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El Hobbit – J.R.R. Tolkien

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Entrar en el mundo de un libro es siempre develar el misterio de lo por venir. Las historias a veces alcanzan a cubrir las expectativas y otras veces las superan ampliamente. Pero nunca como con El Hobbit se han cubierto mis expectativas.
Al ingresar a ese mundo tan maravilloso y lejano pero a la vez tan posible y creíble uno no puede menos que transitar las páginas de la historia sabiendo que no estás allí pero que con un parpadeo se puede estar.




Cuando alrededor de 1930, J. R. R. Tolkien comenzó a escribir El Hobbit, hacía ya diez años que trabajaba en el vasto panorama mitológico de El Libro de los Relatos, que más tarde se llamaría El Silmarillion. Así como esas crónicas tempranas narraban los mitos inmemoriales de la Primera y Segunda Edad, Tolkien pronto advirtió que El Hobbit iba ordenándose de algún modo como un relato de la Tercera Edad.
La Tierra Media fue concebida por Tolkien como un territorio imaginario del planeta Tierra, algo así como un período de tiempo que ocurrió antes de los primeros hechos históricos que se conocen. Los distintos reinos están inspirados en territorios europeos, Hobbiton según describe la historia estaría ubicado en Oxford, Inglaterra.

El estilo directo y lineal, con comentarios (que el autor deploró más tarde) a un público infantil y la evidente presencia de un narrador que cuenta, no impide la poderosa irrupción de los grandes temas tolkienianos (el poder, la codicia, la guerra, la muerte) que reaparecerían en una dimensión más épica en El Señor de los Anillos. Por otro lado una vez que conocemos que estas historias estuvieron pensadas para ser narradas a sus porpios hijos, no solo disculpamos esas alusiones sino que las agradecemos, porque por un rato todos nos sentamos alrededor del fuego del hogar y esperamos a que papá Tolkien nos cuenta la historia.
Para quienes quieren entrar en el mundo de Tolkien no hay mejor puerta que El Hobbit.
La magia se codea con la realidad de un mundo inventado donde los valores esenciales son tan similares a nuestro mundo de todos los días que sus personajes parecen estar a nuestro lado en cada escena y entonces, sus miedos son los nuestros, sus desvelos se hacen propios y de golpe estamos viviendo la súper poderosa atracción de lo maravilloso contado desde aquello que cuando niños supimos que es posible alcanzar con solo jugar el juego de ser, por un momento, ese héroe de papel.
El personaje central de la historia es Bilbo Bolsón un hobbit, pacífico, hogareño, como son todos los hobbits, no hacen nada impredecible y no dan que hablar a sus vecinos. Un día se le anuncia que el mago Gandalf iría a visitarlo, pero antes de la llegada del mago acuden a su casa de improviso, uno tras otro hasta un total de trece enanos que empiezan a desbaratar su pacífica, ordenada y hogareña existencia. Sin saber muy bien cómo, Bilbo acaba siendo contratado como saqueador de la expedición, cuyo destino es recuperar un tesoro guardado en el interior de una montaña y custodiada por el gran dragón Smaug. Por el camino se encontrarán con trolls, orcos, lobos, arañas, elfos, serán huespedes del hombre-oso y se verán prisioneros de los elfos del Bosque Negro. En medio de todas estas aventuras Bilbo encuentra algo, un anillo que más tarde adquirirá una importancia tal que dará pie a la saga de El Señor de los anillos. 
No me es posible ser objetiva al escribir la reseña de El Hobbit. Confieso que la subjetividad en este caso se adueñará de cada lector que con su nueva mirada resemantizará el contenido y los mensajes subliminales de la historia que más allá de ser el comienzo de un largo camino de lecturas se transformará en el basamento de un mundo tan maravilloso como real y tan soberbio como simple en su lectura.
El libro es producto de las historias que el mismos Tolkien les narraba a sus hijos de forma tal que no es de asombrar que sea una lectura elegida por muchos jóvenes. Y aunque llegó a  mis manos a una edad en que el mundo infantil ha quedado sumamente lejos, no por eso deja de sorprenderme, de maravillarme y por momentos de sentir nostalgia por no haberlo conocido y disfrutado antes.
Es sabido que un libro nos está esperando desde siempre y si me dejo llevar por la magia de posibles realidades y aceptando que el tiempo no deja de fluir es posible sentir que El Hobbit me está esperando desde hace tanto tiempo que no puedo menos que sentirlo como ese nuevo amigo que nunca me abandonará porque desde siempre estuvo conmigo aunque yo no lo supiera.

El Hobbit, como dije más arriba era originariamente un libro pensado para niños, eso se nota en el leguaje sencillo y en la linealidad de la historia que nos va arrastrando sin contragolpes técnicos de envergadura. Sin embargo, la verdadera belleza de la historia radica en la simpleza de su narración y en la profundidad del sentido que la historia adquiere dentro del mundo que nos rodea. Un libro siempre vigente, un clásico justamente porque nos habla de la vida, no importa dónde y cuándo la vida se desarrolle siempre existirá el miedo, el honor, la lucha y la amistad, la codicia, la dignidad y la lealtad, y esos son los valores con los cuales Tolkien nos abofetea en cada página y son los sentimientos que nos pertenecen porque somos Bilbo, somos Gandalf y tenemos también un poco de la personalidad de los enanos, de los elfos, incluso de los  trasgos y los trolls o los huargos.
Tenemos incluso algo de Gollum, una extraña criatura, pequeña y viscosa, «tan oscuro como la oscuridad, excepto dos grandes ojos redondos y pálidos en la cara flaca». Ese personaje enigmático que regresará para sorprendernos en El señor de los anillos y que hace en El Hobbit su entrada triunfal inaugurando un personaje en el cual  la dicotomía entre lo correcto y lo incorrecto instalados en un solo ser nos atrapa desde el comienzo. Gollum aparece como un ser de malos sentimientos pero en la continuación de esta historia (El Señor de los Anillos: La compañía del anillo) conoceremos toda su historia y comprenderemos que en realidad Gollum ha sido víctima de la maldad que lo atrapó irremediablemente, un poder oscuro que emanadel anillo que será desde este libro el hilo conductor del resto de la saga.
Con Gollum uno no logra sentirse ajeno a la lógica simple y sencilla, a los razonamientos evidentes que nos obligan a afirmar que en lo sencillo está lo complejo y que lo complejo es tan sencillo que solo es incomprensible si nos dejamos ganar por eso que nos han contado que somos y no por lo que de verdad somos. Si es verdad que desde niños nos roban la pureza y con ella la conciencia y la comprensión básica del mundo, Gollum con sus acertijos nos la devuelve.

Canta sin voz,
Vuela sin alas,
Sin dientes muerde,
Sin boca habla.

Cuando seguí leyendo, ya segura de que había adivinado el acertijo, no lo pude creer:

-¡Un momento! –gritó Bilbo, pensando aún en las cosas que se comían. Por fortuna una vez había oído algo semejante, y recobrando el ingenio, pensó en la respuesta-.El viento, el viento, naturalmente –dijo, y quedó tan complacido que en el acto inventó otro acertijo.




Y es que yo también había pensado en el viento a pesar de no haber escuchado nunca nada parecido y entonces, quizás desde ese instante (estaba en la página 84) es que sentí que el mundo de Tolkien era el mundo donde siempre había querido estar o el mundo del cual nunca debería haber salido.
Lo bueno es que El Hobbit me ha hecho entrar al universo de El Señor de los anillos con una mirada distinta, tal vez con la conciencia recuperada y seguro con la certeza de que no hay mundos imposibles si dejamos de lado la razón y nos dejamos ganar por una historia desde el corazón.

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