Las bibliotecas de los grandes (1)

Durante mucho tiempo pensé que era la única, pensé que era más bien una manía mía por leer todo lo que cae en mis manos y si no cae tratar de que caiga. Así fue como se despertó en mí una manía lectora más: la de leer lo que leyeron los grandes. Porque si uno admira a un escritor, pensé, no solo lo admira por lo que ha escrito sino por cómo llegó a escribir lo que escribió.

Un escritor, no se convierte en maestro o en genio de la escritura por azar. Por eso, cuando me encontré con la famosa frase de Jorge Luis Borges «Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe», me dije: por supuesto, de eso se trata, leer a los grandes maestros es leer la bibliografía que los formó y leer los libros que lo apasionaron es sin duda leer a ese maestro con una justificación razonable. Eso me pasó con Borges y no me quedé con esa única experiencia, fui por más.

Cada autor que me deslumbra tiene detrás un mundo de papel, ese mundo de aquellos otros maestros que lo precedieron y sería no solo un desperdicio sino una burrada no sumergirse en esos mundos que los inspiraron.
La lectura de los autores que nos formaron son los mundos de esos otros autores que a su vez los formaron a ellos. Para eso nada mejor que pasear por las bibliotecas de los grandes maestros de la literatura universal.

Les propongo entonces un viaje a las bibliotecas de un puñado de escritores que sin duda estarían de acuerdo cuando Borges agrega a su famosa frase: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído.»

Si hubo un libro, una novela histórica, una novela policial, una maravilla de novela que me dejó con la mandíbula caída fue sin lugar a dudas El nombre de la rosa. Fue la puerta de entrada al fascinante mundo de Umberto Eco, una puerta que una vez traspuesta es difícil dejar atrás. Por eso seguí avanzando con otras de sus novelas como El cementerio de Praga, Baudolino y tantos más. Y cuando me decidí a entrar en su mundo de lecturas fue imposible vencer la fuerza de gravedad y mi mandíbula permaneció abierta durante unos cuantos meses. En 2002 Eco afirmaba que había realizado un conteo de sus libros lo cual había arrojado un total de 30.000 volúmenes en su biblioteca de Milán. Una cantidad más que voluminosa de volúmenes que se veía obligado a repasar y re catalogar haciendo una selección cada seis meses porque el espacio no daba para más. Trasladaba entonces, cada medio año, algunos volúmenes a su otra biblioteca en su casa de campo de Monte Cerignone cerca de Rímini, situada a más de 300 km de distancia de Milán. En mayo de 2015 Eco volvió a calcular los libros que tenía en Milán que a esa fecha ya eran 35.000 y que en su casa de Milán ya había alcanzado el impresionante número de 20.000 que sumados a los 35.000… excede mi imaginación.
Umberto Eco murió a los 84 años y no me pude resistir a sacar la cuenta: suponiendo que haya nacido leyendo debería haber leído unos 595 libros por año. Yo apenas llego a los 150 pero claro no soy don Umberto que además de leer sentía una verdadera pasión por los incunables de los cuales poseía unos 1.200 títulos, además de primeras ediciones como el Ulises de James Joyce.
Borges influyó decisivamente sobre Eco. “Me pasaba las noches leyéndoselo a mis amigos”, Contó en alguna oportunidad cuando se reconoció como seguidor del autor argentino. También admitió que hay un homenaje implícito a Borges en su libro El nombre de la rosa donde también homenajea a Sir Arthur Conan Doyle otorgándole a su personaje central, Guillermo de Baskerville nada más ni nada menos que el nombre de uno de los libros de Conan Doyle: El perro de los Baskerville, de lo cual deducimos que la novela policial clásica no le resultó indiferente.
Y si nos adentramos en el maravilloso ensayo de Umberto, Porque leer a los clásicos, concluiremos que Flaubert, Proust, Baudelaire y tantos otros fueron motivo de desvelo para don Umberto.

Y ¿Por casa cómo andamos? Para eso hurguemos en las raíces literarias argentinas. Y si de letras argentinas hablamos no podemos dejar de lado al gran maestro Julio Cortázar. Buceando en su biografía sabemos, y no nos asombra, que fue un lector entusiasta: subrayaba, comentaba, dibujaba, guardaba objetos y mensajes entre las páginas de sus libros. Su biblioteca es el retrato minucioso de su derrotero intelectual, de sus admiraciones y rechazos; también, de sus reacciones más íntimas, de lo mórbido y lo trivial. Sin miedo a equivocarme puedo afirmar que su primer gran amor fue Edgard Allan Poe, la traducción de sus cuentos desde la pluma de Cortázar es una verdadera joya y un homenaje al autor estadounidense que sembró las bases de la técnica del género, técnicas que Cortázar perfeccionó escribiendo esos cuentos que nos asombraron, nos asombran, nos deslumbran y nos deslumbrarán. Y como un grande no puede menos que admirar y reconocer a otro grande, con su cuento Manuscrito hallado en un bolsillo, incluido en su libro de cuentos Octaedro, le rinde un homenaje más a Poe.
Por otra parte, y aunque la crítica literaria pretenda enemistar a dos grandescomo Borges y Cortázar, quieran contraponerlos y jugar una loca carrera para ver quién de los dos era mejor, lo cierto es que cada uno en lo suyo abonaron nuestras raíces. Jorge Luis Borges fue una de las voces más importantes de la literatura del siglo XX, quién lo duda, y fue también una importante influencia viva para Cortázar.
Pedro Salinas,poeta español, ensayista, traductor y académico, jugó un papel clave en la introducción del francés Marcel Proust a la escena literaria hispana, y fue otro de los faros que deslumbraron y guiaron los pasos de nuestro eterno Cortázar.

Sabemos que toda lectura es un punto de partida que no conoce límites ni metas. Un libro nos lleva a otro, un autor nos convoca a leer otros autores, son tantos que el viaje no termina nunca y así recalamos en lo que Jorge Luis Borges consideraba la biblioteca universal, aquella que contiene todos los libros que se han escrito y se escribirán, un verdadero edén. Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca, dijo alguna vez el escritor argentino y adentrarnos en la suya es un poco como atravesar las puertas del cielo. Muchos de los libros que acompañaban su silenciosa oscuridad son títulos de escritores ingleses y norteamericanos, además de textos de filosofía, historia y religión, disciplinas que tanto le interesaban.
Sabemos que no le gustaban especialmente las novelas pero sin embargo admiraba los policiales dentro de ese género y Wilkie Collins era uno de sus escritores favoritos. Su gran biblioteca fue la que heredó de su padre, que venía de su abuela inglesa. Allí conoció a muchos autores clásicos y vivió horas felices entre las páginas de El Quijote (la única novela que le gustaba), Las mil y una noches y La Divina Comedia. Pero sus contemporáneos también eran motivo de disfrute. Entre otros sabemos que admiraba a: Virginia Woolf, William Faulkner, E. M. Forster, Kafka, André Breton, Ray Bradbury, Lovecraft, C. S. Lewis y, de este lado del globo a: Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, José Bianco, Juan Rodolfo Wilkock, Ernesto Sábato, y por supuesto, siempre lo admitió, a Julio Cortázar.

Vamos a quedarnos un ratito más en el hemisferio Sur para hablar del uruguayo Mario Benedetti quien repartió su tiempo entre sus residencias de Uruguay y España hasta que tras el fallecimiento de su esposa en 2006 se traslade definitivamente a su residencia en el barrio Centro de Montevideo, Uruguay. Con motivo de su traslado, Benedetti donó parte de su biblioteca personal en Madrid al Centro de Estudios Iberoamericanos de la Universidad de Alicante que lleva su nombre.
Entre aquellos primeros autores que lo influenciaron e inspiraron están Maupassant, Horacio Quiroga y Antón Chejov. Y entonces podemos entender porque sus cuentos poseen la técnica de los tres cuentistas más recordados de la historia. Una estructura perfecta, un desarrollo donde la tensión nos deja sin aliento y un desenlace donde con pocas palabras se quiebra esa tensión y produce en el lector la cachetada que nos hará no olvidarnos nunca de lo que hemos leído. Así son sus cuentos. Según sus propias declaraciones, más adelante durante su adolescencia continuó como ávido “devorador de libros”, leyó a grandes como Faulkner, Hemingway, Virginia Woolf, Henry James Proust, Joyce e Italo Svevo. Luego incursionó en la literatura latinoamericana y en los contenidos políticos, el peruano César Vallejo y el argentino Baldomero Fernández Moreno fueron sus influencias más prominentes. Para quienes aún no lo conocen les sugiero empezar con sus poemas que son verdaderos cantos al amor, a la amistad, a la solidaridad, a la existencia humana.

Es conocida la idea de Jorge Luis Borges que, para conocer a alguien, no es suficiente con leer todo lo que escribió sino, más bien, es necesario leer todo lo que leyó. Es lo que más o menos nos acercaría a conocer una de las personalidades más influyentes de nuestra literatura, don Ernesto Sábato quien no obtuvo ningún grado académico ni más título que el de Profesor de Física. Sin embargo, la cantidad y calidad de libros que hoy forman su colección dan cuenta de la amplitud de su desarrollo intelectual. En su biblioteca conviven codo a codo: Dostoyevski, Arlt, Kafka, Simenon, Cervantes, Tolstoi, Stendhal, Proust, Kafka, Thomas Mann, Chejov, Virginia Woolf, Thomas Hardy, Malcom Lowry, y muchos más.

Continúa…

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