En el vasto paisaje de la literatura y la cultura popular, hay ciertas frases que han trascendido las páginas de los libros y las pantallas de cine para incrustarse firmemente en el imaginario colectivo. Frases que repiten la maestra en clase, los profesores en las cátedras y claro está, hasta el carnicero de la esquina.
Sin embargo, entre estas joyas lingüísticas hay algunas que nunca fueron pronunciadas por los personajes a quienes se les atribuyen. Son frases que como sombras de la memoria han perdurado a pesar de su ausencia en los textos originales.
Una de las más célebres es «Elemental, mi querido Watson», popularizada como la firma verbal del legendario detective Sherlock Holmes. Aunque Conan Doyle dotó a su personaje con una mente aguda y una capacidad deductiva sin igual, esta frase en particular nunca escapó de los labios de Holmes en las páginas originales de las historias de Sir Arthur. Sin embargo, su asociación con el detective es tan arraigada que parece como si hubiera sido pronunciada en innumerables ocasiones.
Otro ejemplo destacado es la frase «Ladran, Sancho. Señal de que cabalgamos», atribuida a Don Quijote en la obra maestra de Miguel de Cervantes. Aunque la esencia de esta expresión se encuentra en el texto original, la versión popularizada es una simplificación de las palabras originales de Cervantes.
¿Quién no ha utilizado alguna vez la famosa frase: “El fin justifica los medios”? Si apuramos a más de uno exigiéndole la autoría de esta cita la mayoría contestará sin dudarlo que pertenece a Nicolás Maquiavelo, y que aparece en su ensayo “El príncipe” publicado en Roma en 1531. Sin embargo, una búsqueda en el texto completo no arroja ninguna coincidencia explícita, ni en ninguna de sus otras publicaciones.
Hay una frase que sin duda me llamó la atención no solo por su heroico contenido sino por la versatilidad que parece haber adquirido a lo largo de los años. La frase en cuestión dice: “Es mejor morir de pie que vivir de rodillas”. Quizás muchos la recuerden evocando al Che Guevara, lo cierto es que decirla no la dijo aunque su vida fuera una expresión cabal de esa idea. Cuando el mítico revolucionario argentino aún era un muchacho, la idea le había sido atribuida también al líder de la Revolución mexicana Emiliano Zapata; también a La Pasionaria Dolores Ibárruri, dirigente política en la Segunda República Española y en la Guerra Civil que la sucedió; también al escritor cubano José Martí, creador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la guerra de la Independencia de Cuba; e incluso al presidente mexicano Benito Juárez García que ocupó la jefatura del país durante varios años a fines del siglo XIX. Parece que no solo a mí me ha llamado la atención teniendo en cuenta la cantidad de personajes que parecen haberla pensado. Lo dudoso es saber si alguno de ellos la habrá utilizado realmente.
“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz”.
Bellas palabras sin duda y ¿Por qué no creerles cuando dicen que Gabriel García Márquez fue su autor?
Sin embargo, el mismísimo colombiano se encargó de desmentirlas. Su verdadero autor es en realidad el comediante y ventrílocuo mexicano Johnny Welch. Welch escribió “La Marioneta” para El Mofles, un muñeco con el que hacía presentaciones a lo largo del continente latinoamericano. Cuando se enteró que su texto había sido atribuido a García Márquez (y de las declaraciones que él hizo para aclarar el equívoco), quiso conocer al escritor colombiano.
El cine no queda exento de estos desaciertos. Por ejemplo, cuando escuchamos la famosa frase «Tócala otra vez, Sam» a todos nos viene a la cabeza la película Casablanca de 1942. Sin embargo, esa frase tal cual la conocemos, nunca se dijo, las palabras exactas de la actriz Ingrid Bergman fueron “Tócala Sam, déjame recordar” y luego en otra escena, las de Humphrey Bogart fueron: «Si ella la resistió, yo también, Tócala”.
Jorge Luis Borges no podía faltar en esta lista. No solo le atribuyen un poema melodramático titulado Instantes que jamás escribió sino que, además, el Ministerio de Cultura porteño difundió en el año 2018 una frase para celebrar el Día del Lector que no era de su autoría:
«He buscado el sosiego en todas partes y solo lo he encontrado sentado en un rincón apartado, con un libro en las manos».
En honor a la verdad y como para desmitificar, Borges no tiene nada que ver con esa cita que fue escrita por un canónigo agustino del siglo XV llamado Tomás de Kempis. No es la primera vez que al autor de El Aleph le atribuyen frases rimbombantes que nunca dijo. En el año 2016, la empresa Subterráneos de Buenos Aires homenajeó al escritor con una hermosa frase que se podía leer en uno de los andenes de la línea C:
«Con el tiempo, comprendes que solo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad».
Desconozco si la frase aún lleva la firma de nuestro argentino más letrado pero a quienes transiten por esa línea de la red de subterráneos metropolitanos, lamento decirles que no, tampoco era de Borges.
¿Cómo es posible que estas frases, nunca pronunciadas por los personajes que las encarnan, hayan alcanzado tal prominencia en el imaginario colectivo?
La respuesta yace en la naturaleza misma de la narrativa y la memoria. Las historias que amamos se convierten en parte de nuestra identidad cultural, y las frases memorables se convierten en símbolos que encapsulan el espíritu de los personajes y las obras que habitan. La paradoja de las frases que nunca se dijeron nos invita a reflexionar sobre la naturaleza elástica de la verdad en el ámbito literario.
¿Es menos significativa una frase que ha sido transmitida a través del tiempo y la cultura, aunque no sea una cita textual? ¿O es la interpretación colectiva de una obra de arte lo que otorga significado a las palabras que la componen?
En última instancia, las frases que nunca se dijeron son testigos silenciosos del poder transformador de la literatura y la capacidad humana para crear mitos y leyendas. Son recordatorios de que la verdad puede ser maleable, pero la resonancia emocional y cultural de una historia perdura más allá de las palabras que la componen
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Libros en el artículo
- Casablanca – Juan Tejero
- El Principe – Nicolas Maquiavelo
- Sherlock Holmes – Arthur Conan Doyle
- Don Quijote de la Mancha – Miguel de Cervantes
- Todos los cuentos – Gabriel García Márquez
- El Aleph – Jorge Luis Borges
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