“Cuéntame un cuento, cuéntame otro”.
¿Siguen los chicos del presente pidiendo cuentos antes de dormir? Espero que sí, espero que esos cuentos les acerquen un poco de tranquilidad en medio del agotador contexto en que les ha tocado vivir.
Pero qué contexto no es agotador para un niño. Recuerdo mi infancia y también era por momentos una carga difícil de sobrellevar. Frases admonitorias como: “Cuando seas grande lo vas a saber” o “Son cosas de grandes” o …en fin que para un chico era necesario ser grande para alcanzar a entender todo aquello que despertaba nuestro interés. Nuestra imaginación entonces fabricaba posibles explicaciones a esas respuestas que nunca llegaban porque éramos demasiado chicos para entenderlas. Algunas de esas inquietudes, algunas de esas preguntas nos llegaban a través de los cuentos que nos contaban.
Nuestra infancia, la de allá lejos y hace tiempo, estuvo poblada por historias que de alguna manera nos marcaron, que en muchos casos nos maravillaron y que en tantas otras oportunidades nos asfixiaron, historias que por muy fantásticas penetraban en nuestra psiquis pequeña y hacían mella. El lobo de Caperucita fue uno de los personajes que me quitaron el sueño o que pobló de pesadillas mis noches de infancia. Un príncipe azul que llega salvador a rescatarme de la maldita madrasta llegó a ser la entelequia a la cual más me aferré con uñas y dientes: era posible un mundo mejor, claro que no dependía de mí sino de un hombre sobre un caballo blanco que llegara a rescatarme.
La vida es otra cosa y qué bueno hubiese sido que en lugar de la resignada Blancanieves me hubieran contado la historia de una mujer que con uñas y dientes lucha por salir adelante, cuan menos trágica en definitiva me habría resultado la vida de verdad.
Pero nuestra infancia, la de hace unos 50 o 60 años estuvo habitada por leyendas turbadoras, por fábulas moralizantes, por esos cuentos que todos los que fuimos pequeños hace un montón de años llevamos dentro con mejores o peores recuerdos. Y nos han marcado, claro que sí, porque cuando uno es pequeño (de grande también) reconstruye la realidad por medio de la fantasía o de la ficción que al menos en mi caso es lo que más me ha marcado. Qué importante entonces la elección de una historia cuando un chico en la duermevela de su cama te pide “Cuéntame un cuento” o cuando no se rinde y reclama: “Cuéntame otro”. Qué importante elegir una historia no tanto moralizante como auténtica, una historia fantástica claro que sí, nada en contra de la fantasía, pero una historia pensada para ellos, para los más chicos. Y es que de grande, de bastante más grande, me he llegado a enterar que muchas de esas historias que atestaban de fantasmas mis noches de infancia, que muchas de esas historias que saturaron de ideales imposibles el resto de mi vida, muchas de esas historias en verdad no eran historias para niños. Sí, así como lo están leyendo, la mayoría de los mal llamados cuentos para niños en realidad no eran cuentos para niños.
No es que me sienta más tranquila al haberlo descubierto, en realidad el daño ya estaba hecho, pero por suerte he evitado repetir la misma historia y llenar de fantasmas las noches de mis hijas o de fantasías inalcanzables su adolescencia.
La versión primigenia de muchas de esas historias que mezclaban fantasía, romanticismo, humor, sátira y oscuridad, nada tenían que ver con cuentos para niños. Esos cuentos, originalmente no eran como las versiones que llegaron a nuestros tiempos escritas y modificadas hace más de dos siglos por Charles Perrault (La bella durmiente, Caperucita roja, El gato con botas, Cenicienta, Pulgarcito), Madame Leprince de Beaumont (La bella y la bestia), Benjamin Tabart (Juan y las habichuelas mágicas), Jacob y Wilhelm Grimm (Blancanieves), Hans Christian Andersen (La sirenita) entre otros.
En su origen, esos relatos tenían mucho de mitológico, en parte porque algunas de esas historias nacieron directamente en esos tiempos remotos, tiempos en que las palabras no tamizaban la violencia que muchos contienen, tampoco la mayoría de ellos tenían un final feliz simplemente porque en el siglo XVII se sabía que en la vida los finales no siempre son felices. Más tarde, la verdadera historia se adaptó al contexto de la época, porque para quienes nos tocó crecer en el siglo XX la verdad fue algo que se escondía o se coloreaba en tonos pastel, y todo era color rosa y final feliz.
Por eso, en las versiones que conocemos, las palabras, incluso algunas situaciones fueron tergiversadas en un intento por atemperar el contenido real de esas historias. Sin embargo, nunca lograron esconder la violencia implícita. Nadie puede negarme que envenenar a una mujer por más mala que sea está del todo bien y que un lobo se coma a una niña desobediente, me parece cuando menos aterrador para cualquier niño o niña que intente discutir y o desobedecer una orden.
Y es que justamente como acabo de referir, en pleno siglo XVII la vida se miraba con otros ojos y los peligros no se atemperaban porque eran reales. Pero en el siglo XX, cuando me tocó escuchar las mismas historias, la vida llegaba pintada color de rosa y por eso las historias llegaron deformadas y esos cuentos acabaron siendo más bien una bruma en las mentes infantiles y no una cuestión aleccionadora como había sucedido con los niños trescientos años antes.
Trescientos años antes, Perrault regaló La bella durmiente del bosque a la sobrina de Luis XIV en 1695. Seguramente se inspiró para crearla en la Historia de Troylus y de la bella Zellandine (siglo XIV), aunque suprimió el episodio de la “violación” de la bella dormida por parte del príncipe.
En la versión que nosotros conocemos la historia termina cuando ella despierta con el beso, pero en su primera publicación hay una segunda parte dedicada a la truculenta relación que mantiene la protagonista con su nuera, quien resulta ser temible, pues aprovecha las salidas de su hijo, el príncipe, para tratar de comerse a la bella e inocente joven y a los dos hijos que han engendrado.
En el cuento Pulgarcito (de 1697), sin ir más lejos, siete niños viven hacinados en una casa donde falta alimento, pues sus padres no consiguen reunir víveres suficientes para toda la familia. ¿Cómo resuelven la situación sus progenitores? Pues ni más ni menos que llevando a sus hijos al bosque para que se pierdan allí y sean devorados por los lobos. Pero hete aquí, que gracias a la estrategia de uno de ellos al arrojar piedrecitas por el camino consiguen todos regresar a casa. El caso es que los padres los vuelven a abandonar. En esta ocasión, el plan de Pulgarcito con las migas de pan no sale bien, y acaban pasando la noche en la casa de un ogro, cuyo manjar favorito son los niños. Y aquí viene el horror, si es que lo de antes no lo era bastante. Los niños imploran durante la noche de gracia antes de ser cocinados, y el avispado niño traza un nuevo plan, a resultas del cual, el hambriento ogro acaba asesinando a sus propias siete hijas confundiéndolas con los siete hermanos cautivos.
La historia de Caperucita Roja es la de una niña que deja atrás la infancia para ser mujer con la llegada de su primera menstruación, representada por la caperuza roja de la niña.
La niña es alentada por su madre a ir a visitar a su abuela, especificándole que debe ir por un camino concreto y nunca coger otro, pues allí podría encontrar personas desconocidas y malvadas. El camino concreto sería algo así como la manera de vivir que los padres consideran adecuada para sus hijos, la buena educación, siendo el camino incorrecto aquel en que una chica desobedece queriendo explorar lo desconocido, incluido el sexo, antes de estar preparada para ello.
En ese camino desconocido existen personas malvadas, como el lobo, que con diversas tretas intenta conseguir su objetivo. El lobo, representa la figura del adulto pederasta que trata de convencer a las niñas aún vírgenes para que accedan a estar con él, o que directamente las engaña para conseguirlo.
La abuela no es más que un mero personaje secundario, que no está ahí más que para ser devorada (por eso moría en prácticamente todas las versiones, hasta que a los Grimm les dio pena).
El lobo acaba por trazar su plan y Caperucita acaba cayendo en él, siendo finalmente comida (violada) por el lobo. En realidad es Perrault quien atempera y acomoda el contenido aunque el cuento no deja de ser atemorizante.
Unos y otros acomodaron las historias de acuerdo a sus razones particulares. La Cenicienta (1697) es el nombre de la hermanastra más piadosa, apodada así porque al acabar sus muchas tareas se sienta junto a la chimenea para entrar en calor y acaba con su vestido manchado de cenizas. Madame d’Aulnoy edulcoró la versión primigenia y creo una nueva historia donde la heroína es pura dulzura, pasividad y perdón pues acaba llevándose a sus hermanastras a vivir con ella a Palacio una vez resuelto el misterio del zapatito de cristal. No obstante, los hermanos Grimm volvieron a introducir un toque de crueldad: las hermanas se mutilan los pies para calzar el zapato de cristal y las palomas que hacían compañía a Cenicienta le destrozan los ojos. Disney, en un intento por suavizar la vida real y mostrar que el bien por sí mismo, por sí solo triunfa, eliminó la violencia, por eso la historia que conocemos exacerba la pasividad de Cenicienta y deja de lado las escenas cruentas.
En cuanto a Blancanieves, sufre hasta dos intentos de asesinato por parte de la reina celosa, hasta que finalmente muerde la manzana envenenada. Y regresa de la muerte, no por un beso, sino porque los siete enanitos dan un traspié mientras trasladan el ataúd de cristal, y con el brusco zarandeo ella escupe el trozo de fruta con el que se había atragantado y ahogado. También en esta versión había un príncipe esperándola y una vida próspera.
En cuanto a su malvada madrastra, tuvo un final que ni el propio Stephen King hubiera imaginado:
…paralizada por la angustia y el espanto, se quedó quieta sin poderse mover. Pero ya habían mandado calentar sobre las ardientes brasas las zapatillas de hierro, que trajeron con unas tenazas y depositaron delante de ella. Entonces tuvo que calzarse aquellos zapatos incandescentes y bailar con ellos hasta que cayó muerta.
No significa que todo tiempo pasado fue mejor ni que este presente sea una absurda mentira de principio a fin. Quizás esas invenciones eran más realistas, aún dentro de su fantasía. Quizás fuera necesaria una cuota de realismo que estuviera más acorde con la crueldad del ayer. Quizás nuestros padres acomodaron las historias de acuerdo a los principios que nos forjaron hace sesenta años. Quizás los padres de hoy no necesiten tergiversar la realidad porque la realidad que nos toca vivir supera cualquier ficción.
Simplemente tratemos de no mirar con los ojos de hoy lo que sucedió ayer porque no son los mismos ojos y porque lo que ayer sucedió ha sido reemplazado por lo que nos acontece hoy.
Y porque había una vez en un mundo muy lejano, una historia que ha llegado hasta nuestro mundo cercano, una historia de eternos círculos que se cierran y se abren, una historia de distintos principios y con distintos finales, una historia que se mueve, se ha movido y se moverá de acuerdo a lo que vivimos y a lo que hayamos de vivir, una historia que colorín colorado no se acaba ni se ha acabado.
Profesora de escritura creativa y coordinadora de talleres literarios, editora y correctora literaria, reseñadora y crítica literaria.