar una idea, un tema. En este caso corto es inversamente proporcional a fácil.
Cortázar sentó las bases de esta idea y escritores de envergadura toman la posta. Luisa Valenzuela piensa que el cuento “(…) es el rey de los géneros en prosa. Una novela admite y hasta alienta que nos vayamos por las ramas, un ensayo permite todo tipo de reflexiones e indagaciones. El cuento exige precisión. Es un mecanismo de relojería”. Totalmente de acuerdo y cabe aclarar que lo de “mecanismo de relojería” es también una idea de Julio Cortázar.
Otro aspecto que me gustaría resaltar de los escritores en ciernes es que muchos comienzan por el cuento recurriendo a cualquiera de las razones de practicidad arriba enumeradas y ninguno tiene en cuenta, ya no solo el auto engaño sino la certeza de que no solo se escribe para uno mismo, del otro lado estás siempre: el lector. “Quien lee un cuento sabe o espera leer algo que lo distraiga de su vida cotidiana, que lo haga entrar en un mundo no diré fantástico —muy ambiciosa es la palabra— pero sí ligeramente distinto del mundo de las expectativas comunes”, son palabras de Jorge Luis Borges que de cuentos sabía un rato largo.
Y es que el cuento es mucho más complejo en su escritura que la novela. La novela necesita paciencia y tiempo, el cuento, claridad y clarividencia, yo no he inventado nada. Marcelo Luján, cuentista y novelista argentino, residente en España y ganador del VI Premio Internacional Ribera del Duero en 2020 con su volumen de cuentos “La claridad”, opina: “Es el género más complejo de la narrativa desde el punto de vista de la ejecución como escritor, sin dudas. Digo un cuento logrado, por supuesto. Los ritmos que tiene, las posibilidades de error, son mínimas. En la novela los baches son recuperables y en el cuento, no. Un cuento que cae en un bache y se destensa, es un cuento perdido”.
Desde mi experiencia en talleres de escritura puedo afirmar que la mayoría relativiza el género cuento: Escribir una novela de 200 páginas me llevaría demasiado tiempo, voy a escribir un cuento que es una pavada de 4 o 5 páginas. En ese caso la mejor estrategia es mantenerse callado y enseñar con la práctica. Y es que adhiero una vez más a las palabras de Luján: “No digo nada, porque quiero que salgan a la cancha y que se peleen con la estructura, con las decisiones técnicas. Pero ejecutar un cuento es más difícil que una novela, eso te lo dice cualquier persona que entiende del género o que lo ha intentado”.
La novela es escritura a la deriva, sin apuros, uno entra al mar y se puede tomar un bote, un transatlántico, un alíscafo o los tres alternativamente, que a la larga, con paciencia, llegarás a buen puerto. El cuento traza un horizonte cercano al cual hay que llegar con las herramientas que tengas a mano, braceando si fuera preciso, llegar y no ahogarse en el intento. En la novela los recursos son múltiples y variados, podés echar mano del que corresponda según el pasaje, el escenario, todos y muchos son igualmente útiles. El cuento te obliga a recursos más precisos, a concretizar sobre qué estás escribiendo.
Si estás pensando en el precioso arte de escribir y la disyuntiva es, ¿cuento o novela? No dudes, que empezar por el cuento puede llevarte en andas a la novela y nunca sucede a la inversa. El trabajo, la rutina de concretar una idea que nace como un chispazo, la buena utilización de los recursos en el momento preciso y con la precisión necesaria solo puede dártelo el cuento, es un difícil comienzo pero quizás sea el mejor para conocer a fondo la cocina del que escribe. El cuento, sin duda alguna, te dará la suficiente cintura técnica como para lidiar con muchas ideas, pero ¡ojo! No lo menoscabes, no lo menosprecies, abrázalo como el género que desde la pequeñez anuncia la trascendencia o como esa gema que desde la opacidad advierte de la brillantez y como ese instante detenido que desde un chispazo promete el esplendor de la vida.
Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.