Si digo “influente”, estoy segura de que a ninguno de ustedes se les moverá un pelo. ¿De qué habla esta mujer? Se preguntarán.
Acostumbrados a los términos de otros idiomas, que transforman a veces el nuestro, es posible que si les digo influencer, todos comentarán: ahora sí sabemos de qué estás hablando.
Y para no perder la costumbre hablemos de etimología.
La voz española influente figura en el Diccionario de la RAE desde 1803 y fue la forma preferida, frente a influyente, hasta la edición de 1925. Ambos términos significan ‘que influye’ o ‘que goza de mucha influencia’, lo que coincide con el concepto que designa el anglicismo. Si nos ponemos en exquisitos, las voces influidor, correctamente formada a partir del verbo influir (‘ejercer predominio, o fuerza moral’), e influenciador (a partir de influenciar y usada en algunos países de América) son válidas en esta zona del planeta aunque la RAE no las contemple como tal.
Pero no he venido a hablar de semántica ni de traducciones, sino del término tan de moda últimamente: influencer. Las redes sociales son responsables de que este término sea el adjetivo que relacionamos inmediatamente con aquellas personas que centran su actividad en las redes. Mediante la publicación de stories, vídeos cortos en directo o reels, los influencers son aquellos que influyen desde sus miradas, con opiniones subjetivas sobre un producto determinado, provocando el seguimiento masivo de miles y miles de personas que se ponen en fila detrás de esa opinión. Se establecen entonces modas, paradigmas de un producto determinado como si ese único artículo fuera válido, el resto, aquello que los influencers no convalidan, queda afuera, no está de moda, no es cool (la traducción exacta es fresco) o para usar otros términos válidos en español, no es guay, no es molón, no es chévere.
Demasiado bla, bla para contarles que a pesar de las modas y las palabritas impactantes, influencers eran los de antes. Sí, los de antes porque sin redes sociales también sabían llegar al público de forma masiva. No influenciaban a partir de algo tan subjetivo como las opiniones sino que lo hacían por medio de los hechos, de sus propios actos, de sus vidas.
Influencers siempre hubo a lo largo de historia. Y como la historia que nos convoca en este rinconcito es la de la literatura, paso a mostrarles que en materia de influenciar, “influyentes” eran los de antes y a las pruebas me remito.
Como siempre me gusta empezar desde el principio, me remonto atrás en el tiempo y les acerco a una de las influencers más antiguas: Jane Austen.
La novelista británica que vivió durante la época georgiana terminó situándose entre los grandes clásicos de la literatura inglesa. De hecho, con ella surgió un nuevo estilo de novela que difería de los anteriores por la temática que trataba. Austen empezó a reflejar en sus novelas aspectos cotidianos con personajes ficticios y con una descripción muy detallada y realista de los mismos, ilustrando cada detalle y lugar.
En su época fueron muchos los escritores que se hicieron eco de sus aportaciones literarias pero Austen no solo triunfó en lo profesional, sino que su actitud y su forma de vida fueron y siguen siendo ejemplo en nuestros días, y su nombre continúa tan presente como hace más de cincuenta años. Pido disculpas por dejarme contaminar por el idioma pero para que suene más cool les diré que: Un influencer si bueno es influencer forever.
Me quedo en Inglaterra pero me remonto aún más atrás en el tiempo. Época victoriana y si de clásicos se trata, William Shakespeare se lleva las palmas. Considerado como el mejor escritor en lengua inglesa, su reinado aún no ha sido eclipsado. Sus personajes, el lenguaje que utiliza y la genialidad de sus historias continúan cautivando al día de hoy a cuanto lector ose acercársele. Su obra, traducida a más de un centenar de idiomas, ha influido considerablemente en muchas culturas pero especialmente en la hispana. Shakespeare ha sido y es, una infinita fuente de inspiración para escritores modernos y actuales, fue poeta y dramaturgo venerado ya en su tiempo, pero su reputación no alcanzó las altísimas cotas actuales sino hasta el siglo XIX. Los románticos, particularmente, aclamaron su genio, y los victorianos lo adoraban con una devoción que George Bernard Shaw denominó «bardolatría».
Shakespeare nació para ser eterno porque los temas de sus obras son experiencias universales: el amor, la envidia o la ambición, son eternos y los lectores de cualquier época, cultura y posición social entienden y disfrutan de su obra. Los autores contemporáneos no podrán nunca negar la influencia en cuanto al tratamiento de estas temáticas.
En esta misma línea, nos fijamos en el literato irlandés Oscar Wilde. Este autor, que vivió a finales del siglo XIX, destacó como escritor, poeta y dramaturgo. Además, si una reunión literaria se preciaba de tal era porque Wilde estaba presente. Se convirtió en una celebridad de la época debido a su gran y aguzado i genio. Su fama incluso cruzó el Atlántico, en EE.UU. se hizo famoso mediante las trade cards, una especie de postales con el retrato de los “influencers” de ese entonces entre los que figuraba Oscar Wilde quien se convirtió en todo un icono de la época, pues su fama traspasó las fronteras europeas y llegó a protagonizar imágenes publicitarias en EE.UU y hasta una serie de productos de belleza usaron su imagen como logo. Algo que nos recuerda a futbolista Messi promocionando una bebida energizante o las papas fritas que acabaron en las picadas de los domingos. Lo cierto es que este jugador en estos momentos es el mejor y por eso funciona la publicidad y Wilde sin duda en su métier también lo era. Lo curioso es que él sabía que las influencias eran, son y serán siempre importantes de manera que influenció con sus actos: sus libros.
En El retrato de Dorian Gray, por ejemplo, el personaje Lord Henry trata de ser una influencia para Dorian Gray y con esta relación, el autor pretendía comparar que de la misma forma que el arte influye en la vida, una personalidad puede hacerlo sobre otra. Fue el personaje victoriano por excelencia, una figura decimonónica que trascendió su época, su obra y su pensamiento se proyectaron incluso a lo largo del siglo XX. La crítica, sostenía Oscar Wilde, es el arte en sí mismo. Y dos de sus ensayos: La decadencia de la mentira y El crítico como artista, no solo sostienen sus palabras sino que lo posicionan como un teórico literario, y una verdadera influencia para las generaciones que aún disfrutamos, avalamos y nos valemos de sus reflexiones.
Del Reino Unido viajamos a Alemania donde la escritora Sophie von La Roche fue una figura clave en las letras alemanas del siglo XVIII.
Creó la revista Pomona für Teutschlands Töchter (Pomona (diosa de las frutas) para las hijas de Alemania) que, a diferencia de otras publicaciones para mujeres, ofrecía a sus lectoras textos filosóficos, literarios y formativos. Se dice que incluso la por aquel entonces emperatriz de Rusia, Catalina la Grande, conocida por su interés en los postulados de la Ilustración y por su labor como mecenas, se interesó en esas publicaciones y quiso que las mujeres de su corte tuvieran acceso a ellas.
Se convirtió, así mismo, en una destacada e influyente salonière al decidir fundar un salón literario en Ehrenbreitstein en la ciudad de Coblenza, por el cual se dejaron ver figuras tan célebres del mundo intelectual germano como Wieland, Lavater y un jovencísimo y admirado Goethe, quien la tomó como referente para la creación de su archiconocido Werther.
Sin tiktok también se puede o ¿se podía? La prueba de la factibilidad de ser influencer sin redes sociales la encontramos en los famosos salones literarios del siglo XVIII. Los hubo repartidos en todas partes del mundo pero nacieron en Francia. Fueron una manifestación cultural que surgió en la alta sociedad francesa formada por mujeres aristócratas y amantes de las bellas artes. Las dueñas de estos salones eran mayoritariamente las grandes damas que con la intención de hacerse un hueco y una reputación en el mundo social de las clases altas apostaban a reunir a personalidades reputadas de la época para las lecturas públicas y los conciertos. Los escritores rondaban esos «salones» tan importantes para la historia de las ideas, y donde todas las sensibilidades están representadas. Eran un verdadero caldo de cultivo de los grandes escritores que más tarde hicieron historia como Honoré de Balzac, Alfred de Musset, Victor Hugo, Alphonse de Lamartine, Alexandre Dumas padre y George Sand, entre otros.
Volviendo al hemisferio sur, antes de que Buenos Aires fuera la reina del Plata, los salones literarios fueron el lugar de encuentro de los intelectuales de la época y centro neurálgico donde las nuevas ideas revolucionarias se gestaron. El más famoso fue el Salón Literario que funcionó en la trastienda de la librería de Marcos Sastre, quien se había propuesto organizar un club de discusión, de conversación y de lectura, donde se dieron cita los jóvenes que conformaron la Generación del 37.
Hoy los salones literarios han sido reemplazados por las redes sociales que mediante un sortilegio distinto y de la mano de la inmediatez y la globalización nos permiten estar al día con un solo clic. Ha nacido un nuevo estilo de influenciar: los Booktokers están revolucionando la lectura contemporánea. Sin embargo, me atrevo a decir que nada reemplazará la magia y el encanto de los influencers de antes.
Y como la literatura nos permite viajar a la velocidad de la luz, lo hacemos unos cuantos años más adelanten y aterrizamos en pleno siglo XX para encontramos con el escritor, periodista y Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. La obra que lo catapultó al éxito fue Cien años de soledad, que es considerada como una de las más representativas del realismo mágico, movimiento literario que además lideró.
Esta novela fue un verdadero bombazo y no necesitó ningún tipo de campaña publicitaria para agotar su primera edición en menos de dos semanas. El éxito ininterrumpido le llegó con los años y no se ha eclipsado ni aun después de su muerte.
Sus obras han permitido contarle al mundo acerca de la identidad Latinoamericana, sus mitos y sus costumbres. Mencionar su nombre es hacerlo como sinónimo del realismo mágico, ese movimiento literario que nos enseñó a ver lo irreal o extraño como algo cotidiano y común. Para cerrar el círculo de algunos de los autores más famosos e influyentes, cuya lista podría ser larguísima, es obligado nombrar a Paulo Coehlo, autor y protagonista por excelencia de la mayoría de las citas compartidas en Internet. Pero, por supuesto, el mérito de su popularidad corresponde a sus obras y no a las citas que ha firmado, de hecho, se le han atribuido una infinidad de frases que jamás ha mencionado.
Además, Coehlo es el claro ejemplo de que tener fama e influencia no significa que le vayas a gustar a todo el mundo. A este autor le sigue una gran comunidad de lectores, de la misma forma que hay quienes cuestionan su carrera y los motivos de su fama. Y sobre este mismo tema, sobre la fama, habla el escritor en su decimosegunda novela El vencedor está solo, en la que carga contra la pérdida de valores que puede conllevar el éxito.
Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.
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