“En otras ciudades, la gente inteligente sale y hace dinero. En Dublín, la gente inteligente se queda en casa y escribe libros”. La escritora dublinesa, Anne Enright, nos explica muy sucintamente el flechazo entre Dublín y las letras. Aunque por supuesto es una humorada, lo cierto es que los irlandeses y las letras están casados desde hace bastante tiempo.
El Temple Bar es una zona del centro de Dublín, en la que se concentra la vida nocturna de la capital de Irlanda. Las estrechas y adoquinadas calles de Temple Bar conservan la más pura esencia de la ciudad y constituyen el mayor centro cultural y de ocio de Dublín. En gaélico, “bar” significa camino o paso, por lo que su nombre podría traducirse como Camino de Temple.
A partir de 1800 comenzaron a instalarse pequeñas empresas en la zona, pero el barrio se encontraba en pleno declive y los terrenos fueron adquiridos para la construcción de una estación de autobuses. Finalmente el proyecto fue abandonado y los artistas y comerciantes decidieron permanecer en la zona.
Temple Bar comenzó a transformarse en un lugar próspero, sobre todo a partir de 1991, tras la elección de Dublín como Capital Europea de la Cultura.
La leyenda urbana dice que el barrio toma el nombre del pub homónimo, aunque en realidad fue el pub quien tomó el nombre del barrio. Lo cierto es que hoy en día, allí transcurre la mayor parte de la actividad cultural de la capital. Es el sitio que más autores y lectores convoca de toda Dublín. Allí se aprecia la excelente connivencia entre Dublín y las letras, que quien más quien menos ha sabido apreciar.
El siguiente fragmento de Santiago de Posteguillo en su libro “La noche en que Frankenstein leyó el Quijote” nos ilustra esta sensación:
“(…) Lo que no sabían era que aquellos vikingos venidos de la remota Escandinavia no tenían prisa esta vez y por eso no los perseguían como en otras ocasiones. No, aquellos vikingos no habían venido a saquear y a secuestrar hombres, mujeres y niños. No. Aquella mañana habían venido para quedarse en la bahía y fundar una auténtica ciudad vikinga que el mundo luego conocería como Dubh Linn, es decir, «laguna negra» en gaélico, el Dublín del siglo XXI.
Cuando uno piensa en la relación entre los vikingos y la literatura, lo primero que le viene a la mente son esas largas e intensas sagas nórdicas que, en el caso de la literatura inglesa, a través del poema Beowulf (el equivalente al Mio Cid en español), marcan el arranque de la literatura anglosajona. Luego Tolkien recurriría a estas sagas como base para recrear su magnífico mundo de la Tierra Media.
Todo esto es cierto, pero los vikingos, aun sin saberlo y sin pretenderlo, contribuyeron a la historia de la literatura no ya sólo inglesa sino universal con una acción que nadie pensó que podría ser tan importante: la conquista de Dublín. Y es que, con la llegada de los vikingos, la ciudad creció y se consolidó como un importante eje de comunicaciones marítimas y comerciales en el norte de Europa. Fue un renacer construido sobre mucha sangre inocente, sangre celta que no obstante, se mezclaría finalmente con sangre vikinga y luego normanda.
No sé si será esta mezcla de la imaginación celta con la pasión por las largas sagas de los vikingos lo que produjo el milagro, o si fue el clima eternamente lluvioso y melancólico, pero Dublín, aunque no se sepa demasiado, es una de las ciudades que más han aportado a la literatura. De hecho es Ciudad de la Literatura por la Unesco. ¿Y eso por qué? Porque pocas ciudades han dado a la literatura tantos maestros. Y si no, juzguen por ustedes mismos: Congreve o Sheridan, importantísimos dramaturgos del XVIII y el XIX eran de Dublín, como lo era también el autor mucho más conocido, de Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift, un ejemplo de sátira social demoledora. Y también nació en Dublín el eterno e inigualable Oscar Wilde, cuyos rompedores epigramas, como «Puedo resistirlo todo menos la tentación» o «En los exámenes los estúpidos preguntan cosas que los sabios no pueden responder», nos resumen bien la filosofía del pueblo irlandés. Como se imaginarán, este segundo epigrama es muy popular entre los estudiantes universitarios, incluidos los míos.
Pero hay mucho más en Dublín: ¿recuerdan el musical My Fair Lady, con Audrey Hepburn y Rex Harrison? Está basado en la obra Pigmalión de Bernard Shaw, otro dublinés que obtuvo el Premio Nobel en 1925, y el Oscar por el mejor guión adaptado en 1938 (cuando reescribió Pigmalión para una primera versión cinematográfica británica, preludio del musical My Fair Lady).
Yo creo que con Swift, Wilde y Shaw, además de los mencionados anteriormente, cualquier ciudad merecería ya un lugar privilegiado en la historia de la literatura, pero a estos autores podemos añadir un siempre controvertido Samuel Beckett, que con su apuesta por el teatro del absurdo, con obras como Esperando a Godot, fue merecedor del Premio Nobel en 1969. Esto hace ya dos dublineses con el Premio Nobel de Literatura. Pero además, si uno pasea por la ciudad, no sólo puede ver dónde nació o vivió Wilde o visitar el más que interesante Writers’ Museum [Museo de los Escritores], sino que puede descubrir placas y estatuas repartidas por las calles que hacen referencia a la épica novela de James Joyce: Ulises. ¿Que dónde nació Joyce? En Dublín, por supuesto, donde se educó como escritor y hasta donde dio clases como profesor de lengua.
Con Joyce tenemos otro autor internacional que añadir a la gran lista de la ciudad y que, aunque luego viviría fuera de Dublín, quedó literariamente atrapado en la capital irlandesa que le vio nacer, y siempre escribía sobre sus calles, sus esquinas, sus pubs, sus gentes. Y si no me creen relean otra de sus obras, “Dublineses”, cuyo título no deja lugar a dudas. John Huston hizo una magnífica adaptación al cine del último de los relatos de este libro, «Los muertos». Película memorable.
En Dublín puedes encontrar librerías modernas, librerías antiguas, mercadillos de libros usados o bibliotecas absolutamente espectaculares. De hecho, cuando Hollywood buscaba en qué inspirarse para recrear la impactante biblioteca del mítico castillo de Hogwarts de la serie Harry Potter, encontraron la iluminación en la fastuosa biblioteca del Trinity College de Dublín. Nada más entrar en ella, el visitante tiene la sensación de estar en la catedral de las bibliotecas y de que en cualquier momento el adolescente Harry o el malvado Voldemort pueden sorprenderle emergiendo de cualquier pasillo (…)”
Dublín es el centro más poblado y por ende representativo de Irlanda pero… ¿Qué misterio hace que una isla medio despoblada en el confín de Europa posea la más alta concentración de escritores de talento del mundo?
Algunos lo atribuyen a sus paisajes. Los paisajes de Irlanda pueden meterse debajo de tu piel, pero para algunos escritores, poetas y dramaturgos, hacen incluso más que eso. Son una inspiración en sí.
Otros afirman que Irlanda, es la tierra de los poetas y los músicos por antonomasia. “Los irlandeses nacen cantando, pero no cuentan con una gran nómina de músicos insignes”, dice el escritor Javier Reverte. “Cantan siempre, en cada pub, y necesitan la música para sus historias: Es el país de la vieja literatura oral. Julio César ya dijo de ellos que eran un pueblo que amaba las viejas historias y que las contaban muy bien. Las canciones son su modo de contarse la historia y, sobre todo, las pequeñas historias que la conforman”.
Lo cierto es que con Dublín a la cabeza, toda Irlanda es un canto a la literatura. La historia de amor de Irlanda con la literatura está bien documentada. Las historias están inscritas en el paisaje y las antiguas tradiciones sus autores se celebran en todo el mundo.
Podríamos hacer una extensa lista de los más destacados autores irlandeses y sumarla a los mencionados por Posteguillo. Jonathan Swift, John Banville, Francis McCourt, Jamie O’Neill, Elizabeth Bowen, W. B. Yeats, Patrick Kavanagh, Oscar Wilde, por nombrar solo algunos.
La pregunta queda flotando… ¿Qué misterio hace que una isla medio despoblada en el confín de Europa posea la más alta concentración de escritores de talento del mundo?
La respuesta final no llega. Quizás, lo mejor de todo misterio es continuar siéndolo. Por eso, lo mejor que podemos hacer los lectores es entregarnos, dejarnos envolver por ese insondable halo que explica sin explicar la felicidad eterna de este matrimonio de Irlanda con la literatura.
Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.
Libros en el artículo:
- La noche en que Frankenstein leyó el Quijote – Santiago Posteguillo