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Érase una vez en la Taberna de Swan – Diane Setterfield

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Pocas veces uno se topa con una historia donde lo real se entremezcla de tal forma con la imaginación, con las leyendas, con los mitos, a tal punto que nos resulta casi imposible no sucumbir y aceptar incluso como posible esa dosis de fantasía. ¿Por qué?





Simplemente porque Diane Setterfield con un estilo pulido y ameno ha logrado ese perfecto equilibrio entre lo real y lo que podría serlo, a tal punto que las fronteras se desdibujan y entramos en ese mundo aceptándolo de principio a fin.
Como aceptamos de niños que los cuentos de hadas son posibles y que las princesas despiertan con un beso del príncipe amado, aceptamos esta deliciosa mezcla de realidades entre el mundo humano y otro que parece transportarnos a lo sobrenatural, a ese limbo entre la vida y la muerte que tantos mitos y cuentos han narrado.

Y la propuesta de aceptar ese juego, arranca con la primera frase:

Había una vez una Taberna que descansaba tranquilamente en la orilla del Támesis (…)”

Luego la magia de un lenguaje cautivador, un ambiente pintoresco y personajes verosímiles, se conjugan para hilvanar los hechos que organizan una historia profundamente agradable, sugerente y evocadora de nuestros más queridos cuentos tradicionales, una historia que es a la vez un cuento donde lo mágico se mezcla con lo cruento y como si de un cuento de hadas se tratara esa mezcla de fantasía y realidad nos pone ante la disyuntiva de lo verdaderamente posible.
Pocas veces uno atraviesa más de 300 páginas, que son las que conforman este libro, con el aliento contenido y con el alma en un puño. ¿Por qué? Porque estamos frente a una autora talentosa que sabe lo que hace, una autora que desde la tierra nos eleva a la cima de la fantasía, echando mano incluso del realismo mágico, para inmediatamente instalarnos nuevamente en la realidad, esa que nos rodea cotidianamente.

Érase una vez en la Taberna de Swan es el tercer libro de esta autora. Diane Setterfield estudió literatura francesa en la Universidad de Bristol, se especializó en la creación de la literatura francesa del siglo xx y fue profesora de diversos centros, tanto públicos como privados, en Inglaterra y en Francia. Más tarde abandonó la docencia y se dedicó de lleno a la escritura.
Sus anteriores novelas: El cuento número trece y El hombre que perseguía el tiempo preceden sus pasos y avalan su reconocimiento. Habiendo leído las dos anteriores siento que con esta historia se ha afianzado en su estilo y ha logrado esa amalgama perfecta que nos hace sentir que estamos en un cuento de hadas pero también en una historia real o en el país del “todo es posible”, allí donde el suspenso nos mece casi como ese río Támesis que atraviesa de punta a punta la historia, en ese mundo perfectamente orquestado que difícilmente olvidaremos. Porque justamente Érase una vez en la Taberna de Swan, es todo eso junto y además un homenaje a los cuentos de transmisión oral, esos que a lo largo de décadas o de siglos se siguen narrando junto al fuego (en este caso acompañados con una buena jarra de cerveza), esos cuentos que se condimentan versión tras versión y terminan por convertirse en reales aunque solo sean una leyenda.

En La taberna Swan, conocida por ser el punto de reunión para contar cuentos, a partir de aquella noche que da inicio a la novela, ya nada volverá a ser igual. Los hechos que se nos invita a conocer, dibujarán una nueva historia que quizás siga repitiéndose aún hoy en el condado de Radcot, una historia que solo el tiempo dirá cuánto de realidad contiene. Lo cierto es que desde esa noche, la taberna y todo el pueblo de Radcot pasaron a ser el escenario de una de esas historias que tanto les gustaba escuchar.

Y resulta que como lectores nos transformamos en uno más de esos parroquianos que cada noche llegan para ahogar sus penas en cerveza y para escuchar historias como la que se va desgranando en cada página de esta novela.
Es imposible, durante más de la mitad del libro, separar realidad de imaginación, verdad de mentira; engaños y ambición se entremezclan con la sencillez y el candor. Sin embargo, conforme van transcurriendo los hechos ya nada de eso importa, solo bucear en sus páginas y llegar a conocer ¿Qué pasó?

¿Qué pasó? Con esa niña que, en brazos de un hombre medio muerto, aparece una noche en la taberna de Swan, una niña que se transforma en misterio, en dolor, en el detonante de esa búsqueda personal que los personajes establecen adentrándose en lo más recóndito de sus almas.
¿Qué pasó?, con la niña de los Vaughan secuestrada hace dos años. ¿Qué pasó?, con la nieta de los Almstrong, desaparecida hace un día. ¿Qué pasó?, con la hermana de Lily, muerta hace más de cuarenta años. ¿Quién es la misteriosa niña de ojos azules o verdes o grises que no emite palabra alguna y que regresó de la muerte.

Las historias se entrelazarán para descubrir la verdad, mientras salen a la luz secretos y confesiones que cambiarán la vida de los protagonistas. Para develar esta incógnita la autora nos sumerge en la historia del fotógrafo y la partera; del hombre negro y la mujer lisiada; de Lily y el malvado Víctor; de Margot y Joe, los dueños de la taberna Swan; del matrimonio Vaughan que lloran la pérdida de su hija desaparecida. Y como si faltarán personajes en este escenario, el río se transforma en un protagonista más y Setterfield ha tenido la excelente idea y el buen tino de armar muchos pasajes como si fuera el mismo río el que el fluye o quizás quien narra muchas escenas:

«Poco antes de tener tiempo de asimilar sus propios pensamientos, el sonido del río, interminable y bajo, copó su mente. La apartó de la solidez y de la vigilia, la transportó hacia la corriente de la noche, donde sin ser consciente de lo que sucedía, empezó a navegar a la deriva…a la deriva, hasta caer en el oscuro mar del sueño».



El río como un demonio les arrebató el pasado, el río ferozmente les devolverá la lógica del presente.
La estructura es compleja y no es sencillo técnicamente narrar una historia a cuatro voces y lograr que finalmente todo encaje. Porque finalmente todo encaja. Esta es una de esas historias que, una vez terminadas, nos dejan dos sensaciones: pena por salir de la historia y placer por haber leído una de las novelas más bellas que me ha tocado leer en los últimos meses.

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