La nada no existe

A veces uno duda, porque todo principio parece “la nada”, pero Nada surge de la nada, o de la nada, Nada surge dijo alguna vez Parménides, filósofo griego.

Quiere decir, pensé, que si he sido capaz de escribir cientos de relatos, vale decir, volví a razonar, que si algo surge de mi imaginación “la nada” no debería existir cuando me siento a escribir, de lo contrario no se me hubieran ocurrido tantas buenas historias antes de hoy a la tarde. Pero hoy a la tarde pensé por primera vez quela nada” existe y que “la nada” me rodeaba.

Y es que había decidido comenzar una historia y me había sentado frente a la computadora como cada tarde y cuando apoyé los dedos sobre las teclas, como cada tarde, una especie de vacío me envolvió y fue cuando pensé por primera vez en esa palabrita: “nada”. Me resistí, como primera reacción me opuse a… a eso que no quiero volver a mencionar. Lo primero que hice fue echarle la culpa a la compu, qué otra cosa podía ser, me dije, y corrí a buscar un cuaderno y lo abrí y busqué una birome y estoicamente la empuñé y… allí estaba ella otra vez: “la nada”.
Estaba segura de que nunca antes me había sucedido algo así, estaba, hasta hoy, convencida de que esas cosas solo les pasan a otros y sin embargo en ese momento un vacío, un agujero, un precipicio sin fin invadía mi cerebro, si hasta mis pupilas lo corroboraban y delante de mí solo el blanco de la pantalla primero, el terrible blanco de la hoja después (aunque en este caso creo que tenía renglones o quizás cuadraditos), y ese blanco cegador me arrojó hacia el abismo de la desesperación.

Si algo parecido te sucede, si comienzas a dudar, si te tiembla la barbilla, si no te responden las manos, si ese blanco parece incluso el mundo entero y te entran unas terribles ganas de llorar, no preguntes, no malinterpretes, y sobre todo, que no cunda el pánico y no pienses que es “la nada”.
Es simplemente el síntoma de una indisposición muy conocida, que nos pasa tarde o temprano a todos, no es una enfermedad, es más bien una molestia, un sufrimiento, tanto es así que hasta tiene un nombre: Síndrome de la página en blanco. Por suerte es pasajero y puedo darte algunos consejos para que la próxima vez no lo sufras de tal manera o peor… dejes de escribir para siempre.

Todo empieza con la idea y lamentablemente a veces empezamos a buscar la idea desde una perspectiva equivocada, desde una mirada que quizás alguna vez nos sirvió pero como en literatura no hay reglas exactas ni precisas ni infalibles, puede ser que mirar siempre de la misma manera no sea lo correcto y quizás sea eso los que nos impide avanzar, lo que nos hace pensar en la temible “nada”. Entonces, si solemos darle forma a una idea empezando por el principio porque casi siempre nos ha resultado, intentemos la inversa: pensar en la solución y no en la hipótesis. Plantearte la idea al revés, es decir no preguntarte ¿Por dónde empiezo? Sino ¿Cómo termino? Y en el desenlace la mayoría de las veces está la manera de empezar.

Lo principal es pensar que la inspiración no es de esas plantas que crecen sobre el terreno abonado de la desesperación. Eso seguro, por eso: repite conmigo “la nada no existe” y sigamos adelante.

Cuando estás atascado es fundamental, imprescindible, rodearte de aquellas cosas que te inspiren, que te transmitan paz, que te relajen y combatan de forma eficaz el bloqueo de ideas. Porque, a veces la idea nos “pasa rozando”, tangencialmente y no llega a germinar. Hay que estar preparado para detectarla, atraparla al vuelo, desarrollarla y para ello tienes que estar en un estado de serenidad. Muchas veces tener la posibilidad de hacerse notas es muy práctico, ya que a veces también las ideas aparecen en los lugares más insólitos.

Ommm, Ommm, casi lo has logrado. Es el momento de abrirte por completo y dejarte inundar por todo lo que te rodea. Por eso quizás antes de permanecer sentado frente a la hoja o la pantalla en blanco preguntándote cómo, por dónde, sería mejor salir a dar un paseo o encender un rato la tele (solo un rato no hagas trampa) escuchar la radio o leer un libro.

Algunas opciones podrían ser:

Prestar atención a la televisión, a veces en las mismas publicidades está implícito un tema existencial. No permanezcas pasivo, sacá ventaja de ese aparato.
Sal a dar una vuelta y deja que los carteles de la calle invadan tus sentidos, a veces lo que no entra por la razón entra por la vista y causa una sensación que puede ser el punto de partida de tu próxima historia.

Lee. Muchas veces lo he dicho, un buen escritor primero es un buen lector y nadie te impide que los sentimientos que disfrutaste en un buen libro, sea tu próxima idea y te motive. Hagas lo que hagas siempre hazlo con un lápiz y papel a mano para anotar todo lo que ese libro te inspira, todo lo que la tele te sugiere, todo lo que un paseo por la calle te insinúe. Pueden ser temas, frases concretas o simples imágenes que puedan funcionar como “disparadores”.
También existen algunas técnicas para destrabar, hay muchas, y todas pueden y deben ser puestas en práctica cuando el momento crucial llega. En esa práctica se encuentra la que mejor se acomoda a cada momento de bloqueo, ya que no siempre es el mismo ni por los mismos motivos. Ahí van algunas de esas técnicas, muy sencillas:

Deja que las frases bailen. Sí, que cada frase que se te ocurra se una a otra y otra, y juntas creen la coreografía de tu próximo texto. Frases como estas suelen motivar: «A veces imagino que estoy…», «Me gustaría hablar sobre…», «Me pregunto cómo se sentirá hoy, después de…», «Él dijo que significaba…», «Ella quería saber por qué…», etc.
No te quedes en la simple frase, desarróllalas, trata de unirlas para dar forma a una historia, cuando el blanco comience a poblarse de letras la “nada” será menos espantosa.

Permite que las canciones te susurren ideas. Busca una canción cuya letra te guste mucho o te llame la atención. Una vez la hayas leído o escuchado, escribe sobre lo que te transmite, lo que te hace sentir, escribe sobre el tema del que habla con tus propias palabras, escribe sobre las preguntas que plantea, incluso toma alguna frase y deja que baile junto a tus propias frases.

Visita un museo, hojea una revista o mira fotos en internet y deja que las imágenes hablen. Elige una fotografía o un cuadro, algo llamativo, un escenario poco común, las fotografías históricas funcionan bien para este ejercicio, también los cuadros surrealistas. Después, escribe desde lo que has sentido antes, durante y después de haber visto esa imagen.

Lo importante es que te despegues de ese blanco cegador y paralizante. Por eso, si no es momento de un paseo, ni de una visita a un museo, simplemente date una vuelta por tu biblioteca o busca en tus archivos algún ebook, elige un libro al azar, no te predispongas a un autor ni a un tema en particular, simplemente el primer libro que caiga en tus manos. Anota la primera y última frase de ese libro. Realiza el mismo ejercicio con un par de libros más, con tres más, con los que se te ocurra. Utiliza esas frases para intercalarlas en un texto, deja que vayan encajando todas como las piezas de un puzle, ayúdalas con tus propias ideas a que encajen. Es probable que mientras pones en práctica alguno de estos ejercicios, encuentres tus propios motivadores para espantar ese pánico. Todo vale a la hora de exorcizar los fantasmas que atentan contra la creatividad y recuerda que la mejor forma de espantar a los fantasmas es ponerles un nombre: Síndrome de la página en blanco. Ya sabés cómo se llama, ahora repite conmigo el mantra: la nada no existe, la nada no existe, la nada no existe y… manos a la obra.

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