¿Héroe o antihéroe?

Realmente si nos ponemos a pensar hemos sido criados para admirar a los héroes, para entregarles nuestro corazón, para extasiarnos con sus éxitos, pero… nadie nos entrega su corazón, nadie nos admira, nadie se extasía con nuestros éxitos. Porque hemos sido criados para encandilarnos pero no para encandilar, para dejarnos cautivar hasta ser cautivos de una admiración desmedida por los héroes pero siempre desde la vereda de enfrente: la del antihéroe. Y si te dijera que siendo antihéroe también puedes convertirte en héroe, ¿me lo creerías? Bien, bien, no es tan sencillo de admitir, pero si me otorgas unas cuantas líneas más intentaré convencerte.

Empecemos por el arquetipo del héroe tradicional.
Un héroe es alguien que realiza una acción valiente. Una persona se convierte en héroe cuando realiza una hazaña extraordinaria como cruzar los Andes a caballo y por eso los héroes también pueden ser reales y llegan para confundirnos.
Un héroe satisface las definiciones de lo que se considera bueno y noble por eso al leer El señor de los anillos, Aragón, el héroe por antonomasia, colma todas nuestras expectativas y de la vereda de enfrente seguimos penando porque son dignos de admiración, sin duda pero también inalcanzables.
El héroe lucha contra las fuerzas del mal: brujos, encantamientos, pociones, engaños, enemigos de todos los colores, protegiendo a los buenos de un peligro inminente. Y así fue como Harry Potter se convirtió en el héroe de toda una generación.
Un héroe como el Rey Arturo, un héroe como el Cid Campeador, un héroe capaz de heroicidades, valga la redundancia, es el tipo de héroes que alimentaron nuestras primeras fantasías. Enseguida llegaron los cuentos de hadas para reivindicar al héroe y así fue como surgió el prototipo del príncipe azul o el caballero valeroso que rescata a un pueblo de las fauces de un dragón, y con esos cuentos nos dormíamos por la noche, invocando la presencia del héroe que velara nuestras peores pesadillas. Y nosotros siempre de la vereda de enfrente en total pasividad frente a las hazañas que nunca seremos capaces de realizar. En definitiva, que el héroe sostiene nuestros miedos exorcizándolos, pero también nos crea dependencia, justifica nuestra sumisión, nos torna vulnerables e incapaces de enfrentar el mundo sin su ayuda.
Y con el devenir del tiempo los héroes han pasado a ocupar ese quimérico lugar del todopoderoso, del imposible, de aquel que desde la vereda opuesta se burla de nuestras incapacidades. Son importantes, es verdad, aunque más no sea para que nos propongamos ser héroes mientras dura la lectura de una novela con características épicas o para plantearnos la hipotética posibilidad de una redención social, personal, sentimental, laboral, etc.

Y el tiempo sigue su curso y la literatura hace lo suyo, que es alcanzar la mayor verosimilitud posible con la realidad, salvo que nos quedemos dentro de la literatura fantástica que escapa a cualquier contexto real. Y es que en la literatura contemporánea, el héroe ha sido reemplazado por el antihéroe: ese personaje que posee nuestro rostro que refleja nuestras debilidades y desde la verosimilitud de que hablamos, despojado de las virtudes exageradas del héroe se acerca más a cada uno de nosotros mismos, nos representa. Por eso, en los relatos e historias de los últimos años, es común ver sujetos protagonistas, que fluctúan entre el mal y el bien. Que matan en pro de un beneficio, personajes decadentes, pesimistas, enfermos, pecaminosos, que imponen sus propias reglas, seres de papel repletos de anti-valores pero con sentimientos y capaces de hacer aunque más no sea una obra buena y luego seguir con su vida de siempre o sin convertirse en héroes morir en el intento. El antihéroe se nos parece.

Tal es el caso de Holden Caulfield el protagonista de El guardián entre el centeno de J.D.Salinger o el detective Philip Marlowe, creado por Raymond Chandler en varias novelas policiales entre ella El largo adiós, un investigador que con sus defectos y con la honrada virtud de ser fiel a esos defectos, dista mucho de ser un héroe sino más bien un ser de carne y hueso que no obstante reivindica el delito. También podríamos citar a Ignatius Reilly, protagonista de La Conjura de los Necios, de John Kennedy Toole que es la encarnación de la podredumbre moral. El vividor Jay Gatsby, retratado por Scott Fitzgerald en esa novela cumbre que es El gran Gatsby, es un dechado de defectos y aunque su final no es para ambicionar podemos decir que se nos parece mucho más, que Batman o Superman.
Parado junto a cualquiera de nosotros o sentados en el cordón de nuestra misma vereda están también, esos personajes que no salen de ese bucle de pesimismo y mala racha y que acaban tal y como empezaron. Y nos acercamos deliberadamente al creador del antihéroe de la literatura contemporánea: Franz Kafka. Sus narraciones cortas (La condena, Un médico rural, entre otros) y sus novelas surrealistas protagonizadas por antihéroes en mundos incomprensibles (El proceso, La metamorfosis, El castillo), nos llevan de la mano junto a sus metáforas a lugares donde psicología e intelecto se dan la mano para recuperar desde los seres de papel la verdadera idiosincrasia de los seres de carne y hueso.
Unos años antes otro grande de la literatura universal nos atiborró de antihéroes que vinieron a cambiar el concepto que decía que el protagonista de una novela debe ser u dechado de virtudes. Me refiero a Fiódor Dostoyevski y para muestra vayan varios de sus botones (personajes) literarios: Rodión Raskólnikov en Crimen y castigo; Alekséi Ivánovich en El jugador; Príncipe Myshkin en El idiota.
Y si sigo retrocediendo veremos que el antihéroe no es un invento de la literatura de nuestros días. Asesinos, mendigos, bufones, conspiradores, cornudos, chivatos, oportunistas, chulos o torturadores nos llegan allende los siglos de la mano de William Shakespeare: Otelo, Ricardo III, Macbeth no son un ejemplo de virtudes y sin embargo son los protagonistas de sus obras más conocidas.
A no confundir al antihéroe con el villano. El antihéroe no necesita ser el que encarna los valores contrarios a los del héroe, sino otros, que no siempre son negativos, sino que pueden ser simplemente distintos a los del héroe. Valores que podrías reconocer en ti mismo querido lector que no eres un héroe sino que has sido criado para admirarlos, pero nunca alcanzarlos y, ahora ya lo sabes, también para descartarlos si hiciera falta.

Y es que la literatura, que siempre sostiene nuestra vulnerabilidad, viene a poner una cuota de realismo en la vida diaria y nos permite también recuperar la dignidad. Porque, entre nosotros, héroes solo unos pocos, antihéroes casi la mayoría.


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