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Memorias de África – Isak Dinesen

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Memorias de Africa“Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong”. Como todos los libros inmortales, éste se convirtió en un clásico desde la simpleza de esa primera línea. “Yo tenía una granja en África…” Es evidente que la autora narra desde un presente en que esa granja ya no le pertenece y por eso desde el comienzo la nostalgia se instala como un hálito que impregna cada página, cada escena. 




Los recuerdos africanos de la danesa Karen Blixen, de soltera Karen Christentze Dinesen nos deslumbran en Memorias de África, pero a quienes hayan visto la película protagonizada por Meryl Streep y Robert Redford lamento desilusionarlos pero no hallaran en el libro nada, ni siquiera parecido a esa historia merecedora y ganadora de unas cuantas estatuillas de Hollywood.
Podemos completar la historia de la narradora de estas memorias si nos deleitamos con el film o bien si recurrimos a su biografía.
Karen Dinesen llega a África para casarse con el barón Bror von Blixen-Finecke y se instala en lo que es ahora Kenia. Compran una granja y aunque en un principio la idea es criar ganado, al final lo convierten en una plantación de café. La mano de obra corre a cargo de los llamados squatters, como se llamaba en aquel momento a las personas de la tribu de los Kikuyu, hombres, mujeres y niños que trabajaban para los blancos.
AutorAquellas tierras tan distantes de su Dinamarca natal y tan alejadas de la civilización europea pueden hacernos pensar en un sacrificio de parte de Karen, en la inmolación de su mundo civilizado por aquel de los aborígenes y los animales. Educada en las más prestigiosas escuelas de Suiza, Karen cambia la comodidad de una clase alta, a la cual estaba destinada a pertenecer, por el calor y las sequías, aprende a convivir con las lluvias intensas y el frío de las autoridades británicas, dueñas y señoras de aquellas tierras, y obtiene a cambio de la vida acomodada que pudiera haber tenido, otra de lucha y desgarro. Sin embargo, desde el primer momento Karen cae rendida por una fascinación hacia esa porción de mundo. Con el tiempo,  el encanto se convierte en desesperación cuando está a punto de perderlas y en desconsolada resignación cuando finalmente emprende el regreso a Europa para nunca más volver.
Si alguna vez algún lector ha soñado con África, con sus paisajes, sus ríos y lagos, su tierra candente y agrietada, sus mágicos amaneceres y sus prodigiosos atardeceres, con el susurro del viento o el rugir de las bestias, este libro los colmará de imágenes y de sensaciones. El amor por esas tierras por su gente y su naturaleza, nace sin duda de una mujer de extrema sensibilidad que a pesar de haber vivido una vida cómoda, nunca desea salir corriendo de un sitio que le es tan ajeno como hostil, sino que logra trascender su propia idiosincrasia para convertirse en esa mujer blanca que los indígenas respetan y necesitan.
Karen es independiente sobria, tenaz, audaz, resuelta y hasta temeraria. Una dama afectuosa con los más necesitados a quien poco o nada importan las normas sociales si ellas conllevan la humillación. Un ser humano que respeta el entorno en que vive. Una mujer que ama África y a sus habitantes por encima de todo.
Si vamos a hilar fino y hacer una crítica desde la calidad literaria, Memorias de África no es sino parte de una historia de vida y quizás su nominación al Nobel haya sido mérito de sus otras obras: Siete cuentos góticos, Las cariátides, Cuentos de invierno, Vengadoras angelicales, entre otros. Y si bien en 1957 no se le concede el Premio Nobel como se esperaba, es nombrada miembro de la Academia norteamericana.
Volviendo al poco valor literario de Memorias de África, podemos remitirnos a las primeras páginas que son casi mortales para un lector que busca buenas frases, cintura literaria. Exclusivamente dedicadas al paisaje que rodea la granja, los colores del cielo africano y su brisa cálida, me tuvieron que haber servido de aviso para no seguir adelante, sin embargo una costumbre de terminar SIEMPRE el libro que comienzo a leer o quizás la magia, el encanto que trasciende la buena literatura me obligaron a continuar la lectura. 
Mentiría si dijera que no hay diálogos, que no hay acción, que no sucede nada. El problema es que a cada capítulo cambia completamente de rumbo, de personajes y de sentido. Este libro no sigue una dirección concreta, no nos presenta un personaje para desarrollarlo y a partir de esa creación armar una historia. Son memorias, y como tales van de suceso a suceso sin que uno tenga nada que ver con el siguiente. En un capítulo nos describe un indígena con el que se encariñó y en el siguiente nos habla de un curioso invitado que alojó unos días en la granja, y después nos habla de un juicio que presenció, etcétera. Esto ayuda sustancialmente a no enganchar al lector, que se siente mareado después de tantos cambios de rumbo seguidos. Y no obstante nos prenda con cada escena desde el entorno donde se desarrolla, nace y va creciendo una especie de encandilamiento hacia la narradora, quizás el mismo encandilamiento que sintieron esos aborígenes que a su partida la lloraron como muerta.

 

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, las páginas de esta novela encierran miles de imágenes narradas con simpleza, con un arrobamiento que va más allá de mil palabras y que gracias a la sensibilidad de la autora perdurarán no como las palabras mejor escritas de la historia de la literatura pero sí como unas de las más sentidas, de las más vívidas. Porque Karen Dinesen fue una mujer que amó África y a sus habitantes, una mujer que adoró los buenos vinos y las compañías especiales pero Karen fue sobre todo una mujer que amó desinteresadamente y por encima de todo la vida en todas y cada una de sus manifestaciones.

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