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Leer a Vargas Llosa es, siempre y antes que nada, un placer renovado. Sus historias suelen sorprenderme tanto como atraparme. Están las novelas ficcionales que no terminan de ser solo ficción y las novelas históricas como la que nos convoca que dejan alelado al más avezado lector por la rigurosidad de los hechos. El contexto histórico, el escenario social y la política nunca están por debajo ni por encima de sus historias sino como marco de los sucesos conteniéndolos, justificándolos, explicándolos.
El paraíso en la otra esquina es pura acción dentro de una realidad social que Paul Gauguin y Flora Tristán, abuela y nieto, combatieron cada cual con sus armas, cada uno dejando en el camino girones de vida.
Flora vivió entre los años 1803 y 1844, murió muy joven y sin embargo en esos años se destacó como escritora, pensadora socialista y feminista, su juventud no le impidió ubicarse entre una de las grandes fundadoras del feminismo temprano.
Paul también tuvo una corta vida entre los años 1848 y 1903. Todos lo conocemos como un pintor postimpresionista que sin embargo, como muchos pintores de esa época, solo fue reconocido tras su muerte.
Paul y su abuela Flora jamás se conocieron sin embargo la carga genética prevaleció y muchos de los pensamientos de la reconocida feminista fueron parte de los sentimientos del gran pintor.
Ambos tuvieron vidas no solo tumultuosas y difíciles sino de una aventura constante aunque no siempre agradable. Ambos sufrieron la innegable peculiaridad de haber nacido antes de tiempo. Sus ideas, su forma de pensar y de actuar no se condecían ni con las sociedades donde vivieron ni con los pensamientos de una época aún retrógrada en muchos sentidos.
El feminismo de Flora Tristán se engarza en la Ilustración, presupone por tanto unas reivindicaciones y un proyecto político que sólo pueden articularse a partir de la idea de que todos los seres humanos nacen libres, iguales y con los mismos derechos, pero toma cuerpo en el periodo inmediatamente posterior a la Revolución Francesa. Manteniendo la continuidad con el pensamiento de autoras anteriores (Mary Wollstonecraft, entre otras), Flora Tristán imprime a su feminismo un giro de clase social, que en el futuro daría lugar al feminismo marxista.
Decepcionado con el Impresionismo, Paul Gauguin sentía que la pintura tradicional europea se había vuelto muy repetitiva e imitativa y carecía de amplitud simbólica. En contraste, el arte de África y Asia le parecía lleno de simbolismo místico y vigor.
Estructuralmente hablando la novela es en realidad dos novelas en una. Por un lado la vida de Paul Gauguin y por el otro la vida de Flora Tristán que, como anticipé, no se conocieron en la vida real pero sin embargo estuvieron enlazados por pensamientos de avanzada.
En innegable descubrir el trabajo investigativo de Vargas Llosa quien en un principio, asegura, tenía la intención de escribir la historia de Flora Tristán y en el camino descubre esta genética compartida entre nieto y abuela y decide escribir en forma paralela la historia de ambos.
La novela se articula entonces con entradas alternativas en la vida de uno y otra. El punto de vista es novedoso ya que alterna la tercera persona muy focalizada en cada personaje con una segunda persona que por momentos representa el pensamiento de cada personaje y de a ratos es casi una exhortación del narrador, una reflexión, una advertencia sobre ciertos aspectos conflictivos de ambos. Entabla de esta manera un diálogo con los personajes, diálogo que el lector mismo parece estar concretando. Esto permite un acercamiento a las historias y al interior de los protagonistas que de otra forma se tornaría más cercana esta historia a una crónica de época y dejaría de ser lo que: la fascinante historia de dos fascinantes vidas.
Nos cuenta el mismo Vargas Llosa cómo ha llegado a emparentar la Historia y la novela histórica considerando este parentesco como un juego: el juego del paraíso en la otra esquina, reflejado en el título de esta novela. Dice Mario Vargas Llosa: Cuando éramos chicos, en Arequipa jugábamos a un juego en que nos poníamos no en círculo, sino como en un cuadrado. El muchacho castigado, para volver a entrar, debía hacer una pregunta: '¿Venden huevo aquí?'. 'No, en la otra esquina', le contestaban. En otra fórmula más elevada, decíamos: '¿Está aquí el paraíso?'. La respuesta era evidente: 'No, el paraíso no está aquí, está en la otra esquina'. Ese juego infantil significa, para mí, la búsqueda de lo imposible. ¿Y qué es la búsqueda de lo imposible? La utopía'.
Flora y Paul buscan quizás lo que en ese entonces parecía una utopía y que el tiempo reivindicó como algo innegable: una sociedad más justa para una, la perfección de tipo artístico para el otro, una sociedad en la que la belleza no fuera sólo patrimonio del arte y de los artistas, sino una realidad accesible para todos.
Nadie mejor que el propio autor para explicarlo: El XIX fue el siglo de las grandes utopías. Es cuando surge la idea de que con la mente uno puede diseñar la sociedad perfecta y que este diseño se puede convertir en historia y se sueña en que se puede traer el paraíso a este mundo imperfecto. Esto es lo que quiero contar en mi novela. La historia de Flora Tristán y la de su nieto, el gran pintor Paul Gauguin.
El recuerdo del juego infantil y las utopías que tanto se soñaron en el siglo XIX han dado a Mario Vargas Llosa el título de su próxima novela, El paraíso en la otra esquina.
Gauguin vivió gran parte de su vida en Tahití entregado al desenfreno y los excesos de todo tipo. Había planeado vivir en las islas Marquesas, consideraba que era el lugar idílico de sus sueños, desde que vio una colección de tazones y armas grabadas de las Marquesas cuando estaba en Papeete en los primeros meses de su visita a Tahití. Sin embargo, en las Marquesas encontró una sociedad que, como en Tahití, había perdido su identidad cultural. Su vida sexual, su adicción al alcohol y otras drogas unido a una sífilis que ni siquiera él mismo logra discernir dónde y con quién se contagió, lo trasladan a un mundo por momentos de una irrealidad tan marcante y agresiva que hasta intenta un suicidio fallido. En este período estaba muy débil y sufriendo un gran dolor físico que conllevaba el constante deterioro moral. Recurrió al uso regular de la morfina que regaba con grandes cantidades de bebidas alcohólica. Murió repentinamente en la mañana del 8 de mayo de 1903 a los 55 años.
Flora Tristán, tampoco tiene una vida fácil. Se casa muy joven e inmediatamente descubre que el matrimonio en esa sociedad que le ha tocado vivir es una prisión. Su marido, como todo hombre del siglo XIX, considera a la mujer cuando menos un ser inferior y la degrada a quehaceres elementales. La mujeres no tienen acceso a la educación y menos aún son tenidas en cuenta a la hora de hacer valer sus derechos aunque estos sean derechos elementales que hoy conocemos como derechos humanos. Consciente de esta degradación, Flora decide abandonar a su marido e iniciar un peregrinaje por la reivindicación de los derechos de la mujer. Muere a los 41 años, víctima del tifus, mientras se hallaba en plena gira por el interior de Francia, promoviendo sus ideas revolucionarias.
“La literatura es el reino de la imaginación, de la fantasía, de la mentira. Dijo alguna vez Vargas Llosa. La Historia es el reino de la verdad. Añadió. Pero las novelas, pueden llegar donde no llega la Historia. Cubrir esos huecos con la imaginación y la fantasía.”
El escritor reivindicó con pasión la fuerza persuasiva de los textos literarios. “El texto histórico explica lo que ha ocurrido fuera de él, y el literario, lo que ha ocurrido dentro de él”.
Sin lugar a dudas hay una gran parte de ficción en la narración de todo acontecimiento Histórico y El paraíso en la otra esquina, no está exenta como historia novelada de esas licencias que el autor se toma (y debe tomarse) para completar aquello que los libros de Historia no nos cuentan. Imaginar, crear, es parte del juego que Vargas Llosa juega desde hace mucho tiempo y ¡qué bien sabe jugar!
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