Corrección Literaria

Todo tiene un tiempo sobre el papel

Todo tiene un tiempo bajo el sol
Porque habrá siempre
Tiempo de plantar y de cosechar
Tiempo de hablar, también de callar
Hay tiempo para guerra y tiempo de paz
Tiempo para el tiempo y un rato más…

No, no voy a hablar de Vox Dei aunque sin duda la letra de Libros sapienciales bien puede aplicarse a la escritura. Escribir es un proceso donde todo tiene su tiempo. Por eso, con la debida licencia de Vox Dei, agregaría a la canción:

Porque habrá siempre
Tiempo de borrador y de texto formal
Tiempo de escribir y de re-escribir.

Y es que el acto de escribir conlleva tres etapas fundamentales, cada una de ellas es esencial para el producto final. Yo las denomino: tiempo de acción, tiempo de descanso y tiempo de reacción. En conjunto se trata de re-escribir.

El tiempo de acción comienza con la idea misma y con la tarea de escribir un borrador inicial a partir del cual trabajar. Un borrador es como un esqueleto, las bases y fundamentos de un edificio, la estructura para que el edificio (el libro) no se desmorone.
Pero de poco sirve un borrador si no recibe revisión y corrección, siempre se trabaja sobre un borrador, nunca se escribe algo y ya está.
De todas formas mi consejo siempre es dejarlo descansar, es decir relájate que ya has sacado de tu cabeza lo más acuciante, la historia ya rueda, algunos personajes ya tienen vida.

Ahora empieza: la etapa de descanso. Dejar reposar un texto, sobre todo en la fase final, hará que pensemos en la historia, seguirá trabajando sola en nuestras cabezas, nos daremos cuenta también de errores, despistes y erratas que no hemos sido capaces de ver en el fragor de la escritura del borrador, y lo que es más importante, nacerán nuevas ideas que nos permitirán seguir armando la historia, esas ideas que muchas veces en el momento de escribir nos faltan. Esto es muy importante de entender ya que esos momentos pueden ser muy frustrantes, tanto que podríamos llegar a abandonar la escritura para siempre, y eso sería un gran error.

Y entonces llega el tiempo de reacción, más conocido como revisión, corrección, re-escritura. Es la etapa menos placentera de la escritura, sin duda, aunque no debería serlo, pero seguro la más necesaria. Es la más esforzada, la más angustiante quizás, pero la que pone a prueba nuestro talento y también la que nos guía al aprendizaje de las herramientas y técnicas narrativas, y sobre todo la puesta en práctica de estos recursos de escritura que en el fragor de una primera escritura se nos hayan pasado por alto o que todavía no conozcamos, como el pintor que aprende en la práctica las diferentes técnicas y herramientas para la pintura. Esta es la etapa de pulir, de abrillantar, de perfeccionar lo que salió de un tirón.

Mientras más tiempo de reposo tenga un texto, mejor. La distancia emocional del texto nos permite detectar de manera más clara los errores, la mala redacción, las contradicciones o los cabos sueltos en la historia, las frases o párrafos reiterativos o todo aquello que no dice nada y que no contribuye a la calidad general del texto y que más bien estorba para su mejor lectura. Quizás también en ese tiempo de reposo, encontremos o conozcamos alguna técnica que sirva para nuestra historia, esas técnicas o herramientas que aprendamos de nuestros profesores o de los maestros escritores que hayamos conocido en la lectura.

La ansiedad y el entusiasmo de un autor por su texto pueden hacerlo apurar demasiado, incluso, a la publicación de un libro. Y esto es comprensible. Cuando escribimos un nuevo libro nos gana una alegría que queremos compartir con amigos y lectores lo más pronto posible. Cada texto nuevo parece que nos invitara a descubrir el agua tibia y nadar en compañía suele ser lo más placentero. Sin embargo, no hay que dejarse llevar por la prisa y nunca apurar una publicación, porque manteniéndolo algún tiempo en reposo seguro se podrá mejorar y convertirlo en un libro más prolijo.
Y es eso quizás lo que toma más tiempo al escribir, ese es en realidad el trabajo de una escritora, un escritor. Tener la paciencia de reposar un escrito, para poderlo trabajar con tiempo, para que, como un buen vino, luego destaque lo mejor de sus cualidades.

Es preciso no caer tampoco en la cuestión inversa y saber también cuándo desprenderse de un texto, de una obra y dejarla ir, que viva su vida propia, con sus cualidades y también con sus defectos, esto es necesario a la hora de dar por terminada la etapa de corrección y edición. No podemos vivir aferrados a un libro y corregirlo permanentemente. Y quizás nuestro error, al corregir en exceso, sea aferrarnos a un mismo libro que armamos y desarmamos y jamás terminamos, quizás porque tenemos miedo de comenzar un nuevo trabajo, quizás porque sentimos que no seremos capaces de escribir un buen libro alguna vez. Incertidumbres que, nos guste o no, siempre sentiremos mientras vivamos, porque cada nuevo libro nos hace sentir inexpertos y parece que estamos escribiendo por primera vez, pero siempre es una vivencia extraordinaria y un aprendizaje.
Porque resulta que a escribir se aprende escribiendo y corrigiendo, y re-escribiendo. No queda más remedio que hacerlo y aprender a convertir el tiempo en nuestro gran aliado literario y disfrutarlo, porque en realidad es la etapa más creativa.

Hay diferentes caminos para corregir un texto, a saber:

Corregir a medida que vamos creando el texto.

Significa leer y releer lo escrito. Se avanza lentamente, pero se van dejando pulidas cada una de las etapas tratadas.

Este método exige:

a) Experiencia en el manejo del lenguaje al que vamos a mejorar y modificar.
b) Cierta frialdad que permita, al mismo tiempo que se retrocede, tener bien presentes cuáles serán las ideas siguientes, las metas hacia donde vamos.
c) Flexibilidad para ser capaces de suprimir o agregar lo que creamos adecuado.

Corregir una vez que el texto está terminado.

Significa dejar fluir las ideas, llevarlas al papel y, cuando ya nada hay por agregar, empezar la corrección.
Este método permite: Tener una visión general del texto, de su estructura, de su unidad y sus posibilidades de comprensión.

Y como me aferro al refrán que dice que cuatro ojos ven mejor que dos yo recomiendo siempre:

Dar a corregir el texto a una tercera persona.

Significa desprenderse de la obra y recurrir a la opinión de otro.
Una persona ajena al texto tiene la posibilidad de ser un buen juez. Será capaz de detectar errores y, sobre todo, de discernir si el escrito trasmite lo que su creador supone, si se comprende con facilidad, si logra la intencionalidad de la autora/el autor. Incluso podemos combinar estos pasos entre sí, uno no debería excluir al otro.
No dudes en buscar un corrector literario, ese que entienda tus emociones, que sea capaz de ayudarte a plasmar tus ideas, que sepa enseñar y que te acompañe para que tu voz (tu propia voz) hable a través del texto.

Para atrapar al lector, para encandilarlo, para lograr en un texto esa cadencia que suena como una música que acompaña al auditorio, es necesario afinar los instrumentos y escuchar tu propia voz para que llegue al lector.

El arte de escribir es sin lugar a dudas el arte de re-escribir.

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