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Narrar en primera persona suele ser uno de los más difíciles desafíos para un escritor. Narrar en primera persona cuando de contar la propia historia se trata, implica un nuevo desafío que suma el compromiso de atrapar al lector con situaciones, que sean interesantes no solo para quien las escribe. Si a ello le sumamos que el narrador de la historia es un niño que nos habla desde su más tierna infancia hasta pasados los diez años de edad, el desafío sin lugar a dudas se triplica.
Frank McCourt, no solo sale ileso del triple desafío sino fortalecido como protagonista y como escritor.
Con una prosa directa y por momentos tan desgarradora como escuchar a un niño decir que tiene hambre y sentirlo despierto en las noches atormentado por su estómago, McCourt logra la magia de atraparnos pero sin golpes bajos. Con un balanceo tan suave como la oscilación de un péndulo, asistimos a los días del pequeño Frank desde una atmósfera opresiva que nos recuerda por momentos a Charles Dickens y sus niños oprimidos y más puntualmente a su novela casi autobiográfica David Cooperfield. Claro que esta novela es "casi" autobiográfica, ya que Dickens toma solo algunos hechos de su propia existencia y los recrea en la vida del protagonista de esa su novela quizás más famosa, en tanto que "Las Cenizas de Ángela" es totalmente fiel a la realidad. En cuanto a la génesis de Las cenizas de Ángela, el propio McCourt cuenta en una entrevista que le llevó varios años y un enorme borrador de más de 100 páginas hallar la voz de quien sería el prestigioso profesor de literatura del presente. Y vaya si valieron la pena esos años de búsqueda y esas páginas borroneadas y descartadas. En el producto terminado, el pequeño Frank nos habla desde cada página de Las cenizas de Ángela como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si los años no hubieran convertido a aquel pequeño andrajoso y hambriento niño en un hombre de ojos bondadosos y sonrisa fácil. Ésta es una de esas novelas que uno comienza a leer y ya no abandona salvo para dormir unas horas o hacer lo que uno haga obligatoriamente en su vida cotidiana. Porque toda acción no obligatoria será dejada de lado para retornar a la cálida sordidez del mundo de un niño irlandés que a pesar del mundo, logra mantener intacta la pureza y la fuerza que hacen falta para sobrevivir al hambre, al abandono, a la desidia de sus mayores y a la inoperancia de una sociedad que aun sin proponérselo lo descartaba. McCourt pinta la Irlanda de los años ’30 y ‘40 con la pueril mirada de él mismo a una edad en que incluso puede llegar a admitirse, que no tener un lugar donde dormir o un trozo de comida que llevarse a la boca, pareciera a sus ojos normal. Pareciera de las Cenizas de Ángela me viene como anillo al dedo para ejemplificar y reforzar aquellas clases de escritura creativa sobre el correcto uso de la primera persona. Y es que el autor ha logrado superar el mayor obstáculo de trabajar con este punto de vista: una voz única y una medida introspección que no deja de lado el mundo externo y la mirada de los otros. Desde esa mirada, puede admitir la pobreza pero nunca la resignación. La no resignación es la marca indeleble, la barca invencible que permite al joven Francis seguir adelante y convertirse en el hombre que ha llegado a ser.
Frank McCourt nació en Nueva York el 19 de agosto de y marchó de muy bebé con su familia a Limerick, Irlanda, de donde provenían. Retornó finalmente a Nueva York, donde se licenció por la universidad de la ciudad, haciendo igualmente un postgrado en el Brooklyn College en 1958, tras lo cual ejerció la docencia hasta su jubilación. Hubo pocas novelas que conmovieron mi corazón con la potencia de Las cenizas de Ángela. No muchas historias logran sin golpes bajos, hacer cimbrar el dolor como una fina cuerda y gracias al buen humor y a una mirada simple y positiva pocos autores como McCourt logran, sin que esa cuerda se rompa, arrancar una triste carcajada y por qué no, pocos como McCourt generan la necesidad del lector, de ir por más.
Ir por más es anticipar la saga que abre Las cenizas de Ángela el primero de los volúmenes de la trilogía que se completa con: Su segundo tomo autobiográfico publicado en 1999: Lo es, donde nos cuenta su vida de emigrante en Norteamérica cuando, a los 19 años, decidió volver y pudo volver a estudiar, sacarse un título y trabajar como profesor en un colegio. Su vida de profesor en el tercer volumen publicado en el 2005: El profesor, donde sin abandonar su vena de humor nos cuenta los desafíos a los que tuvo que enfrentarse desde su inexperiencia profesional frente a una clase llena de jóvenes delincuentes e inmigrantes sin recursos y cómo su experiencia en la vida le permitió empatizar con ellos y hacerse con el control del aula. Según él mismo contó, está fue su novela más difícil.
Quizás como todo, solo es cuestión de empezar. Este comienzo es para mí el desafío del resto de la trilogía como una asignatura pendiente que prometo no llevarme a Marzo.
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