El Boom Latinoamericano, ese fenómeno literario que estalló en la década de los 60 y que transformó para siempre la literatura de habla hispana, es ahora un punto de referencia, un espejo en el que nos miramos para entender nuestra identidad cultural, política y literaria.
Aquel estallido, que llevó a escritores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, y Carlos Fuentes a convertirse en íconos universales, ha dejado una marca indeleble en la narrativa latinoamericana. Pero hoy, más de medio siglo después, el Boom parece vivir en una suerte de paradoja: su legado sigue vigente, pero el contexto en el que resuena ha cambiado profundamente.
Hoy, el Boom se encuentra en diálogo con la actualidad en un ejercicio peculiar, como si fuera un «juego de palabras» entre generaciones, entre el pasado y el presente, donde las voces del Boom dialogan con los nuevos discursos literarios y con las exigencias de un mundo cada vez más interconectado, digital y globalizado.
Si miramos al Boom Latinoamericano, una de las primeras preguntas que surge es: ¿qué queda de aquel fenómeno en la literatura de hoy? Si fue un grito radical de afirmación cultural, un regreso a lo popular, a lo «real maravilloso», ¿cómo se traslada esa explosión creativa a un mundo donde los movimientos sociales y las tecnologías de la información imponen una lógica distinta?
Los autores del Boom fueron jóvenes visionarios, dispuestos a desafiar las convenciones literarias, verdaderos revolucionarios de la palabra, de las ideas, y algunos incluso activos revolucionarios de los cambios políticos. Hoy, la mayoría ya no están y las nuevas generaciones (conocidas a veces como «Generación Z» o del inglés «Millennials») heredan un mundo en el que el concepto de «revolución» no es necesariamente literario, sino digital y de consumo. Revolución en tanto cambio profundo, a veces polémico, revolución en el sentido de transformación de las estructuras, literarias en este caso, pareciera ser la palabrita que une pasado y presente.
En este sentido, el Boom Latinoamericano puede verse como un boomerang que vuelve a la actualidad. ¿Cómo? A través de la reutilización de sus formas, sus temáticas y sobre todo, su capacidad para abordar las temáticas más profundas de la realidad latinoamericana. El realismo mágico de García Márquez, el surrealismo de Cortázar, y la crítica política de Vargas Llosa siguen siendo herramientas para contar historias en un contexto globalizado, donde la política de lo absurdo, la hiperrealidad y los relatos híbridos atraviesan tanto las novelas como los memes, los tweets y las noticias falsas (fake news).
Los relatos de violencia, pobreza y surrealismo de autores como Carlos Fuentes siguen resonando en las historias de jóvenes escritores que, aunque no siempre escriben de forma tradicional, cargan con la misma preocupación de transformar la realidad a través de la palabra, una visión surrealista del mundo como la de Cortázar pueden hoy aplicarse a un contexto latinoamericano donde la marginalidad pareciera ser moneda corriente.
Mario Bellatín es mexicano y es uno de los escritores más destacados de la literatura contemporánea latinoamericana que ha explorado la violencia, la pobreza y una visión surrealista del mundo. Su obra está marcada por un lenguaje experimental y una visión grotesca y surrealista, elementos que lo acercan a la tradición del Boom latinoamericano, especialmente a la obra de Julio Cortázar. Su estilo experimental y la ambigüedad de sus narrativas recuerdan al eterno Cronopio, especialmente sus obras como Final del juego o el cuento La casa tomada en su libro Bestiario.
Mientras Cortázar exploró el surrealismo y lo extraño de la vida cotidiana, Bellatín utiliza un enfoque similar para reflexionar sobre el malestar social y la marginalidad. En su novela Salón de belleza, Bellatín crea un mundo donde la realidad y lo absurdo se funden. La historia transcurre en un salón que parece ser un lugar de belleza y transformación, pero pronto se convierte en el escenario de una enfermedad terminal que afecta a los personajes. La narrativa es surreal, una atmósfera extraña en la que el espacio físico del salón de belleza se convierte en un espacio simbólico de la muerte y la decadencia. La obra de Bellatín no solo juega con lo surreal en su trama, sino que también lo hace a nivel estilístico, con frases y descripciones que buscan romper la lógica convencional del relato. Yo no puedo menos que leerlo y recordar al maestro don Julio en Final del juego, por ejemplo, donde Cortázar también juega con lo surreal, pero lo hace de una manera más sutil. En este cuento, la realidad de un grupo de niños que juegan a un juego con reglas propias se mezcla con elementos extraños y oníricos. La confusión entre lo que es parte del juego y lo que es real crea una atmósfera en la que lo imposible parece ser normal, lo que es una característica recurrente en los relatos de Cortázar donde los elementos surrealistas en suelen estar más ligados a lo lúdico y a la transgresión de las normas sociales, mientras que en Bellatín están más conectados con una reflexión sobre la muerte y la enfermedad.
Samanta Schweblin, autora Argentina, ha heredado de Julio Cortázar y Carlos Fuentes la habilidad para desestabilizar la realidad y crear universos alternativos donde la violencia y la angustia se desbordan. La tensión psicológica en sus obras recuerda los relatos surrealistas de Cortázarcuyo estilo se caracteriza por su habilidad para mezclar lo cotidiano con lo irreal, la manipulación del tiempo y el espacio, y el uso de lo absurdo para cuestionar la realidad.
Entre las obras de Samanta Schweblin, una que recuerda claramente ese estilo es su colección de relatos Pájaros en la boca que tiene varios elementos cortazarianos, especialmente el uso del surrealismo, la transformación de lo cotidiano en algo extraño y perturbador, sin olvidar esa cierta tensión psicológica que recuerda la atmósfera inquietante y el tono fantástico de los relatos de Cortázar.
Ambos juegan con lo extraño y lo inquietante, cuestionando la frontera entre lo real y lo fantástico, creando un mundo en el que lo insólito se convierte en parte de lo cotidiano.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez es conocido por abordar temas de violencia, memoria histórica y los traumas del conflicto armado colombiano, elementos que se entrelazan con la pobreza y las tensiones sociales. Su escritura tiene una estructura compleja que reflexiona sobre el pasado violento y sus repercusiones en el presente. Podría compararse con Gabriel García Márquez, especialmente por su forma de tratar la historia reciente de Colombia a través de una prosa detallada y de una narración introspectiva.
Aunque la obra de Vásquez es más realista y menos fantástica que la de García Márquez, ambos comparten una preocupación por los aspectos traumáticos de la historia latinoamericana y el sufrimiento de la violencia. En novelas como El ruido de las cosas al caer y La forma de las ruinas, Vásquez reflexiona sobre la violencia y los traumas del pasado, al igual que García Márquez lo hizo en Cien años de soledad o El otoño del patriarca. Ambos autores utilizan la historia y la memoria como ejes centrales de sus narrativas, ambos describen un país marcado por la violencia y la polarización política. Aunque Vásquez se aleja del realismo mágico, sus relatos mantienen una cierta atmósfera de destino ineludible, que evoca la fatalidad de los personajes de Cien años de soledad.
Al igual que el Boom Latinoamericano que trajo consigo la idea de una literatura que rompía las fronteras tradicionales de los géneros (la novela, el cuento, el ensayo), el lenguaje actual fluye entre lo narrativo, lo visual y la productividad rentable.
El Boom Latinoamericano fue una experimentación de lenguajes, de modos de contar la realidad, de hacer que lo aparentemente sencillo se volviera complejo. Hoy, esa complejidad se multiplica a través de nuevas herramientas, pero la urgencia de contar sigue siendo la misma.
¿Es posible pensar que la literatura de hoy está en medio de otra revolución? La respuesta parece ser afirmativa, pero no en términos de «explosión» al estilo de los años 60. Más bien, es una revolución silenciosa, sin estridencias donde lo digital a través de redes y plataformas a veces parece ganar terreno sobre la literatura convencional. Los nuevos autores latinoamericanos continúan apostando a la hegemonía de la literatura latinoamericana, con sus problemáticas y sus incomprensibles paradojas sociales y políticas. A diferencia de aquella generación, que se caracterizó por su enfoque en el realismo mágico y la construcción de universos narrativos grandiosos, la literatura actual presenta una pluralidad de enfoques que abordan temas urgentes y cotidianos desde perspectivas diversas.
La literatura de hoy no es un Boom en el sentido tradicional, pero es una reconfiguración constante, una explosión de formas y temáticas que, al igual que en los años 60, se resisten a ser catalogadas. Y en ese caos literario el lenguaje sigue siendo el hilo conductor, la vía para decir lo que, de otra manera, podría quedar fuera del alcance de las palabras.
Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.
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