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Ladrones de tinta – Alfonso Mateo Sagasta

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“- ¿Sabía usted que fui yo el primero en dividir la acción en tres actos? –Preguntó por toda respuesta.
No dije nada. Yo pensaba que aquello no era cierto pero lo miré con expresión de sorpresa y admiración. Tal vez con un poco de adulación me dijera lo que había ido a escuchar.
“- Para que vea –continuó. -Y luego Lope de Vega escribe su pequeño manifiesto y se lleva toda la gloria, acapara salas y compañías y a los demás se nos relega, se nos ignora, se nos olvida.".




Este, como tantísimos otros diálogos sustanciosos, ilustra Ladrones de tinta. El anterior, lo mantiene el protagonista Isidoro Montemayor, nada más ni nada menos que con Miguel de Cervantes Saavedra, el autor del Quijote, en la época en que transcurre la novela casi un desconocido cuya obra es considerada poco menos que un divertimento.
Si bien Ladrones de tinta nos ilustra sobre los celos, la envidia, las disputas reales y hasta inventadas entre cuatro grandes de las letras de oro española: Góngora, Quevedo, Lope de Vega y Cervantes, el eje temático gira en torno al escritor de la segunda parte del Quijote, un tal Alonso Fernández de Avellaneda a quien el protagonista central de la historia tiene encomendado hallar.
Conocidas históricamente son las disputas entre estos grandes de la literatura cuando aún no eran grandes aunque muchos de ellos se lo creyeran por sobre los otros.
La polémica entre Lope de Vega y Cervantes es bastante conocida, y una de las más ácidas en la novela, porque justamente quien está puesto en tela de juicio es Cervantes y el valor de la primera y real parte del Quijote por él escrita, y esta supuesta segunda parte escrita por alguien que no se sabe quién es ni para qué se ha tomado el trabajo de la continuación de un libro considerado poco menos que un folletín. 
Lo cierto es que en la realidad, los escritos de ambos están plagados de dardos envenenados y referencias mutuas más o menos explícitas. Lope por Cervantes muestra una mezcla de admiración y desprecio; Cervantes, en cambio, nunca ocultó su opinión sobre Lope de quien simplemente afirmaba que era un pedante y un simulador de cultura.
Los improperios eran moneda corriente entre ambos. Sin por qué y sin de dónde, en 1605, Lope escribió a un amigo: “No conozco ningún poeta tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote“, a lo que don Miguel replicó ironizando sobre cómo Lope se había valido de poemas laudatorios de príncipes, damas y obispos para iniciar sus libros y que hacía gala de una erudición que no tenía.
La envidia es uno de los pecados literarios más inútiles y estériles y Ladrones de tinta se encarga de mostrarlo con una cuota de ácida ironía que revitaliza el encono a la vez que lo minimiza con esa manto de piedad que solo los años transcurridos otorgan a disputas sin sentido entre dos autores que la posteridad se encargó de subir a cada uno al podio que le correspondía.
Lo cierto es que históricamente hablando es real la existencia de Alonso Fernández de Avellaneda que es el seudónimo del autor del libro conocido como el Quijote de Avellaneda (título original: Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha), publicado, según su pie de imprenta falso,  en Tarragona el año de 1614. La suya no constituye la única imitación del libro en tiempos de Miguel de Cervantes, pero sí la más importante en su época como para ser citada en la 2ª parte de Don Quijote que apareció publicada al año siguiente.
No se ha encontrado hasta el momento ningún Alonso Fernández de Avellaneda, aunque hubo un tal Alonso Fernández de Zapata cura de Avellaneda (Ávila) entre 1597 y 1616.3 Sin embargo, con rara unanimidad, todos los cervantistas están conformes en que se trata de un pseudónimo, por lo que se han llegado a proponer múltiples conjeturas y teorías sobre la verdadera autoría de la obra.
Sobre esa base se mueve la trama de la novela de Alfonso Mateo Sagasta quien la construye sobre una base policial que le sirve a su vez de excusa para brindarnos un mosaico de la España del Siglo de Oro de las letras.
La hipótesis más certera sobre la que pivotea todo el tiempo el autor es que el propio Lope de Vega ha sido el autor de esa 2ª parte oculto detrás del seudónimo de Avellaneda. Lo cierto es que la investigación que Montemayor lleva a cabo lo va relacionando con Góngora, con Quevedo y sobre todo con otros tantos autores de medio pelo de la época. No están ausentes los impresores que buscan lucrar con la literatura de moda y otras tantas cuestiones del mundillo de la literatura de aquel entonces que poco distan de las actuales en cuanto a la búsqueda de la masificación de la literatura en desmedro de la calidad.

“A Cervantes le empezó a temblar la voz.
-Los tiempos están cambiando – continuó -.Los genios se pierden, el arte se manufactura, los hay que pintan en talleres donde cada lienzo lleva el sello de seis o siete manos, los hay que escriben obras en serie. Tengo yo un montón de obras que los impresores no las quieren ni regaladas, son lentas me dicen, a la antigua usanza, eso al público no le gusta. ¿Desde cuándo el público ha de ser juez de los poetas? Al público hauy que enseñarle lo que es bueno e instruirlo para que lo aprecie, pero Lope y sus acólitos no, ésos al público lo que pida, venga carnaza, lo que le satisfaga, lo que le deje ahíto, no lo que le ensalce sino lo que atenace al banco. Al fin y al cabo eso es el público, galeotes de un banco, chusma.”


La lectura de la novela puede seguirse casi sin obstáculos, y ese casi se debe a que los datos y referencias históricas, interfieren de forma demasiado alevosa por momentos en el discurrir de la ficción. Es decir, en una novela histórica, la historia debe ser el contexto, el escenario donde las acciones de la ficción se suceden. Un escenario que funcione como el espacio temporal de dichas acciones y nunca sobrepasarlas. 


“Cuarenta galeras, ocho mil hombres, esclavos o reos. ¿De dónde los piensa sacar?
-De todos los penales de España supongo.
-No creo que Osuna triunfe donde fracasó el gran Felipe.
-¿A qué te refieres?
-Después de Lepanto, Felipe II se hizo con una setenta galeras turcas como botín de guerra, a añadir a las más de centenar suyas que sobrevivieron a la batalla. En aquel momento pudo haberse hecho dueño absoluto del mediterráneo, pero le faltaron galeotes”

Y la referencia histórica se extiende durante casi 3 páginas más sin que tenga incidencia determinante, lo que Felipe II obtuvo o dejó de obtener, sobre el eje temático de esta historia. Sin duda el autor conoce al dedillo la historia española pero ésta corre el riesgo de fagocitarse la verdadera historia la de encontrar l autor de la 2ª parte del Quijote que en esos momento queda totalmente corrida del eje temático de la acción.
Si bien no sucede constantemente son recurrentes las alusiones de este tipo al contexto histórico de la época y por momentos la historia real se impone a la ficcional,  en esos momentos termina por ahogar a un lector que no busca un tratado histórico sino una historia de ficción basada en una época real.
Sin embargo, cuando Mateo Sagasta nos pasea por las costumbres de la España del 1600 el embeleso es irresistible.

“Desde la puerta del Juego de Pelota se veían grupos de mozos y mozas timándose, aguadores charlando mientras se llenaban sus cántaros, niños que corrían y jugaban a salpicarse. Aquí el trasiego del agua era mucho más relajado que en las otras fuentes de la cuidad, tal vez porque había muchos surtidores en línea y eso acortaba la espera, aunque también se notaba una jovialidad propia de la tarde, de ese momento en los días de verano…(…) Las puertas de las casas se empezaban a abrir a la fresca, y los dinteles de los zaguanes se iban poblando de sillas bajas de anea. Las mujeres se disponían a aprovechar las dos o tres horas de luz que aún le quedaban al día haciendo labor y observando la calle.”




Lo innegable es que la lucha por el poder de las palabras aparecen reflejados en esta España del Siglo XVII, tanto como la corrupción y las intrigas que parecen tan actuales como si Ladrones de tinta fuera el fiel reflejo del siglo XXI. 
Eso unido al manejo de un coloquial que a pesar de la época resulta comprensible y ameno, hacen de Ladrones de tinta una historia para tener en cuenta a la hora de acercarnos al próximo libro de historia novelada.

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