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Corre el año 1876, y la presidencia de Nicolás Avellaneda se estremece bajo los ecos de una frustrada revolución. La crisis económica sacude al país y el encono partidario entre Mitristas y Alsinistas desborda los cafés y las calles de Buenos Aires. La convulsionada vida política provoca las primeras apariciones de los que con el tiempo se llamaran punteros políticos y así, los de un bando y otro se enfrenta más allá de las urnas. La colonización agrícola se yergue como una promesa en los rostros de los inmigrantes que llegan en oleadas: los tanos, los turcos, los gallegos y los rusos cambian la fisonomía de una ciudad que deja atrás su pasado de Gran Aldea.
La conquista del desierto sigue siendo una asignatura pendiente y la necesidad imperiosa de dominar un país en llamas hace pensar que el futuro está en manos de los indios a quienes es más sencillo aniquilar que someter. Imposible sustraerse a una de las figuras más relevantes de esa época como lo fue Alsina inseparable para la historia de su proyecto para detener la amenaza de los malones y que se conoció como la zanja de Alsina o Zanja Nacional. La zanja fue un sistema defensivo de fosas y terraplenes con fortificaciones, compuesto por fuertes y fortines, construidos en el oeste de la Provincia de Buenos Aires, entre 1876 y 1877, sobre la nueva línea de frontera de los territorios bajo el control del gobierno federal, cuyas dos funciones principales eran la de evitar los malones indios en el interior de la misma y entorpecer el paso del ganado robado por los indígenas.
Tandil y sus alrededores se convierten en el escenario donde esa lucha y los enfrentamientos se hacen crueles y donde Julián Zaldivar volverá para revivir un pasado que creía olvidado, superado.
Sin embargo, la crueldad del campo no es la única. Buenos Aires vive la primera gran inmigración extranjera y sus consecuencias. La ciudad no da abasto para albergar a los recién llegados, muchos eligen el campo, el desierto. La Patagonia se va poblando entonces de los primeros inmigrantes a quienes la ciudad rechaza. La mezcla entre indios, descastados e inmigrantes convierten a la Pampa y la Patagonia en una mezcla explosiva donde vivir significa a veces sobrevivir.
Mientras tanto a pesar de todo, en la ciudad, nada puede evitar la superpoblación y sus consecuencias: lupanares, prostitución, conventillos. Mezcla de razas y de gente del interior que llega como producto de la inmigración interna.
En esta nueva historia entramos en el mundo de Julián Zaldívar, a quien conocimos en La maestra de la laguna. Recordemos que como en otras entradas mencioné, la autora trabaja la intertextualidad con sus propias historias, de manera que entrar en una novela de Gloria es entrar de lleno en su mundo donde algunos personajes aparecen, otros regresan y todos se quedan en nuestra mente para recordarlos con el poder que solo los buenos autores ejercen sobre nuestra memoria.
Julián impacta en la sensibilidad de los lectores ya que como el bueno de la historia de La maestra de la laguna, no ha sido igualmente recompensado por su bondad. Autoexiliado en Europa, a fin de sanar su cuerpo y su corazón destrozados el uno por el ataque de un malón el otro por Elizabeth O’Connor, retorna con un bagaje de novedades propias y otras por descubrir.
Lo mejor que le sucede es encontrar en su camino, casi por casualidad a Brunilda Marconi, una joven que ha perdido a sus padres adoptivos en la llamada masacre de Tandil, donde además pierde su inocencia y con ella parte de su alma.
La trama comienza a rodar cuando Julián de paso por Tandil, se encuentra con Brunilda que está viviendo en el Duraznillo, la estancia de don Armando Zaldivar, padre de Julián. Si bien la chica hace años que vive allí, don Armando comprende que aquel no es lugar para una joven y conmina a su hijo para que la lleve a la ciudad. Julián contra su voluntad, decide llevarla a Buenos Aires, a la casa de su madre. Desde un principio el vínculo se mueve entre el odio y la pasión. Buenos Aires, será el escenario donde Brunilda sobrevive y Julián se deja amansar por la dulzura y la entrega sin condiciones con la callada esperanza de hallar un amor que apacigüe sus pasados tormentos.
Brunilda es tímida, sumisa, bella y retraída. Pero posee una fuerza interior que la empuja no solo a sobrevivir sino a hacerlo de la única manera que sabe: con dignidad. Su fuerte es la costura y con el mismo ahínco con que trata de enterrar un pasado doloroso, luchará por alcanzar un presente promisorio. A pesar de su personalidad temerosa, Brunilda saca las uñas cuando se ve amenazada, en esos momentos una fuerza que llega desde el pasado la asiste, una fuerza con raíces tan hondas como el dolor y el tormento de un secreto que le impide ser feliz. La sensibilidad de Brunilda y su fortaleza son dos cualidades difíciles de amalgamar en un personaje y sin embargo Gloria Casañas las explota y conjuga hasta el final de la historia donde todo encaja a la perfección.
Una impresionante reconstrucción de época, una fotografía de la vida y costumbres de una Buenos Aires para recordar. Esos detalles históricos, se entrelazan y dan un matiz de verosimilitud a la historia. Ya que Julián tiene una postura tomada a raíz de eventos que marcaron su cuerpo y su psiquis, quebrándolo interiormente (fue cautivo de los indios).
Es interesante lo que logra Gloria con los contrastes de opiniones, y debates sobre un tema que para la época fue polémico: detener los avances del indio. No menos polémica es la vida de Julián Zaldívar quien también, como Brunilda arrastra un dolor insuperable. Debe a prender a vivir con ese dolor y para ello solo necesita un alma gemela que lo comprenda, lo asista y lo complemente. Esa es la meta de esta historia la trama nos lleva hacia ese final hamacándonos permanentemente entre lo probable y lo imposible.
Gloria Casañas ha elegido el punto de vista de la 3ª persona y gracias a una mirada omnisciente cuenta con la misma intensidad la historia de unos y otros. Con ciertas focalizaciones intensas cuando el momento lo amerita se permite tanto pintar los sentimientos más internos como las dudas, las ambiciones y hasta volver al pasado de un personaje o salir estrepitosamente de este para entrar en el siguiente con la misma intensidad.
Utiliza de manera hábil, permanentemente a lo largo de la historia, pinceladas de datos que soltados al azar pero hábilmente articulados van armando la trama. El pasado irrumpe en un presente cronológico de hechos y los personajes son la urdimbre que da sostén al presente a fuerza de ser los que han sido y devenir en los que se han convertido.
Hablo de un presente de la narración firme ya que salvo esas idas al pasado para traernos parte de la historia que dará sustento a los personajes, la historia rueda en una cronología que nos lleva desde el comienzo de los hechos hasta el desenlace en un mismo plano temporal.
Como todas las historias de este tipo, el final acomoda los hechos y todo encaja donde debe estar, los buenos hallan su espacio, los malos su castigo sea real o bien desde el lector pero en todo caso siempre merecido.
Un libro que apasiona, conmueve y destaca por la precisión con que como una pieza más forma parte del gran engranaje o corpus literario de una autora de la que escucharemos hablar durante un largo tiempo.
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me gusto mucho la reseña del angel roto,espero poder leer otras gracias
Gracias por tu comentario Tania 🙂 te espero en otras reseñas.
Patricia